sábado, marzo 01, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Dos caballeros de Verona. "La herida de la amistad".

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De William Shakespeare. Con: Gabriel Garbisu, Sergio Otegui, Miriam Montilla, Saturna Barrio, Jesús Berenguer, José Tomé, Jorge Basanta, Natalie Pinot y Jorge Muñoz. UR Teatro. Dirección: Helena Pimenta. Madrid. Teatro Fernán-Gómez. Centro Cultural de la Villa . 9 de febrero de 2008.



Rescata Helena Pimenta, para conmemorar los 20 años de existencia de la compañía UR Teatro, una de las primeras y menos conocidas piezas de Shakespeare como prueba de su fidelidad a un dramaturgo en cuya obra ha realizado múltiples y fecundas incursiones. A decir de la crítica es una de las comedias menos perfectas del autor, pero con todo, apunta maneras del genio indiscutible de la escena que pronto llegaría a ser fraguando una elaborada intriga, una convincente estructuración del material dramático y situando ya el conflicto en el núcleo mismo de la psicología humana al indagar en dos de sus facetas más importantes: el amor y la amistad.

Estos caballeros de Verona son Proteo y Valentín, dos amigos de la infancia, que en el momento de su ingreso en la edad adulta, van a emprender caminos diferentes y cuyas trayectorias, no obstante, volverán a encontrarse para entrar inevitablemente en colisión. El primero, supuestamente enamorado de Julia, parte de Verona contra su voluntad no sin antes haberle dado pruebas de amor eterno. En Milán, conoce a Silvia y sus afectos mudan de inmediato, creciendo en él, como si se tratara de un niño mimado, el deseo vehemente de hacerla suya. La cosa no tendría mayor trascendencia si no fuera porque, a la sazón, Valentín está enamorado de Silvia que, a su vez, está prometida a Turio, con lo que Proteo, para conseguirla, tiene que recurrir a las mentiras y a traicionar a su mejor amigo. Como espectadores nos sentimos tentados de tildar de infamante el comportamiento de Proteo, pero luego, la reacción de Valentín, echando pelillos a la mar ante la más mínima muestra de arrepentimiento de su amigo (¿y quién nos dice que no es falso también?) nos desautoriza y nos induce a creer que todo no es más que un juego de dos niños grandes, caprichosos, que rabian por poseer lo que no tienen y de hacerlo de manera inmediata, compulsiva, sin pararse a pensar que pueden herir los sentimientos de los demás.

Helena Pimenta parece haber seguido el consejo de Bloom y ha montado la obra en clave de farsa paródica resaltando los elementos risibles del comportamiento de los protagonistas y haciéndoles blanco, además, de las burlas, invectivas y reproches de los restantes personajes. En efecto, frente a la inconstancia de Proteo y las torpezas de Valentín –un taimado al que tampoco le importa engañar a su protector, el duque de Milán, para conseguir a su hija- los criados son los únicos que parecen tener sentido de la realidad. Y luego están la fortaleza de Silvia para resistir el asedio de Proteo y la perseverancia de Julia, inasequible al desaliento y a los desdenes, que son el contrapunto de sus atolondrados amantes y ponen en evidencia su simplicidad y su ligereza.

Con todo, aún queda lugar para la introspección, para el análisis profundo de los sentimientos y de los estados de ánimo, para las violentas antítesis y para el juego de la retórica, para la poesía, en suma, lo que ofrece espléndidas oportunidades de lucimiento a los actores, que en ningún momento dejan de aprovechar, llegando a veces a la excelencia, como en la descomunal batalla que libran la curiosidad de Julia (Miriam Montilla) por enterarse del contenido de la misiva de Proteo y su empecinamiento por negarse a reconocer que está enamorada; o el descacharrante coloquio de Lanza (José Tomé) con su fiel perro Crab, un auténtico delirio filosófico; o las dudas y cogitaciones que asaltan al lunático y malcriado Proteo (Sergio Otegui) a cuento de su fidelidad a Julia y que solventa con una receta a base de cinismo y egolatría.

El resultado, en fin, es un espectáculo divertidísimo, fresco, carente de cualquier atisbo de solemnidad y donde la acción galopa fluida hacia su desenlace sin dar respiro al espectador, que asiste asombrado a las peripecias y tribulaciones de unos personajes, que en el fondo no están tan alejados de nosotros como pudiera pensarse, instalados en esa especie de eterna adolescencia que los incapacita para reconocer lo que verdaderamente les conviene y pagar el precio que cuesta conseguirlo.


Gordon Craig
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10-II-2008.

Teatro Fernán Gómez. Dos caballeros de Verona.

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