lunes, enero 11, 2010

TEATRO. Glengarry Glen Ross. "Homo homini lupus".

De David Mamet.
Con: Carlos Hipólito, Ginés García Millán, Alberto Jiménez, Andrés Herrera, Gonzalo Castro, Jorge Bosch y Alberto Iglesias.
Dirección: Daniel Veronese.
Teatro Español, Madrid. 8 de enero de 2010.


Ahora que estamos en horas bajas, -pero ¿qué digo horas bajas?, en plena crisis económica, con unas demoledoras cifras de parados que no dejan de crecer y crecer- y que se apunta a la quiebra de los sectores financiero o inmobiliario (y por extensión, a la del sistema capitalista mismo), como causantes de todos los males que nos aquejan, resulta fácil decretar la actualidad de una obra como ésta en la que los que se despedazan entre sí en una feroz lucha por la supervivencia, son precisamente, los miembros de una oficina de venta de propiedades inmobiliarias. Pero no conviene engañarse, el mismo o parecido clima de mentiras, de chantajes, de corrupción y de bajeza moral podría, probablemente, encontrarse entre los miembros de cualquier otro colectivo humano, desde una célula terrorista a la ejecutiva de un partido político. Creo que Mamet va más allá de una coyuntura concreta y apunta por elevación a la naturaleza humana, o como escribe en su brillante ensayo Los tres usos del cuchillo, al mundo en que habitamos, extraordinariamente depravado y salvaje, “donde las cosas no son en absoluto justas y equitativas”.

Con ligeras variaciones, supresiones y cambios de emplazamiento de algunas escenas, como viene siendo habitual en sus anteriores adaptaciones de obras de otros autores, Daniel Veronese da una vuelta de tuerca a la ya de por sí tensa trama de Mamet, lo que da como resultado una intensificación del dramatismo de algunos momentos cruciales, sin aportar nada nuevo, a mi entender, a un desarrollo de la acción dramática meticulosamente diseñado por el autor para conseguir el efecto que pretende: captar la atención del espectador durante una hora y pico que dura el espectáculo mientras el escenario se convierte en un espejo en el que ese espectador ve reflejado lo arrogante, lo inhumano, lo manipulador, lo miserable y falto de escrúpulos que puede llegar a ser en caso de que tuviera que enfrentarse a una situación desesperada.



El texto es incisivo, y habilísima la trama, como hemos dicho, pero no hay que restarle méritos a la puesta en escena, una espléndida escenografía de Andrea D’Odorico, una notable labor de dirección, y un trabajo concienzudo de los actores. El resultado es excelente, de suerte que, a la vez que nos repele el comportamiento inhumano y canallesco de los protagonistas, experimentamos una rara e intensa atracción hacia lo que ocurre en el interior de la escena, arrebatados en la misma vorágine que arrastra a los personajes e hipnotizados por una realidad que sabemos del orden de la ficción pero que no es por ello menos verdadera. El ritmo endiablado que imprime Veronese al desarrollo de la acción, con un vertiginoso cruce de réplicas entre los personajes espoleados por la necesidad acuciante de imponer sus criterios, de embaucar a su antagonista, de amenazarlo, de menospreciarlo o de humillarlo deviene en un naturalismo de nuevo cuño que muestra una extraordinaria eficacia para atraer, abducir, podría casi decirse, al espectador, abstrayéndolo del mundo real y sumiéndolo en el de la ficción.

No es el menor aliciente del montaje el que haya reunido en el reparto a un grupo de espléndidos actores que raramente tenemos ocasión de ver juntos. No es cuestión de hacer distingos, porque cada uno asume su papel con sobrada solvencia y oficio, aunque tienen mayor oportunidad de lucimiento Ginés García Millán en el frío e implacable Williamson, Alberto Jiménez en el intrigante y quisquilloso Moss, Carlos Hipólito que estaría redondo en el papel del desesperado y patético Shelley Levene si no fuera por la reiteración al final de sus frases de un patrón de entonación estereotipado y de un timbre entre cursi y amanerado de extraña filiación woodyallenesca; respecto a Gonzalo de Castro hace una fenomenal creación del astuto y desaprensivo Roma. La escena del primer acto en la que despliega ante el cohibido y pusilánime Lingk (Jorge Bosch) todas sus artes de persuasión y su estrategia es antológica.

Un espectáculo, en fin, brillante y al que podría calificarse de intachable si fuera un poco menos parasitario, o tributario, si se prefiere, de la película que sobre esta pieza y con guión del propio David Mamet realizó en 1992 James Foley, con un reparto sobresaliente, por cierto, en el que figuraron numerosos actores oscarizados de Hollywood.

Gordon Craig.

Glengarry Glen Ross. Teatro Español.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Fui a ver la obra el penúltimo día de representación y me gustó bastante. Gonzalo de Castro y Carlos Hipólito lo hicieron fenomenal. Un retrato demasiado parecido a lo que se vive en estos días en más de un trabajo...
Saludos.