martes, enero 04, 2011

TEATRO. Prometeo. "Autoritarismo y trasgresión".


De Esquilo / Heiner Müller.
Con: David Bagés, Lluïsa Castell, Carme Elías, Llorenç González, Pepa López, Albert Pérez.
Dramaturgia: Spablo Ley y Carme Portaceli.
Dirección: Carme Portaceli.
Madrid. Teatro Valle-Inclán.. 29 de diciembre de 2010.


Como escribe Albin Lesky, la tragedia ática es por encima de todo un arte social, una manifestación artística que extrae su fuerza directamente de la vida de la comunidad. No es de extrañar, por tanto, el interés de Heiner Müller por los textos clásicos, un interés que nace de sus inquietudes políticas y en particular de su empeño por comprender la influencia de los condicionantes históricos en el devenir de las revoluciones. De hecho, Prometeo contraviniendo el dictado de los dioses olímpicos, a quienes roba el fuego sagrado para donárselo a los mortales, encarna espléndidamente la figura del héroe rebelde que, tras haber participado en la revolución de los Titanes contra Cronos, es capaz de desafiar el poder del nuevo tirano, el todopoderoso Zeus, y sufrir después las consecuencias en forma de durísimo castigo, y asumirlas responsablemente.


En la dramaturgia de Pablo Ley y Carme Portaceli, el contenido de la obra de Esquilo, respetado casi en su literalidad por Müller, viene precedido por una breve síntesis de los antecedentes del suplicio de Prometeo extraída probablemente de la Teogonía de Hesiodo y termina con un epílogo-desenlace (tomado, al parecer, de otro texto de Müller) que tiene una clara intencionalidad desmitificadora y que está constituido por una descarnada e irreverente parodia del la liberación del héroe por parte de Heracles y representada a ritmo frenético por unos supuestos fans del titán ataviados con atuendo paramilitar y camisetas que llevan serigrafiada su imagen. Respecto a la puesta en escena, la clásica roca o peñasco a la que Hefestos y sus esbirros Cratos y Bía encadenan a Prometeo es sustituida por una torre de vigilancia a la que se accede por un pasadizo flanqueado de focos y de alambradas que sugieren con bastante fidelidad la imagen de una campo de concentración.

En general, la concepción del espacio escénico y de la ambientación musical así como el trabajo de los actores -muy físico y de marcado expresionismo- se compadecen bien con la naturaleza del texto construido con frases lapidarias, de un ritmo solemne y con una sintaxis sometida al imperio del hipérbaton. En conjunto hallamos un todo coherente alejado de los patrones al uso en el tratamiento de los textos clásicos, que obliga al espectador a una recepción analítica del texto en la que está vedada cualquier posibilidad de un acercamiento por empatía a los anhelos, las desdichas y las tribulaciones de los personajes. Cabe encontrar, no obstante, distintos niveles en el grado de consecución de los objetivos de un modo de expresión tan formalizado. En Carme Elías (Prometeo), en Gabriela Flores (Coro) y en Pepa López (Océano) aún se perciben algunos rasgos de gestualidad espontánea que vienen a subrayar la expresión verbal de sus estados anímicos. La primera es la que muestra una entonación más acordada y una insospechada gama de registros, desde la aceptación resignada a las expresiones más violentas de orgullo, ira o ferocidad; en la segunda, cuya entonación y ademanes son por lo general ponderados, no podemos dejar de advertir aquí y allá desde el recitativo del prólogo evidentes dificultades con la prosodia castellana. Los demás apenas si hacen concesiones a la espontaneidad naturalista y se esfuerzan, generalmente con éxito, por adaptar la entonación a un movimiento y a una gestualidad hiperbólicos de filiación farsesca. En este sentido, David Bagés (Hermes), Lloreç González (Fuerza) y sobre todo Lluïsa Castell en el papel de Io, una azorada ninfa, siempre en tensión y presa del miedo y de la angustia, hacen un trabajo notable.

Gordon Craig.

CDN. Prometeo.

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