miércoles, mayo 28, 2014

TEATRO. La Venus de las pieles. "El extraño encanto de la humillación".

De David Ives.
Con: Clara Lago y Diego Martín.
Versión y dirección: David Serrano.
Madrid. Naves del Matadero.



La Venus de las pieles dramatiza las turbulentas relaciones de Severin von Kusiemski con Wanda von Dunajew relatadas por Leopold von Sacher-Masoch en su novela homónima y basadas en las propias experiencias del escritor con Fanny von Pistor en un balneario de los Cárpatos y con Aurora Rümelin, la mujer con la que posteriormente contrajo matrimonio.

La obra comienza cuando Diego, el director teatral que ha escrito precisamente una adaptación de esta obra, está a punto de terminar una agotadora jornada de casting en busca de una actriz para el papel protagonista en el montaje que está preparando. Mientras habla por teléfono con su prometida para darle cuenta de lo infructuoso de sus esfuerzos irrumpe como un ciclón en el set de ensayos Vanda, disculpándose por su retraso y echando pestes de la lluvia y del tráfico que la han impedido llegar a tiempo a la cita. Él intenta quitársela de encima pero ella insiste una y otra vez sirviéndose de todo los medios y argucias imaginables para convencerle de que le permita hacer una prueba, entusiasmada ante la estimulante perspectiva -según cree ella- de interpretar escenas de carácter sadomasoquista. Cuando éste, por fin, accede a sus deseos, halagado en su ego por los elogios de Vanda comprueba atónito como esta atolondrada e incontinente jovencita que el había menospreciado por ignorante esconde una actriz de verdadero talento.

A medida que avanza la “lectura” y el análisis de las diversas escenas -ella en el papel de Wanda y él dándole la réplica como Severine-, vemos cómo, progresivamente, se van invirtiendo los roles, ella cada vez más segura de sí misma, más dominante y él, más dubitativo y sometido, inerme ante la enérgica vitalidad y la resolución de su oponente. El plano real de la acción se va impregnado más y más del plano ficticio, como si los actores se fueran empapando de las vivencias de los personajes que representan en un peligroso juego de control y sumisión que culmina por revelar la verdadera personalidad de ambos y sus deseos más inconfesables.

En tanto reescritura, o por mejor decir, glosa, de la obra de Sacher-Masoch el texto trasmite esa tan lúcida como aterradora visión de los extremos de degradación a los que puede conducir en los casos límite la búsqueda del placer y la satisfacción de la sexualidad libre de ataduras morales; respeta asimismo los clarividentes juicios del autor acerca de la verdadera condición femenina cuando la mujer pueda mostrarse tal y como es y con total libertad (“Quiero ver qué mujer surgirá cuando llegue a ser ella misma un individuo” le espeta Wanda a Severin en una de sus acaloradas discusiones sobre la supeditación de la mujer al varón); pero el tono de la obra es completamente desenfadado y de una comicidad desbordante, que se evidencia sobre todo por el contraste de caracteres, un contraste, hay que apresurarse a decir que subraya acertadamente el director del espectáculo y que llevan a buen término en un espléndido trabajo los actores, la jovencísima Clara Lago y un experimentado Diego Martín. La primera presta su frágil complexión física a la impulsiva, extrovertida, sagaz y vehemente Vanda, reverso del reflexivo, perfeccionista y un tanto obsesivo Diego, incapaz, sin el empuje y la arrolladora personalidad de Vanda de recorrer el camino que le lleva a descubrir su yo más auténtico, su lado más oscuro. Y no sabría decir cuándo están mejor, cuándo es más vívida la identificación con sus personajes respectivos, si en los momentos dulces de máxima sintonía, cuando parecen almas afines, o en aquellos en que sus discrepancias con el texto o cuando se reprochan sus mentiras o su hipocresía o su cobardía les llevan a enfrentamientos de una virulencia extrema. Quizá destaca en Diego Martín su habilidad para reproducir el proceso de transformación de su personaje hasta alumbrar sus deseos reprimidos y su verdadera naturaleza masoquista y en Clara lago, sus repentinos cambios de rol y sus salidas de pata de banco que rompen los esquemas del meticuloso director sacándole de sus casillas y que provocan la hilaridad del público.

Gordon Craig.

La Venus de las pieles, en Las Naves del Matadero, Teatro Español.

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