lunes, junio 15, 2009

TEATRO. La noche de la iguana. "En un mar de aguas turbulentas".


De Tennessee Williams.
Con: Pilar Velázquez, Tomás Gayo, Geli Albaladejo, Ana Marzoa, Cecilia Sarli, Juan Antonio Quintana y otros.
Dirección: María Ruiz.
Madrid. Teatro Reina Victoria.



Con la expresión mar de aguas turbulentas no me refiero al de olas encrespadas y vientos huracanados que azotan los postigos del hotel Costa Verde durante la tormenta caliente del trópico en la intensa velada que esta obra dramatiza, sino al agitado universo de celos, de violencia, de rebeldía y de frustración en que se debaten los protagonistas, mientras se esfuerzan, inútilmente, como la iguana, por romper las ataduras que coartan su libertad.

La acción se desarrolla en el hotel que regenta Maxine, cerca de Acapulco y dura apenas cuarenta y ocho horas; un breve lapso de tiempo pero suficiente para que se revelen los instintos y las pasiones reprimidas de los personajes con una violencia inusitada, pareja a la propia fuerza de los elementos desatados y como si atendieran a la imperativa llamada de la naturaleza.

Como ocurre con otros muchos personajes de Tennessee Williams, Shanon representa la misma angustia vital que atenazó al dramaturgo a lo largo de su azarosa existencia. Es un desequilibrado y prepotente ex-sacerdote, reconvertido ahora en guía de turismo; viejo conocido de Maxine, llega al hotel comandando un grupo de excursionistas con el deseo de encontrar un poco de paz para su atribulada existencia. Perseguido por sus demonios -al parecer sedujo a una menor apenas iniciada su andadura en el sacerdocio- y por su irrefrenable afición al sexo y al alcohol, da la medida de una personalidad irascible y torturada incapaz de acallar su sentimiento de culpa contra el que se revuelve una y otra vez. Antes de establecer una entente de conveniencia con Maxine, pasando a llenar el vacío producido por la muerte de su marido y a desempeñar el papel de reclamo para turistas femeninas, habrá de tener un encuentro trascendental con Hannah Jelkes y de perder quizá la última oportunidad de su vida de encontrar a alguien que comprenda su rara espiritualidad y que mitigue su soledad.

Hannah (espléndida Ana Marzoa) es un personaje excepcional, como lo es la dulce Blanche, de Un tranvía llamado deseo, como la frágil y delicada Laura, de El zoo de cristal, o como lo son tantas y tandas mujeres que componen esa insuperable galería de personajes femeninos que aparecen en sus obras. Hannah representa la abnegación, la lealtad y la pureza; arruinada su familia se ha convertido en una especie de buscavidas que va de hotel en hotel ganándose la vida como retratista ambulante mientras atiende solícita a su abuelo nonagenario y trata de mantener a flote su dignidad; exhibe fondo inextinguible de dulzura que nos reconcilia aunque sea provisionalmente con lo mejor de la condición humana.

Mas frío al principio, el espectáculo mejora a medida que la acción se va desarrollando, aunque no acierte a trasmitir toda la carga de voluptuosidad que encierra la obra, la tentación permanente del placer, del contacto físico, simbolizado por la pasión ardiente de Charlotte, por la presencia de los torsos desnudos de Pedro y de Pancho o por las insinuaciones de Maxine. Quizá el momento más logrado de la función sea como he dicho ese encuentro fallido de Hannah y Shanon unido al pasaje de intenso lirismo en que Nonno (Juan A. Quintana) recita su último poema, por fin concluido; se trata de un hermoso y emotivo canto de cisne que consigue que al espectador se le haga un nudo en la garganta.

Gordon Craig.

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