martes, septiembre 16, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Sonata de otoño. “El odio y la humillación”.

De Ingmar Bergman.
Con: Marisa Paredes, Nuria Gallardo, Chema Muñoz y Pilar Gil.
Dirección: José Carlos Plaza.
Madrid. Teatro Bellas Artes. Estreno 5 de septiembre de 2008.

Hace apenas un año, el 30 de julio de 2007, fallecía en su refugio de Farö el genial cineasta Ingmar Bergman; así que este montaje de José Carlos Plaza que estrena ahora el Bellas Artes puede interpretarse como una conmemoración de dicha efemérides y, a la vez, como un homenaje a una faceta menos conocida, aunque no por eso menos importante, del artista desaparecido, su trabajo de director teatral, que le llevó a visitar textos de Valle-Inclán, de Camus o de su compatriota August Stridberg.

De hecho, el montaje que comentamos, tanto en el tono como en la temática guarda muchas similitudes con el teatro de este último dramaturgo y reflexiona sobre algunos de los temas que les obsesionaron a ambos a lo largo de su carrera, indagando, en particular, en las relaciones de pareja -madre e hija en este caso-, en la imposibilidad de entenderse, de comunicarse, siquiera, empeñadas ambas en la lucha “strindberiana” por imponerse al otro, y las secuelas de odio y hasta de crueldad, que tal comportamiento acarrea.

Tras la muerte de su segundo marido, Leonardo, Charlotte, que durante largos años ha abandonado a su familia persiguiendo el triunfo como concertista de piano, vuelve a encontrase con sus hijas, la joven Elena, atada a una silla de ruedas debido a una gravísima enfermedad degenerativa, y Eva, la mayor, que se ha hecho cargo de su hermana, y que arrastra una existencia infeliz incapaz de superar el sentimiento de culpa por la pérdida de un hijo muerto prematuramente de manera accidental. Desde el primer momento nos damos cuenta de la rivalidad madre hija y a medida que se desarrolle la obra, efectivamente iremos descubriendo la distancia infranqueable que las separa y los extremos crueldad a los que pueden llegar dos seres humanos cuando en lugar de la ternura y la confianza, su vida en común se adereza con los ingredientes del odio y la humillación.

Se trata de un espectáculo de extraordinaria dureza, incómodo, por tanto para un espectador no acostumbrado a que le zarandeen la conciencia de un modo tan crudo e inmisericorde; valiente y hasta oportuno, diría yo, en este momento de naufragio de los valores en los que se sustentan las relaciones familiares, donde la abnegación y la entrega de la maternidad responsable se diluyen en un vacuo ejercicio hedonista.

Marisa Paredes (Charlotte) y Nuria Gallardo (Eva) son las protagonistas absolutas de la pieza. Hábilmente dirigidas por José Carlos Plaza que controla a la perfección los tiempos y el tono de cada escena, mantienen un intenso duelo interpretativo que alcanza cotas insuperables de tensión dramática. Desvelan dos personalidades torturadas, una por una maternidad no deseada, por el deseo de huída, por el miedo a la soledad; la otra por el anhelo insatisfecho de cariño y de intimidad con la madre, y por el sentimiento de culpa. Su extraordinaria labor está secundada por un trabajo riguroso de Chema Muñoz y Pilar Gil que obviamente tienen menores posibilidades de lucimiento, y por un sugerente y versátil espacio escénico-escenográfico de Francisco Leal, cuya técnica del claro oscuro recuerda los interiores en penumbra y las extáticas figuras de Dreyer.

En fin, una arriesgada apuesta de Jesús Cimarro y de la productora Pentación para el inicio de la temporada que ha puesto el listón muy alto al resto de los teatros madrileños públicos o no y que demuestra que la iniciativa privada funciona cuando hay talento, arrojo y falta de complejos de por medio y que vuelve estéril y falsa la polémica entre un teatro de calidad y un teatro rentable, porque a la larga el mejor criterio de rentabilidad no es otro que la calidad y la exigencia artística.

Gordon Craig.
7-IX-2008.

Estrella Digital. Soñata de Otoño.

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