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miércoles, marzo 04, 2009

TEATRO. Una comedia española. "El teatro al desnudo".


De Yasmina Reza.
Con: Ramón Madaula, Xicu Masó, María Molina, Cristina Plazas y Mónica Randall.
Dirección: Silvia Munt.
C.D.N. Teatro Valle-Inclán. Madrid.



Tras la ingeniosa y mordaz Arte y la penetrante y divertidísima Un dios Salvaje, que reseñábamos en estas mismas páginas hace apenas dos meses, estrena ahora el Centro Dramático Nacional en coproducción con el Teatro Nacional de Cataluña una nueva pieza, soberbia, de Yasmina Reza.

Más que esa supuesta “comedia española” con personajes, por cierto, de rabiosa actualidad, humanos, entrañables, con los que establecemos de inmediato un raro vínculo de cercanía y familiaridad, lo que la obra dramatiza es el ensayo mismo, o si se me apura, la condición radicalmente esquizofrénica del oficio de actor, que por necesidades de su profesión se ve obligado a someterse a una permanente disociación de su personalidad, a diferenciar su yo real de los múltiples seres de ficción que se ve obligado a encarnar, a veces, tras un arduo y doloroso proceso de autoanálisis siguiendo las indicaciones de un director exigente, o caprichoso, o de un autor infatuado.

La complejidad de la obra radica en que ese conflicto íntimo del actor no se desarrolla en un único plano o nivel de ficción, sino que se estratifica en las múltiples capas en que se desdobla la acción dramática en un deslumbrante ejercicio de virtuosismo compositivo pirandeliano, que va más allá de lo simplemente metateatral. Y es que es inevitable no recordar a los Seis personajes en busca de autor del dramaturgo de Agrigento, solo que ahora son cinco actores que se buscan a sí mismos a través de los personajes que interpretan, sin conseguir, a lo que parece, encontrarse, mientras crean para nosotros los espectadores, y quizá para ellos mismos, una ficción, una ilusión que les haga más llevadera la realidad.

Silvia Munt sortea con gran pericia los escollos de la endiablada complejidad estructural de la obra marcando los tiempos y haciendo perceptibles para el espectador cada unos de los planos en los que se despliega la acción; los intérpretes por su parte, realizan, sin excepción, un trabajo espléndido y consiguen que aflore nítida, distinta, la verdad última de cada uno los personajes/actores que interpretan, su drama personal, que no es otro que aquel al que se refería el Padre hablando con el Director de la compañía en un momento del primer acto de la citada obra de Pirandello: “Para mí todo el drama está en mi convencimiento de que cada uno de nosotros cree ser siempre el mismo, pero no es así (...) nos hacemos la ilusión de ser siempre ‘uno’ en cada momento de nuestros actos, pero no es verdad”.

La puesta en escena muestra el teatro desnudo donde son visibles los contornos de la caja, las baterías de focos, un practicable, unos asientos y unos bastidores donde se proyectan a gran tamaño y en perspectivas invertidas, planos grabados de los actores y actrices mientras estos interpretan los monólogos intercalados en la acción principal, coadyuvando a focalizar el centro de interés y a incrementar esa multiplicidad de puntos de vista a que aludíamos arriba provocando un curioso efecto sensorial de percepción simultánea que contribuye a pulverizar definitivamente la linealidad del relato, y de paso, cualquier prejuicio antirealista. Este alarde técnico, no suplanta, empero, los elementos nucleares en los que el montaje se fundamenta: un texto ágil, incisivo, de variados registros, que recurre a la ironía, a la parodia, a la intertextualidad -impecable la traducción de Fernando Gómez Grande-, y un trabajo riguroso de los actores; antes bien le confiere un atractivo especial y confirma de paso las ingentes posibilidades del lenguaje teatral cuando hay medios y talento para desarrollarlo.

Un espectáculo, en fin, de gran belleza plástica, una magnífica opción, para darse un festín de verdadero teatro.

Gordon Craig.

Una comedia española.

jueves, diciembre 04, 2008

TEATRO. Un dios salvaje. "El dudosos poder civilizador de la cultura".

De Yasmina Reza.
Con: Aitana Sánchez-Gijón, Pere Ponce, Maribel Verdú y Antonio Molero.
Dirección: Tamzin Townsend. Madrid. Teatro Alcázar.



De nuevo Yasmina Reza vuelve por sus fueros con una comedia ácida y desternillante que lleva dos meses arrasando en el teatro Alcázar de Madrid. Tras el éxito clamoroso de Arte (que ahora sube a los escenarios madrileños por tercera vez consecutiva), el estreno de Un dios salvaje, precedido por su triunfo en París y en Londres, había generado unas expectativas que se han visto plenamente confirmadas, como atestigua la afluencia masiva de público a sus representaciones y los aplausos que noche tras noche cosecha la función.

