miércoles, octubre 25, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. El hombre de las mil caras. "Deslumbrante ejercicio de transformismo".

De Arturo Brachetti y Serge Denoncourt.
Con: Arturo Bracheti
Dirección: Serge Denoncourt.
Madrid. Nuevo Teatro Alcalá, Sala I. 8 de septiembre de 2006.

Combinando el trabajo de expresión corporal propio del mimo, gags traídos del universo de los payasos, trucos de magia, escenas para marionetas, parodias y números de canto o danza tributarios del teatro de variedades, este espléndido montaje de Arturo Brachetti recupera una otrora fecunda y hoy casi olvidada tradición teatral: el espectáculo de transformismo. El propio título de la obra y el reclamo publicitario apelan insistentemente a la capacidad que tiene el protagonista de cambiar de aspecto, caracterización y vestuario, a veces, en cuestión de segundos, y ciertamente ese es quizá el aspecto más llamativo del montaje, porque la capacidad de este prodigioso actor-mago para trasmutarse en escena parece inagotable.

Con todo, el espectáculo es mucho más que una mera serie de metamorfosis, posee un corpus textual sencillo pero que sirve de matriz sobre la que se sustenta el frenesí transformista al que venimos haciendo referencia. Todo comienza en un desván que pareciera sacado de un tiempo preterido, destartalado desván de la memoria de la infancia del que el adulto fuera arrojado un día y del que, ahora que ha vuelto, pareciera resistirse a salir. Se trata de un espacio poblado de juguetes, recuerdos, disfraces y objetos inverosímiles que cobran vida apropia como por arte de magia -y del talento y el oficio de Brachetti-, para colmar la nostalgia y dar rienda suelta a la fantasía del niño grande en que se ha convertido nuestro protagonista.

Dos partes y un epílogo conforman el montaje; un antes y un después de la aparición de la fábrica de sueños por excelencia que fue el cine. Y la viva impresión que produce ese sincero homenaje a Hollywood, de cuyas producciones más celebradas se extraen algunos de los momentos más espectaculares del montaje (desde referencias a El gran dictador o Los diez mandamientos hasta King Kong, la inolvidable Casablanca o La Guerra de las galaxias) no ensombrece el tremendo potencial evocador de las imágenes recreadas en la primera parte del espectáculo, el desfile de los personajes de leyenda que poblaron las fantasías infantiles antes de la aparición del cinematógrafo, desde Blancanieves, la Sirenita o la Abeja Maya hasta las sombras chinescas, el Arlequín, el Pierrot y demás figuras inmortales de los teatrillos de marionetas, para los que Brachetti guarda un recuerdo especial.

Y cuando parece que la obra está tocando a su fin, todavía nos queda, como espléndido colofón, el espectacular homenaje a la figura de Fellini. Los mejores efectos de luz y sonido se reservan para este final explosivo; se rompen todos los diques y en un extraordinario más difícil todavía, las entrañas de la escenografía se abren para dar paso a las creaciones de la desbordante imaginación de Federico Fellini y el fecundo universo onírico de su Roma, La estrada, Ocho y medio o Y la nave va.

Un espectáculo grandioso donde el vestuario, la iluminación y la música juegan un papel destacado, de ritmo trepidante, lleno de sorpresas y de humor que se convierte en una invitación a reconciliarnos con lo mejor de nosotros mismos a través de un viaje al país de la fantasía y de la ilusión cuyos pobladores, y sus aventuras y desventuras espolearon nuestra imaginación y nos colmaron de felicidad en los mejores momentos de nuestra infancia.


Gordon Craig. 11-X-2006.

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