viernes, mayo 25, 2007

TEATRO. Me acordaré de todos vosotros. "Los negativos de la memoria".


De Ana Vallés. Sobre textos de Gil de Biedma, Peter Handke, Oliver Sacks, Shakespeare y otros
Con: Cristina Arranz, Julio Cortázar, Carlota Ferrer; David Luque, Lola Manzano, Markos Marín, María Miguel, Rafael Rojas y Fernando Soto.
Dirección: Ana Vallés.
Madrid. Teatro de la Abadía.



En una entrevista a Tadeusz Kantor que he releído recientemente afirma este genio inclasificable de la escena contemporánea que nuestro pasado, con el transcurso del tiempo, se convierte en una bodega olvidada en la que al lado de los sentimientos, imágenes antaño muy familiares, se encuentran aglomerados sucesos, rostros, objetos, como “negativos de la memoria”, en aparente inanidad pero dispuestos a revelarse al más mínimo estímulo y comenzar a revivir y a armonizar con el presente.

Recurro a esta imagen, “negativos de la memoria”, porque creo que define muy bien el sentido de el espectáculo que acaba de estrenar Ana Vallés en el Teatro de la Abadía; un espectáculo tejido de recuerdos de la autora y de los actores-personajes, desde el más anodino deseo de escuchar la lluvia en casa a la luz de un flexo, al emotivo recuerdo de la despedida de Lola Manzano en una estación de tren en Murcia, pasando por la voz desgarrada de Edith Piaf, o por la patética imagen de la muñeca rota, dolorosa metáfora de la pérdida de la inocencia. Recuerdos, en todo caso, transpuestos al presente adheridos al instante mismo de la representación en el que los actores interpelan al espectador, hablan de sus filias y fobias, de sus obsesiones, (como “el actor propenso al dramatismo”), o reflexionan sobre su propia condición de actores (como “el actor en crisis”), para que no se prolongue demasiado tiempo la identificación y no nos dejemos vencer por la nostalgia del pasado. Se trata de un esforzado ejercicio de recuperación de la memoria de la época infantil, abandonada y relegada al olvido por efecto del pragmatismo o de la tiranía de lo cotidiano que nos despoja de la capacidad de abrazar plenamente nuestra vida.

Deseo de ajustar cuentas con el pasado, nostalgia, o tal vez el intento de burlar de alguna manera el ineluctable transcurrir del tiempo; algo de todo ello hay en el empeño que anima una creación de esta naturaleza, un ensamblaje de canciones y diálogo, de reflexiones y anécdotas, de humor y de ironía. Sucesión de imágenes de momentos vividos, o soñados, sugeridos por el potencial evocador de una melodía o por la inquietante presencia física de los cuerpos.

En todo caso un teatro que reivindica la unidad en la multiplicidad, como quería Craig, la música, el cuerpo, la línea, el ritmo, el color; un teatro que rechaza el psicologismo y la lógica de la intriga o del desarrollo causal y temporal canónicos -es decir, aristotélicos-, un teatro próximo a la performance, al music-hall, a la linterna mágica, donde el texto no es el eje conductor, sino que dialoga con los restantes elementos de la teatralidad para proporcionar una experiencia viva y palpitante basada en la persistencia de los contrastes, en la tensión entre la realidad y la ilusión, entre el pasado y el presente. Un espectáculo, en fin, de extraordinaria belleza plástica caracterizado por el juego y la sorpresa a contracorriente de los hábitos perceptivos establecidos por la costumbre, que apela a la fibra sensorial de los espectadores, a su dimensión imaginativa y exige de ellos algo más que la mera pasividad voyeurista.

Gordon Craig.

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