martes, octubre 11, 2016

TEATRO. Dos nuevos Entremeses, nunca representados. "Vino añejo en odres nuevos".

Título: El rufián viudo llamado Trampagos y La guarda cuidadosa.
Autor: Miguel de Cervantes.
Con: Silvia Acosta,Víctor Antona, Vivi Atienza, Carmen Bécares, Claudia Coelho, Xana de Mar, Ion Iraizoz, Jesús Luque, Juan Paños, Luna Paredes, Pablo Rodríguez, Nicolás Sanz, José Juan Sevilla, Marcos Toro, Carmen Valverde y Aida Villar.
Dramaturgia: Brenda Escobedo.
Ambientación: Silvia de Marta.
Musica: Eduardo Aguirre de Cárcer.
Dirección: Ernesto Arias.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias.


Con ocasión de la reposición en 2014 de los Entremeses -espectáculo inaugural del teatro de la Abadía allá por el año 1994- escribíamos que tal montaje constituía una muestra bien representativa del que vendrá a ser el impagable legado a la escena española contemporánea del actor, director y académico José Luis Gómez, impulsor y alma mater durante estos más de 20 años del quehacer artístico del teatro de la calle Fernández de los Ríos.

El presente estreno de estos Dos nuevos Entremeses nunca representados (El rufián viudo llamado Trampagos y La guarda cuidadosa) cuya dirección José Luis Gómez ha encomendado a Ernesto Arias constituye el inicio gozoso y esperanzador de una nueva época donde los alumnos del maestro han tomado la batuta para continuar y expandir su proyecto.

Y quien vea este nuevo montaje podrá concluir que la continuidad está garantizada. El mismo árbol de entonces enseñorea ahora la escena y los mismos “mozos” y “mozas” que se rendían al sueño bajo sus ramas bañadas por la luna, despiertan ahora rejuvenecidos, como tocados por la magia de Oberón en El sueño de una noche de verano, para acompañarnos por los procelosos vericuetos de la febril imaginación cervantina. Y la misma exigencia renovada por un riguroso trabajo de expresión corporal -entre la disciplina grotowskiana y el virtuosismo y la sutileza de la comedia del Arte-, y el mismo empeño en situar la alocución escénica en el lugar de excelencia que se corresponde con el grado de elaboración artística de los textos a los que sirve.

Se trata de dos piezas de una comicidad rotunda, desbordante, bufonesca, de raigambre popular; dos textos codificados en un lenguaje de gran expresividad y plagado de términos de “germanía” que los actores incorporan con una extraordinaria naturalidad haciendo que suenen casi como el habla cotidiana. El resultado es una fiesta; una bacanal, estaríamos tentados de decir, si recordamos la francachela que se corren Trampagos y sus compadres para celebrar sus esponsales con su nueva pupila, la Repulida; dejémoslo en una orgía para los sentidos, donde música -espléndido trabajo de Eduardo Aguirre de Cárcer-, danza, gestualidad y palabra y se aúnan en un raro ceremonial de encantamiento. Y aunque traído un poco por los pelos -¿cómo contrapunto del registro rabiosamente popular de los entremeses?- agradezco sinceramente a Brenda Escobedo y a Ernesto Arias que hayan recuperado para el colofón del espectáculo parte del delicioso y discreto monólogo de la pastora Marcela de la primera parte de El Quijote y por el que siento especial predilección; modelo de elegancia y perfección es sin duda uno de los pasajes más hermosos de la literatura española.

Es tarea imposible ponderar individualmente el trabajo de un elenco tan numeroso y que muestra tan cumplidas como variadas habilidades, el canto, la danza o el manejo de instrumentos musicales. Cabe resaltar el movimiento escénico de conjunto en las numerosas escenas corales, pese a que en ocasiones el escenario se les queda inevitablemente pequeño. En La guarda cuidadosa debo destacar el donaire y desparpajo de la criadita Cristina (Luna Paredes) a la hora de elegir a su pretendiente y la atinada parodia del soldado fanfarrón que hace Ion Iraizoz. El tono paródico pero volcado a una sátira más acerba impregna en general a los personajes del segundo de los entremeses, con figuras de tintes valleinclanescos, en particular las tres “mozas del partido” la Pizpita, (Claudia Coelho), la Mostrenca (Carmen Bécares) y la Repulida (Xana del Mar) que rivalizan en descaro y zalamería para atraerse la voluntad de Trampagos; con la exhibición impúdica de sus atributos, sus gestos obscenos y su lenguaje procaz encandilan a los paisanos, al pendenciero Chiquiznaque (Ion Iraizoz) y al rústico patán encarnado por Nicolás Sanz. Marcos Toro hace una espléndida recreación del Trampagos, un taimado bergante que vive del comercio carnal de sus pupilas; la escena inicial del planto por la pérdida de la Pericona es antológica. Y no lo es menos el fin de fiesta en el que se celebra por todo lo alto la liberación de Escarramán (estupendo José Juan Sevilla), el misterioso cautivo en Berbería que se revela consumado danzante y seductor. Como contrapunto a la hiperactividad gestual de los integrantes de esta escena de lascivia, embriaguez y desenfreno Carmen Valverde, en una serena, casi hierática Marcela, se erige en una consumada maestra del “ars bene dicendi” renacentista.

En esta época de menosprecio y decadencia del idioma, en pleno apogeo de las fuerzas disgregadoras que amenazan con romper la unidad de España y menoscabar su rico acervo cultural heredado de siglos, el estreno de espectáculos como el que comentamos, fruto de una indagación exhaustiva y rigurosa en el universo cervantino, pilar indiscutible e indiscutido de ese rico patrimonio cultural común que es nuestra lengua española abre un pequeño resquicio de esperanza e invita a mirar el futuro con optimismo.

Gordon Craig.

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