miércoles, enero 11, 2006

TEATRO. Los Niños Perdidos. "Memorabilia"

De Laila Ripoll.
Con: Juan Ripoll, Mariano Llorente, Marcos León y Manuel Agredano.
Dirección: Laila Ripoll
Madrid. Teatro María Guerrero

Afirmaba Pirandello que todo sostén descriptivo o narrativo debería ser abolido de la escena. Se refería, obviamente, al teatro de sus contemporáneos; aunque si aplicáramos en sentido lato este postulado a la valoración de la escritura teatral actual, una parte significativa de la misma, incluyendo la mayoría de las piezas de nuestro teatro histórico, debería ser arrojada sin contemplaciones al contenedor de papel reciclado. Matizaba esa afirmación revelando lo que a su juicio constituía un defecto intrínseco en tales obras, un error de partida, consistente en arrancar de un hecho o de una situación dada, o de la reflexión suscitada a partir de la observación de dicha situación y “sacar de ella un drama”, mediante la adición de elementos exteriores “cuyas relaciones –decía-, los autores estudian, entrelazan y combinan, incluidos los personajes más idóneos para mostrarlo”. Mucho me temo que Laila Ripoll, que ha firmado espléndidos espectáculos como Atrabilis o La ciudad sitiada, por poner sólo un par de ejemplos, incurre en esta ocasión en los defectos que criticaba el maestro de Agrigento.


Ya en el mismo programa de mano que se nos entrega al entrar a la sala, junto a la ficha técnica del montaje, la autora, -o alguien autorizado por ella, supongo-, declara el objetivo del espectáculo: satisfacer la curiosidad de los que “quieren saber” acerca de las condiciones de vida de los represaliados por el régimen de Franco y las de los hijos de los represaliados. Legítimo objetivo, por cierto, que se sustancia en un vívido testimonio de la crueldad y de la saña con que fueron tratados muchos de los vencidos, inobjetable como documento histórico pero de escasa efectividad dramática. Es lo que tienen los aniversarios y ese afán de las instituciones de rememorar a fecha fija y al albur de las caprichosas combinaciones numéricas de los múltiplos de números enteros (milenarios, centenarios, quinquenarios, etc.) determinados sucesos pretéritos urgidos sus responsables por motivos de oportunidad y no estrictamente por criterios de naturaleza artística.

La frialdad glacial de la sala durante la representación del espectáculo demuestra que no ando descaminado, aunque al final se tributara un cerrado aplauso a los actores. A ello coadyuva en mi opinión el escaso grado de individuación de los caracteres, apenas sustentados en una común experiencia del infortunio y de sus secuelas psicológicas. El hecho de que sean actores adultos los encargados de representar a los personajes, niños o, a lo sumo, adolescentes, distorsiona todavía más el cuadro, pese al esfuerzo ingente del elenco, y en particular de Juan Ripoll que hace un trabajo excepcional en el papel de Lázaro. Asimismo, es demasiado evidente el artificio: el progresivo desvelamiento de las claves a cuya luz se van reinterpretando las escenas anteriores, mientras se alimenta la intriga con nuevas revelaciones monologadas (lo mejor de la obra) hasta llegar al viraje final –en la línea de Los otros, de Amenábar-, en el que se eleva el contenido de lo narrado a categoría de recuerdo mediante el expediente de convertir a los protagonistas en meros espectros, seres de pesadilla, que obsesionan a Tuso y acaban por trastornar su mente desequilibrada y enferma.

Meritorio esfuerzo, por tanto, y estremecedor documento de un pasado ominoso, que, lamentablemente, una cierta reserva, o prejuicio, si se quiere, nos induce a interpretar como fruto de oportunismo político. Una ocasión fallida, en fin, de hacer a los espectadores protagonistas de una genuina experiencia de la historia.

Gordon Craig.

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