viernes, marzo 14, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Munich - Atenas. "La intimidad amenazada".

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De Lars Noren.
Con: María Pastor y Adrés Rús.
Dirección: Peter Böök.
Madrid. Teatro de la Guindalera. 23 de febrero de 2008.



Munich-Atenas bucea en el turbulento submundo de las relaciones de pareja para poner al descubierto la desoladora realidad que se esconde las más de las veces tras la fachada de las buenas maneras, de la cortesía, e incluso de un cierto código de honorabilidad heredado del pasado que, a veces, rige la convivencia civilizada. Y ello aun dando por supuesto que tal relación se haya iniciado auspiciada por el poderoso impulso del enamoramiento.

Tal parece ser el caso de David y Sarah, los protagonistas de la obra que comentamos, que han emprendido lo que se supone que va a ser un viaje de placer, desde las brumas de Estocolmo hasta las cálidas orillas del Egeo, probablemente con la secreta intención de encarrilar una larga relación que está haciendo agua y de encontrar una base sólida, una cabeza de puente, que les sirva de trampolín desde el que lanzar el asalto definitivo a la conquista de la ansiada estabilidad del matrimonio. El destino -o las torpezas humanas, que el hombre moderno disfraza de destino-, vendrá a interponerse una y otra vez entre ellos e impondrá su ineluctable dictamen, que obviamente no vamos a desvelar.

Asistimos a un intensísimo match, a un duelo despiadado en el que dos almas se desnudan sin contemplaciones, dejando al descubierto las heridas del tiempo, las ilusiones rotas, el deseo de fundirse en el otro sin perder la libertad, y la imperiosa necesidad de ternura, de comprensión, de amor, ...; pero también la necesidad de herir al otro, de culparlo de las frustraciones propias, de desviar hacia él la prueba de cargo de nuestros errores cuando vemos nuestra intimidad amenazada. Y eso sirviéndose del lenguaje como arma arrojadiza, agarrándose a las réplicas respectivas como a un clavo ardiendo para, tergiversándolas, devolverlas convertidas en dardos envenenados, en una dinámica diabólica de la que los contendientes parecen condenados a no escapar jamás.

David y Sarah son dos jóvenes treitañeros que por su atuendo nos remiten a unos imprecisos años 70, aunque en lo sustancial, su relación es asimilable a la época actual. David (Andrés Rús) en muchos sentidos es como un niño grande, un tanto malévolo y calculador, su control de la situación es sólo aparente, dañado quizá por un fracaso previo, se muestra inseguro y tan perdido y vulnerable como Sarah, a quien María Pastor trasmite una inusitada energía, vitalidad y el variado repertorio de contrastes de una personalidad torturada, casi enferma. Ambivalente hasta la extenuación, pasa del control sobre si misma a la exaltación; puede ser fría y distante, cálida y jovial; puede mostrarse ausente, ensimismada, o puede recabar repentinamente la atención de su compañero, su protección, su contacto físico, para batirse en retirada casi instantáneamente y recluirse en su caparazón.

El aislamiento que propicia el angosto compartimento del tren en el que viajan y la ausencia casi absoluta de ambientación sonora, acentúan si cabe más la tensión acumulada, que en ocasiones se hace insoportable y estalla en insultos, humillaciones y en una violencia a duras penas contenida; y no se sabe que es más terrible, si los ocasionales silencios que se hacen angustiosos e interminables o las palabras que se convierten en reproches permanentes y que sólo sirven, pinterianamente, para hacer más impenetrable el muro de incomprensión que se va levantando entre ellos a media que se desarrolla la obra. Y es que como dice el premio nobel británico, “comunicarse es muy alarmante. Descubrir a los otros nuestra pobreza es una posibilidad temible”.

Gordon Craig.
25-II-2008.

Teatro la Guindalera.

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