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viernes, enero 10, 2014

TEATRO. Carlota. "Por matar el aburrimiento".



De Miguel Mihura.
Con: Carmen Maura, Alberto Jiménez, Alfonso Vallejo, Pilar Castro, Vicente Díez, Pedro G. de las Heras, Natalia Hernández, Jorge Machín, Antonia Paso, Carlos Seguí. 
Escenografía y vestuario: Felype de Lima.
Dirección: Mariano de Paco.
Madrid. Teatro María Guerrero. 



            Carlota es una divertidísima comedia de enredo con trasfondo de intriga policíaca. En ella Mihura despliega sus mejores dotes de humorista y toda su fecunda imaginación creadora al servicio de una trama asaz alambicada y rocambolesca pero que mantiene vivo en todo momento el interés del espectador merced a su habilidad para dar consistencia al desarrollo de la intriga hasta el mismísimo momento de la secuencia final, ontológica, cuyo contenido no revelaremos, por razones obvias, pero que, anticipamos, es todo un alarde de sutileza a la altura de los mejores maestros del suspense. Para darnos una idea del sesgo cómico-burlesco que toma la truculenta historia de los Barrington, baste saber, por el momento, que el devenir de los acontecimientos está causado por la disparatada y peregrina idea de la protagonista, Carlota, de que para que su segundo marido, Mr. Charlie Barrington, no se muera de aburrimiento como el anterior, lo mejor es alimentar las sospechas de que es ella la que asesina a la gente que se interpone en su camino.

            Con pinceladas de sátira social (contra el esnobismo y otros convencionalismos de clase imperantes en la época) Carlota es sobre todo una hilarante parodia del teatro policíaco en la que todos los elementos del género, desde el móvil para la comisión del delito pasando por el desarrollo de las pesquisas policiales, hasta la supuesta sagacidad del detective encargado del caso son puestas en solfa por la pericia del autor para desenmascarar el tópico y los prejuicios y por su proverbial sentido del humor, un humor de situación basado en el malentendido y en la comicidad verbal, con réplicas trufadas de frases ingeniosas o absurdas que rompen la coherencia del discurso y la más mínima lógica causal.

Mariano de Paco ha hecho una lectura inteligente de la obra marcando el ritmo adecuado y dosificando en su justa medida los términos del equívoco y la ambigüedad calculada de cada escena, lo cual no es tarea fácil, habida cuenta la complejidad de los hilos de la trama. Ha contado, eso sí, con un equipo artístico y con un elenco excelentes. La ambientación es espléndida, empezando por la presentación en clave cinematográfica de la obra, siguiendo por un espacio sonoro que moviliza todos los recursos y efectos especiales propios del cine de género de la época de los 60 y terminando por un cuidado vestuario de Felype de Lima, sobre todo el de las féminas donde la sobria elegancia de Carlota compite con la sofisticación un tanto fatua de Christie o las estridencias de Miss Margaret. Todo ello sin olvidar la escenografía, que recrea el típico interior burgués donde se desarrolla la acción sometiéndolo en sus formas y dimensiones a un riguroso proceso de estilización hiperbólica.

La hipérbole inspira también el proceso de acercamiento de los actores a sus respectivos personajes, asociada a una suerte de candorosa ingenuidad que adorna habitualmente a todas las criaturas de Mihura: Velda y John Manning (Pilar Castro y Carlos Seguí), parecen sacados de una vetusta mazmorra de la casa de la familia Adams; el doctor Wats (Vicente Díez) es un desgarbado y enclenque sabueso, burdo remedo del doctor Watson hitchcockiano, que da la réplica al sabelotodo y campanudo detective Douglas Hilton (Alfonso Vallejo); Margaret (Natalia Hernandez) es una melindrosa y pizpireta mosquita muerta, viéndola uno percibe toda la aversión de Mihura hacia la cursilería. Todos ellos y ellas son tipos simpáticos y sin malicia alguna, como el apocado y servicial sargento Harris (Jorge Machín) o la ignara, coqueta y encantada de haberse conocido Mrs. Christie (Antonia Paso). Pero donde el autor manifiesta todo su genio e inventiva es sin duda en la creación de los personajes principales, Charlie y Carlota, felizmente encarnados, hay que apresurarse a decirlo por Alberto Jiménez y Carmen Maura. El primero despliega su más feraz y encantadora veta cómica en el papel del cauto, pusilánime y desconfiado Mr. Barringon; con su vocecilla en falsete, su afabilidad y su mansedumbre un tanto perruna es un verdadero maestro en guardar las apariencias y consigue engañarnos a todos y granjearse nuestra simpatía. Carmen Maura, a quien no habíamos tenido ocasión de ver sobre las tablas, asume con una contención y una naturalidad encomiables el papel “femme fatal”, la singularidad de su personaje radica precisamente en el contraste permanente entre esa naturalidad con la que ofrece una tacita de té o sus remedios de botica a sus amigos y la horrenda magnitud de los crímenes que se le atribuyen; su mohín ligeramente maternal, sus miradas pícaras o su entonación afectadamente despreocupada nos permiten alentar la sospecha de que, en efecto, esconde algún inconfesable misterio tras su carácter bondadoso, bienintencionado y jovial.

