De Goethe.
Con: Witold Debicki, Miroslaw Kropielnicki, Mariusz Puchalski, Edita Lukaszewska, Daniela Poplawska, Janusz Grenda, Antonina Choroszy, Slawa Kwasniewska, Krystyna Feldman y otros.
Teatr Nowy. Dirección: Janusz Wisniewski
Madrid. Festival de Otoño. Teatro Español. 20 de septiembre de 2006.
Es El Fausto de Goethe crisol y culminación de una vasta profusión de leyendas de diversas tradiciones literarias que hunden sus raíces en los textos bíblicos y que plantea, según el decir de Schiller, el drama profundo de la naturaleza del hombre en su malogrado intento de aunar sus ansias de absoluto con sus limitaciones físicas, de conciliar, en suma, sus dos “naturalezas”, la divina y la humana. Al propio Goethe le obsesionó durante muchos años la creación de esta obra a la que dedicó no pocos esfuerzos, desde su primera formulación en una especie de “protofausto” (Urfaust), hasta su sistematización definitiva en forma de drama simbólico, de una complejidad sin parangón en la dramaturgia occidental.
Acometer el montaje de esta obra constituye un desafío en toda regla para cualquier formación teatral y una auténtica osadía, para un espectador castellanoparlante, acudir a una representación de la misma nada menos que en polaco. La experiencia, empero, resulta estimulante y podemos corroborar sin paliativos la afirmación de la crítica especializada sobre el montaje, en el sentido de que, en efecto, “logra cruzar la barrera del idioma” y transmitir una visión, bien que peculiar, de las líneas de conflicto esenciales del drama. Y ello merced al extraordinario potencial sugeridor de las imágenes, en muchos casos, de una elocuencia aterradora.
Tributario de la plástica y del movimiento escénicos de Tadeusz Kantor (el recurso a lo pictórico, al claro-oscuro, a los efectos corales, a los maniquíes, o al “gesto detenido” en el trabajo actoral), Janusz Wisniewski lleva a cabo una puesta en escena de marcado acento expresionista; esperpéntica, en el sentido valleinclanesco, que recurre a lo grotesco como forma de representación de una realidad degradada. En su visión personal del mito fáustico Wisniewski contrapone los protagonistas de la obra, el Fausto y Margarita al resto de personajes del drama que, salvo contadas excepciones funcionan como un bloque, como un trasfondo o contexto histórico social del conflicto, a la vez desencadenante, juez y espectador de la tragedia de los amantes, actuando como figura central, enlace entre estos dos mundos y maestro de ceremonias, Mefistófeles, por muchos conceptos -el trabajo, espléndido, de actuación incluido- piedra angular de todo el espectáculo.
Huérfanos de la referencia del texto -como hemos dicho, fuera de nuestro alcance- es la dimensión visual del montaje, su poderosa imaginería, la que acapara nuestra atención; y lo hace de forma absorbente, compulsiva, cortocicuitando casi siempre el intelecto y accediendo directamente a nuestra conciencia y estimulando los sedimentos de experiencias pasadas allí acumulados en capas superpuestas y a las que sólo es posible acceder por la vía de los símbolos. Y allí, como si de un negativo de la memoria se tratara reviven en momentáneos flashes de convulsa belleza y tensa emoción, vívidas imágenes de una Europa moribunda en su opulencia que arrastra sus complejos y su sentimiento de culpa (del que no es capaz de redimirse), y el glamour caduco de una burguesía decadente, y el poder de sus indignos dignatarios y la sonrisa sarcástica del payaso y la herida de la guerra, todos ellos tratando inútilmente de mantener viva su fe religiosa mientras, una vez más, asistimos a la eterna lucha del hombre por igualarse a los dioses, al poder de seducción del mal, a la ilusión de la felicidad y a la frustración perpetua de la imposibilidad de la trascendencia.
Un espléndido trabajo, ejemplar y técnicamente novedoso, pródigo en hallazgos estéticos y en emociones. Parafraseando a Fausto, arrobado en la contemplación de Margarita, y si por un acto de suprema benevolencia de los dioses nos hubiera sido dado, momentáneamente, comprender el idioma original en que se estaban expresando los actores, podríamos también nosotros haber exclamado en el éxtasis de la contemplación estética: “Instante,¡detente, eres tan bello! ”.
Gordon Craig. 23-X-2006.
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