viernes, noviembre 10, 2006

TEATRO. El portero. "La amenaza del otro".

De Harold Pinter.
Dirección: Carles Alfaro.
Con: Enric Benavent, Luis Bermejo y Ernesto Arias.
Madrid. Teatro de La Abadía.



Acaba de cumplirse un año de la concesión del Nobel de Literatura a Harold Pinter, y este espectáculo, producido por el Teatro de la Abadía, constituye un merecido homenaje al más importante dramaturgo inglés vivo y al más influyente, quizá, de la segunda mitad del siglo XX, y cuya obra, curiosamente, ha brillado por su ausencia en nuestras carteleras. Bienvenido sea, pues este montaje, riguroso y ejemplar, por cierto, de una de sus piezas largas más representativas.

El propio Pinter tiene dicho que le resulta difícil explicar qué pasa en sus obras y ello no es ninguna “boutade”, ni una salida de tono para acallar las típicas preguntas impertinentes de entrevistadores frívolos. Como de muchas de las más celebradas piezas del teatro del absurdo, de cuya poética sus obras son tributarias, no resulta exagerado decir que carecen de argumento, en el sentido convencional del término, aunque no dejen de plantear, como aquellas, situaciones conflictivas y desarrollar una verdadera acción dramática. La obra que comentamos, El portero, (o El cuidador, como han traducido algunos, The caretaker, en inglés original) no escapa a esta caracterización. Sin proporcionarnos apenas antecedentes de los personajes, el autor nos permite, por así decirlo, que nos asomemos a un momento de sus vidas, para, enseguida abandonarlos a su suerte sin que sepamos qué va a pasar después, qué camino van a tomar o en qué van a parar los deseos, inquietudes, o afanes de cada uno de ellos, a cuyo conocimiento hemos tenido acceso durante el breve lapso de tiempo que la obra desarrolla.

El desvalido y torturado Aston, su hermano Nick, desenvuelto y vividor pero no menos desequilibrado e imprevisible que él, y un anciano mendigo, Davies, acogido temporalmente por el primero, constituyen los únicos personajes de la obra. El lugar, un sórdido y destartalado apartamento atiborrado de enseres inútiles y que pareciera la guarida de uno de esos enfermos aquejados del extraño complejo de Diógenes; la lluvia inclemente que golpea contra la ventana y que acentúa la atmósfera de soledad e incomunicación en la que viven sus moradores, y una interminable cháchara, las más de las veces tópica, sobre asuntos de la más estricta cotidianidad. Tales son los mimbres con los que teje Pinter este drama insólito, inquietante, sobre la difícil tarea de vivir, sobre la desconfianza, sobre la amenaza que para nuestro menguado universo de certidumbres supone la presencia del otro, de los otros, y sobre la línea de defensa, hecha de palabras, de silencios, de insinuaciones y de medias verdades, que erigimos frente a esos otros, para intimidarlos, para someterlos a nuestra voluntad o simplemente para blindar nuestro estatus, nuestros pequeños privilegios, ínfimas prerrogativas, a veces, de una existencia anodina y vulgar.

Montaje sobrio, que nos retrotrae a la esencia del teatro de texto, servido con extremada maestría por el director y por los actores, que hacen gala de una extraordinaria madurez artística. Y monta tanto Ernesto Arias (Nick), como Enric Benavent (Davies), dando vida a un tipo extraño y un tanto chulesco, sin oficio ni beneficio, de carácter irascible y reacciones inesperadas, el primero, y a un pobre diablo, anciano, miserable y desconfiado, maltratado por la vida y que trata de mantenerse a flote mientras conserva un último reducto de dignidad, el segundo. Respecto a Luis Bermejo crea, con Aston, uno de los mejores personajes de su carrera: su movimiento, ademanes y gesticulación son los de un enfermo mental, una especie de autista incapaz de relacionarse con los demás, de coordinar sus ideas y de articular coherentemente sus pensamientos; de natural bondadoso, es una criatura frágil y vulnerable, víctima de sus obsesiones y presa fácil de la malevolencia y de los abusos de los demás personajes.

El resultado es un cuadro desolador, revela el vacío de unas vidas carentes de ambición y de un proyecto de futuro, el devenir inocuo de unos seres derrotados, que parecen haber renunciado a buscar algo que dé sentido a su existencia, y transmite una insoportable sensación de angustia y desasosiego.

Gordon Craig.

El portero. Teatro de la Abadía.

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