viernes, abril 20, 2007

TEATRO. La ilusión. "Cuéntame algo verdadero".


De Pierre Corneille / Tony Kushner.
Con: Mario Vedoya, Jorge Gourpegui, Jesús Barranco, Ernesto Arias, Rebeca Valls, Lidia Otón, Daniel Moreno y Luis Moreno.
Dirección: Carlos Aladro.
Madrid. Teatro de la Abadía.



“Cuéntame algo verdadero”, le espeta con un cierto tono displicente Isabela a Clindor cuando éste pretende embaucarla mediante el relato de fabulosas aventuras, a lo que Clindor replica endosándole otro cuento no menos inverosímil que el anterior, pero que Isabela acepta como verdadero sin rechistar rindiéndose a sus pretensiones de ferviente enamorado porque es precisamente lo que ella quería oír. Esta breve anécdota resume en su escueta y desnuda verdad los motivos que impulsan al anciano abogado Pridamante a interesarse por el paradero y peripecias de su hijo, que abandonó hace mucho tiempo el hogar por desavenencias familiares, y del que, desde entonces, no ha vuelto a tener noticias. Y es que, él también, como se demuestra cuando tiene que enfrentarse a las “visiones” de la vida de su vástago que le va proporcionando el hechicero Alcandro, acepta sólo los episodios en los que aquel se comporta de acuerdo a sus expectativas, aprobando su proceder cuando este coincide con sus deseos y reprobándolo cuando los contradice.

Pero más allá del conflicto -de raíz autobiográfica-, entre un padre intransigente y un hijo díscolo, imaginativo y trotamundos, que, probablemente, preocupaba a Corneille, (y que se reproduce en la severidad de Pléribo y Geronte con respecto a sus hijas Melibea e Isabela), la obra encierra una incisiva reflexión sobre el enorme poder de sugestión de la poesía y sobre la necesidad inherente a todo ser humano de refugiarse de vez en cuando, para que la existencia se haga tolerable, en los vastos universos de la fantasía y la imaginación que proporcionan las grandes creaciones de la literatura; creaciones, a las que Corneille somete a un curioso proceso de deconstrucción “avant la lettre”, a una suerte de parodia burlesca en la que los héroes y heroínas de leyenda nos muestra su cara más amable y desenfadada.

Y como no hay límites de espacio ni de tiempo para la fantasía, ni cortapisas a su libertad creadora, el espectáculo se convierte en una trepidante sucesión de embelecos, de trucos de magia, de personajes que mutan en otros personajes sin dejar de ser los mismos, de temporalidades superpuestas, adheridas al presente por la representación hiperrealista de un solar en obras –nada más habitual en nuestro entorno urbano-, y al pasado por la poderosa evocación de los restos de una barca desarbolada encallada en las dunas de una costa remota, que se nos antoja la isla encantada de Próspero. Engaños a la vista en los que el público mismo, víctima de las artes maléficas del mago Alandro, una mezcla de Ariel y Calibán, participa embelesado, hasta que el súbito disparo que acaba con la vida de Teógenes nos saca del encantamiento y nos vuelve, como a Pridamante, a la realidad, al hecho de que todo no había sido sino un sueño placentero, como protagonizar un auténtico cuento de hadas, y llegar, a la vez, a la conclusión un tanto descorazonadora de que precisamente a eso, a propiciar tales engaños -nada más, y nada menos-, se reduce la precaria y menesterosa condición del teatro.

En suma, una celebración de la teatralidad y del placer de contar historias; una fiesta entre galante y romántica y un virtuoso juego metateatral donde quedan abolidas las fronteras entre apariencia y realidad, todo ello servido por una brillante puesta en escena y por un espléndido trabajo de actuación y de dirección de actores. Si la cronología no lo desmintiera categóricamente estaríamos tentados de afirmar que Corneille no desconocía las fantásticas peripecias del noble caballero Alfonso Van Worden, protagonista de El manuscrito encontrado en Zaragoza. Aunque a buen seguro, no le eran ajenos ni el poder de simulación de los tunantes Chirinos y Chanfalla ni la “ciencia” del Estudiante de La cueva de Salamanca.

Gordon Craig.

Teatro de la Abadía. La ilusión.

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