martes, enero 19, 2010

TEATRO. Bailando en Lughnasa. "Aquel verano del 36".

De Brian Friel.
Con: Raúl Fernández, María Pastor, Elia Muñoz, Yolanda Robles, Carmen Gutiérrez, Victoria dal Vera, Juan Pastor y Alex Tormo..
Dirección: Juan Pastor.
Teatro de la Guindalera, Madrid. 15 de enero de 2010.


No se si era William Layton quien decía que el teatro es síntesis de la realidad, que una buena obra teatral debería de ser capaz de contener en el estrecho límite temporal de su hora y pico o dos horas de duración más crisis, enfrentamientos y conflictos que en la mayoría de las vida de cualquiera de nosotros. Brian Friel, un maestro consumado de la carpintería teatral, lo sabía muy bien y lo demuestra en este prodigio de composición que es la obra que comentamos. Desdoblando a uno de sus personajes, Michael, que participa en los hechos dramatizados y, a la vez, ya adulto y convertido en narrador, evoca desde la distancia esos mismos sucesos del verano de 1936 que son el argumento de la obra, ensancha el rango temporal de la misma enriqueciendo su contenido merced a un curioso efecto provocado por el cambio de perspectiva, a la vez que coadyuva a hacer explícito uno de los temas principales de la pieza, la angustia e incertidumbre con la que los personajes viven el final de un tiempo caduco y el alumbramiento de una época nueva.


Intercalados con la narración de Michael, cuya memoria embellece, amplifica o difumina según los casos, los episodios narrados y la importancia de sus protagonistas, la obra recrea con el verismo y la crudeza del más puro naturalismo el paso de los días (unas semanas apenas del verano de 1936), de una humilde familia irlandesa formada por cinco hermanas solteras de mediana edad y un hermano más mayor, el padre Jack, antiguo oficial del ejército imperial británico, posteriormente misionero en África que, envejecido y enfermo acaba de volver su tierra natal, a la casa familiar del pueblecito de Ballybeg. Tan sólo Cris ha mantenido una relación de verdad con un hombre, Gerry Evans, de la cual es fruto Michael; las demás permanecen prácticamente encerradas en casa dedicadas a las tareas domésticas y al cuidado del hermano y sometidas a la tiranía impuesta a partes iguales por la férrea moral católica de Kate, la mayor de ellas, y por el opresivo ambiente social de una pequeña comunidad de la Irlanda profunda apegada a sus tradiciones. La inminencia del baile anual de la Lughnasa, la fiesta de la recolección, y las apariciones esporádicas de Gerry, que ha abandonado a Cris apenas nacido Michael, son los elementos desencadenantes del enfrentamiento entre las hermanas.


El montaje revela un alto grado de exigencia artística en muchos sentidos. En primer lugar por lo que respecta a la escenografía y a la ambientación; de corte naturalista, ambas están muy elaboradas y pese a las limitaciones de espacio físico, debido a las dimensiones de la sala, recrean el lugar de la convivencia forzada de las protagonistas y la atmósfera íntima y opresiva a la vez que condiciona sus relaciones. Respecto a la dirección, demuestra una aguda inteligencia del texto, del ritmo cambiante de la progresión del movimiento dramático y de sus fuertes contrastes, pasando de los silencios reconcentrados o la leve insinuación de la confidencia a las explosiones momentáneas de cólera, o de autoafirmación, o la virulenta exteriorización de un erotismo reprimido que se sublima en el paroxismo de la danza. Y en fin, es una fuente permanente de deleite el trabajo de los actores. Todos hacen extraordinaria creación de sus personajes respectivos, desde Alex Tormo que da vida a un iluso y fracasado Gerry (que tantas similitudes guarda con Frank de Molly Sweeney) a Juan Pastor en la piel del amigable y desconcertado Padre Jack. Aunque son las mujeres las que despiertan toda nuestra simpatía, esas sufridas mujeres inasequibles al desaliento ante las dificultades mientras sus sueños de felicidad se esfuman y su familia, y su modus vivendi, y todo su esquema de valores se desmoronan. Se trata de cinco perfiles psicológicos perfectamente diferenciados, de un espléndido y friso humano pleno matices y de contrastes, desde la aceptación callada y voluntariosa de Agnes (Yolanda Robles), a la vigorosa rebeldía de Rose (Carmen Gutiérrez); desde la impotencia resignada de la benévola Cris (María Pastor) al carácter enérgico y obstinado de Kate (Victoria dal Vera) o a la arrolladora personalidad de la generosa y dicharachera Maggie (Elia Muñoz); todas ellas pletóricas de energía, entusiasmo y entrega que el público reconoció con un cerrado y caluroso aplauso.

Gordon Craig.

Teatro Guindalera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un gran montaje, un texto sobrecogedor... Se echó en falta un escenario con un poco más de espacio.