Y es que no es para menos. Estamos ante un texto inteligente, que suma a su aguda penetración psicológica el planteamiento de problemas de la más estricta actualidad con un lenguaje conciso y directo; a su vez el elenco está integrado por conocidísimas caras del “show business” que además son intérpretes de aquilatada solvencia; y por último, cuenta con la atinada labor de Tamzin Townsend como maestra de ceremonias.

La historia, insulsa, en apariencia, recrea el encuentro de dos matrimonios de la clase media acomodada que se reúnen una tarde para solventar un pequeño incidente familiar: una pelea entre sus hijos, a la sazón compañeros de colegio, en la que uno ha propinado al otro un golpe con un palo y le ha roto dos dientes. La intención mutua de resolver el contencioso civilizadamente pronto se ve superada por las circunstancias y las buenas maneras se truecan en un comportamiento violento y atrabiliario viniendo a quedar de manifiesto que la cortesía, el respeto y la consideración no son sino máscaras que esconden la verdadera naturaleza de los protagonistas: la vulgaridad, la agresividad y la intolerancia.

La acción avanza imparable hacia un desenlace anunciado ya casi desde los primeros compases, pese a ello la tensión dramática no decae en ningún momento gracias a la constante inversión de las situaciones y al intercambio de “alianzas”, si es que puede llamarse así, ya que los bandos en conflicto no están integrados siempre por los mismos contendientes. Al principio el conflicto es entre parejas para desplazarse enseguida al interior de cada pareja; luego son los hombres quienes hacen piña frente a las mujeres y viceversa; a veces, tres de ellos se alinean frente a la intransigencia de un cuarto que quiere imponer a toda costa su criterio. Y vuelta a empezar, en un carrusel de clímax y anticlímax que constituyen un verdadero prodigio de construcción dramática un continuum de situaciones a cual más pintorescas y descabelladas que hacen las delicias del público, a la vez que le obligan a replantearse el tópico comúnmente admitido del poder civilizatorio de la cultura.

Gran parte del mérito, como ya hemos dicho, cabe atribuírselo a la directora, que ha cogido el punto entre tragicómico y burlesco con ribetes de alta comedia de la obra y que controla con pulso firme unas situaciones que en manos menos expertas derivarían en excesos de zafiedad o de histrionismo. Pero el mérito mayor corresponde sin duda a los intérpretes, que bordan literalmente sus personajes aportándoles una riqueza de matices realmente apabullante. Antonio Molero es el bonachón y conciliador Miguel, ha cedido, obviamente, la iniciativa a su mujer, Verónica, aunque no desaprovecha la ocasión de sacudirse de encima sus complejos y plantarle cara cuando se encuentra respaldado. Lástima que no haya conseguido limar del todo ciertos tics televisivos que se manifiesta aquí y allá en un impostación forzada y un tanto artificiosa. Maribel Verdú es Ana, tras cuya pose de resignada madre de familia y esposa feliz se esconden la frustración y el resentimiento que afloran de forma virulenta a la menor ocasión. Pere Ponce es su marido, un displicente y hosco especimen de macho ibérico convencido de que desde que el mundo es mundo las relaciones humanas se gobiernan por la ley del mas fuerte; grosero y desagradable hasta la exasperación considera que esa reunión es una pérdida de tiempo y sólo se anima cuando la discusión amenaza con convertirse en auténtica batalla campal. Una espléndida creación de personaje, contrapunto del de Verónica (Aitana Sánchez-Gijón), una fervorosa defensora de los buenos modales y del fair play, hasta que se le lleva la contraria, naturalmente, porque entonces se pone hecha una furia y es incapaz como los demás de controlar sus emociones y su histerismo. El personaje más redondo, quizá, de los que ha creado hasta ahora la dramaturga francesa, esta mujer abanderada de las bondades del progreso y paradigma de un cierto feminismo militante parece haber encontrado en Aitana Sánchez-Gijón el molde perfecto para materializarse en escena, en una conjunción casi milagrosa que raramente tenemos oportunidad disfrutar.

En fin una obra de comicidad desbordante aunque su mensaje último sea un tanto desesperanzador. El tipo de montaje con el que sueña cualquier productor para sanear la cuenta de resultados de su empresa durante una larga temporada. Un espectáculo divertido y muy bien hecho que nadie debería perderse.

Gordon Craig.

Un dios salvaje. Teatro Alcázar.