sábado, enero 21, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Pequeñas obras maestras. "El hombre orquesta".

De Rafael Ponce.
Con: Rafael Ponce
Dirección: Margarita Sánchez.
Madrid. Sala Cuarta pared. 14 de enero de 2006.

Asusta mirar la cartelera madrileña en este inicio de la segunda etapa de la temporada. Los estrenos que este enero frío y destemplado trae a los escenarios de los teatros comerciales -pero no sólo a ellos- corresponden en su mayoría abrumadora a traducciones de obras de dramaturgos foráneos consagrados en sus países de origen o a adaptaciones de novelas de éxito de autores extranjeros. La incursiones en el teatro de figuras estelares del cine como las de Méndez-Leite o Isabel Coixet, o las de los noveles en lides de dirección, como Echanove, siguen esa misma pauta; siempre teatro de texto en clave de estética naturalista y en el que la dramaturgia española parece haber sido decididamente condenada a las tinieblas exteriores. Se avecina un crudo invierno para nuestros autores, y no podemos dejar de ver en ello una actitud tan inexplicable como suicida. Porque obras, como las meigas, “haberlas, hailas”.

En medio de ese piélago de convencionalismo, ayuno de los mínimos atisbos de riesgo y de experimentación, resulta más gratificante si cabe el espectáculo, mínimo, que no nimio; individual, que no onanista, incisivo sin ser críptico, y divertido sin ser complaciente, que nos regala Rafael Ponce y en el que, por cierto, entre otras cosas, se ironiza sobre los tópicos y sobre la vacuidad de una teatralidad pretenciosa en las formas e incapaz de dialogar cara a cara con la realidad. Y no es que el montaje resulte particularmente novedoso; al menos formalmente no lo es, pudiendo considerarse una pieza clásica de café-teatro. Es la perspectiva lúcidamente escéptica desde la que se contemplan los mil y un aspectos de la realidad cotidiana abordados en los sucesivos esketches que componen la obra lo que le confiere originalidad.

Y es que, ciertamente, muchos de los breves escenas que componen esta pieza son pequeñas obras maestras; un concentrado de ingenio, de comicidad y de capacidad para comunicar con el espectador, al que el polifacético Rafael Ponce seduce, provoca, inquieta, divierte, sorprende durante la hora cumplida que dura el espectáculo, llevándole siempre a su terreno y cambiándole de tercio, sin perderle nunca la cara -por seguir con el símil taurino- para conseguir el milagro de captar su atención y de atraparle en una tupida red de sutiles sugerencias, guiños atrevidos y familiaridad cómplice.

El motor del espectáculo es la parodia, jocosa o grotesca, de la que no escapan ni el rancio profesor de Latín de instituto, ni las excentricidades del arte minimalista, ni la dependencia del móvil, ni la sonrisa beatífica de José Luis Rodríguez Zapatero, ni algunas zafias celebridades de las que integran la abigarrada fauna de colaboradores de los “late night” televisivos. Las herramientas: una voz y una gestualidad pródigas de recursos expresivos y el concurso de la música para las escenas mudas y como elemento de cohesión de las transiciones.

Gordon Craig. 16-I-2006.

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