Gordon Craig.


miércoles, abril 04, 2007

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. En la ardiente oscuridad. "Contra el conformismo y la resignación".

De Antonio Buero Vallejo.
Con: Victoria Alvás, Miguel Ángel Jiménez, Juan Ignacio Ceacero, Raquel del Álamo, David Alarcón, Olalla Escribano, Jesús de León, Esperanza Candela, Roger Pera, Francisco Vidal, José Luis Matienzo y Victoria Rodríguez.
Dirección: Mariano de Paco Serrano.
Teatro Buero Vallejo, 23 de febrero de 2007.

Esta obra de Buero es la primera de una extensa y variada producción dramática y fue escrita en 1946, aunque su estreno tendría lugar cuatro años más tarde, después del éxito de Historia de una escalera. Muestra ya, en embrión, muchos de los elementos más significativos de su dramaturgia y también sus limitaciones. En un ambiente dominado por un teatro de “evasión”, espectáculos de carácter folclórico u obras que exaltaban los valores patrióticos, Buero vino a reintroducir en el teatro la complejidad, la exigencia técnica y una temática vinculada a los grandes problemas del hombre moderno, pero a la vez, esta pieza, influenciada por el teatro de Unamuno, prefigura ya su tendencia a la abstracción y a la alegoría, más allá de una respuesta inmediata a la opresión y a la falta de libertades del momento. Piénsese que por esa época, Máx Aub escribiría el San Juan y Alfonso Sastre daría a luz el violento alegato antimilitarista que fue Escuadra hacia la muerte.

Con la perspectiva que proporciona el tiempo transcurrido desde su estreno, casi sesenta años, este pulcro y sobrio montaje de Mariano de Paco nos permite descubrir la verdadera dimensión simbólica de En la ardiente oscuridad. Ignacio no es solamente un joven invidente que no se resigna a aceptar su ceguera y que está dispuesto a enfrentarse a quienes, como el resto de los internos de la institución, se fabrican una mentira consoladora para que su tara física les resulte soportable; es el paradigma del hombre moderno tratando de satisfacer sus ansias de absoluto, de libertad y de felicidad, enfrentado a sus propias limitaciones. Y el hermoso espectáculo de la luz de un cielo estrellado, cuya contemplación anhela Ignacio, es más bien el deseo insatisfecho del hombre de explorar cuanto ignora y de aprehender su misterio.

Pero la inscripción del conflicto en un plano existencial, su condición de meditación metafísica de alcance universal, no anula su dimensión contingente; los personajes se mueven por sentimientos e intereses reales, cotidianos. Todos buscan el afecto y la comprensión de los demás pero evitan a toda costa la conmiseración; Don Pablo pone su proceder al servicio de la institución y al suyo propio cuando intenta sin éxito que Ignacio abandone el centro, y cuando, luego, no quiere que trascienda la verdad de lo ocurrido; Elisa no quiere que cambie el estatus quo por temor a perder a Miguelín y Carlos, por temor a perder a Juana y porque de otro modo se desmoronaría su nada seguro universo de convicciones. Ignacio no se marcha, porque se ha enamorado de Juana y la quiere para sí; en cuanto a esta última es quizá la más tierna y comprensiva, seducida por la personalidad y las ideas de Ignacio se enamora de él, pero cuando muere abraza de nuevo a Carlos como a su tabla de salvación.

El montaje en su conjunto, traduce con fidelidad y rigor las exigencias del texto y permite que su mensaje de inconformismo llegue con nitidez a los espectadores; la dirección es atinada y notable el trabajo de los actores, que trasmiten el complejo universo de relaciones a que hemos aludido, aún contando con la dificultad añadida de tener que vehicular los sentimientos y emociones de los personajes sin la inestimable ayuda de la mirada, la gestualidad y el contacto físico propio de personas sin esa grave discapacidad.

Buero sigue estando vigente; y su invitación a perseguir la verdad y su negativa a transigir con la complacencia, con la resignación y con la hipocresía de “fingir una normalidad que no existe” resulta, cuando menos, oportuna, en estos tiempos de embaucadores y de predicadores de falsos paraísos

Gordon Craig.
23-III-2007.