domingo, abril 12, 2009

TEATRO. Platonov. "Crónica de la degradación".

De Antón Chéjov. Versión de Juan Mayorga.
Con: Pere Arquillué, Jesús Berenguer, Pep Cortés, Gonzalo Cunill, Jordi Dauder, Raúl Fernández, Elisabet Gelabert, Mónica López, David Luque, Carmen Machi, María Pastor, Roberto San Martín y otros.
Dirección: Gerardo Vera.
C.D.N. Teatro María Guerrero. Madrid.



Platonov refleja un mundo en descomposición. Es la Rusia zarista de finales del siglo XIX, que en los ambientes provincianos -que Chéjov tan bien conocía y que no se cansa de retratar en sus relatos breves y en su teatro-, está dominada por aristócratas corrompidos, plagada de burócratas de medio pelo integrantes de una clase media perezosa, disipada, carente de los valores que hacen fuerte a la sociedad y presa del tedio, de la abulia y de la inacción.

Obra primeriza de Chéjov, contiene, en embrión, los grandes temas de sus obras mayores, sólo que aquí el planteamiento es bastante caótico y todavía no ha establecido esa mirada irónica y hasta compasiva, si se quiere, sobre las debilidades de sus personajes, por lo que los conflictos están planteados de manera más abrupta, más vehemente, más apasionada, adquiriendo su protagonista Mijail Platonov un airado tono acusatorio, que no volveremos a encontrar en ninguna de sus obras posteriores, y que le permite reprender agriamente a sus amigos y ponerlos en evidencia ante los demás sin contemplaciones, lamentándose a voz en grito de que “todo es vil e inmoral y sucio en este mundo”. Aunque él no sea mejor que los demás y se halle también varado en la inacción, oscilando entre los momentos de exaltación y de lucidez, en los que seduce con su verbo impetuoso a quienes le rodean, y la irresolución para llevar a término las expectativas que ha generado, para consumar sus conquistas o incluso para conservar a la única persona que le quiere, la solícita Sacha. (Estremecedora la escena en la que nos enteramos del contenido de su carta de despedida exhortando a Platonov que se haga cargo de su hijo).

Junto a Mijail Platonov (Pere Arquillué) y a su mujer, Sacha (Carmen Machi), desfila ante nuestros ojos un amplio friso de personajes representantes de todos los estamentos sociales, donde los más jóvenes (el insolente Glagoliev (Toni Agusti), el arrogante Venguerovich (Raúl Fernández), el vago y borrachín Nikolai Triletski (Gonzalo Cunill), o el irresoluto y pusilánime Serguei (David Luque), incapaz de responder a la afrenta y a la humillación), son el resultado de la hipocresía y de la mezquindad de los mayores, crisol de todos los vicios. No salen mejor parados los personajes femeninos, la caprichosa y un tanto engreída María Grékova (María Pastor) dispuesta enseguida a perdonar una ofensa, porque, en el fondo, también se siente atraída por Mijail, la voluble y enamoradiza Sonia (Elisabet Gelabert), que, no obstante, exhibe el único rasgo de dignidad perceptible en la pieza poniendo por obra su venganza; la excepción es, quizá, Anna Petrovna (Mónica López) que es la única que, con Platonov, tiene una conciencia clara de su situación; menos complicada que él, aparenta cinismo, donde lo que hay, creo yo, es una mayor libertad para dejar que se manifieste su instinto.

La versión es pulcra y ponderada, con un lenguaje actual, muy cuidado; muchas escenas, empero, resultan excesivamente esquemáticas. La puesta en escena sencilla, despojada de elementos costumbristas, somete a los variados espacios donde se desarrolla la acción a un riguroso proceso de estilización que rescata sólo los imprescindibles elementos de atrezzo y utilería para sugerir la atmósfera de exquisito refinamiento de la casa de Anna Petrovna, la sencillez del domicilio de Platonov, o la claridad de los bosques bajo el cielo estrellado, permitiendo una gran libertad de movimiento a los actores y la creación de cuadros de gran belleza plástica (espléndidas las escenas corales de la fiesta en la primera parte de la obra). La dirección escénica es rigurosa; cada entonación, cada posición sobre el escenario y cada desplazamiento parecen estar meticulosamente programados, aunque algunas poses o movimientos adolecen de una cierta afectación manierista cuando no son gratuita y excesivamente forzados. El ritmo es ágil y la acción fluye con naturalidad –dentro de lo que cabe-, aunque a medida que avanza la obra, los permanentes cambios de estado de ánimo del protagonista pierden la espontaneidad y la vivacidad del principio, sus explosiones de cólera se amortiguan, su agudeza e impetuosidad se atemperan y se pierden los contrastes en un proceso que va más allá, de lo que sería la natural evolución psicológica del personaje hacia la frustración, la melancolía y el abatimiento, y que tiene que ver, creo yo, con el trabajo de interpretación, con las dificultades propias del personaje cuya extrema complejidad desborda las posibilidades de Pere Arquillué. Desde el punto de vista del trabajo de los actores, en general, los secundarios encajan con varia fortuna sus respectivos papeles; Carmen Machi, Elisabet Gelabert y Mónica López resuelven con solvencia su cometido; las dos primeras no están al máximo de sus posibilidades y las hemos visto en tardes mejores; respecto a Mónica López presta a Anna Petrovna elegancia, desenvoltura y una buena dosis de energía y de vitalidad. Destaca asimismo Roberto San Martín en su papel Ossip, un personaje de clara filiación dostoyevskiana, un desclasado social que en razón de su marginación conserva intactas las pasiones primarias y cuyas maneras y ejecutoria son el contrapunto de las del resto de los miembros de esta sociedad degradada.

Un texto denso y complejo, en suma, que se resiste a ser revelado en razón de su propia dificultad intrínseca. Aunque el intento ha merecido la pena.

Gordon Craig.

Centro Dramático Nacional. Platonov.

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