De Guillén de Castro.
Con: Arturo Querejeta, Clara Sanchis, Nuria Mencía, María Álvarez, Fernando Cayo, Daniel Albaladejo, Fernando Sendito, José Vicente Ramos, Francisco Merino, Eva Trancón y otros.
Dirección: Natalia Menéndez.
Madrid. Teatro Pavón. 27 de febrero de 2007.
Creo que esta alambicada pieza teatral de Guillén de Castro no añade nada sustancial a su modelo cervantino. Un estudio comparativo pormenorizado de ambas obras haría, seguramente, justicia a la comedia, pero eso es cosa de eruditos. Para un espectador medio que conozca la novelita de Cervantes –incrustada en la primera parte del Quijote-, la “réplica” no tiene ni el alcance psicológico, ni el valor ejemplarizante, ni la contundencia de la demoledora sátira cervantina, apretada síntesis de las virtudes de nuestro narrador más universal. En particular, el hecho de presentar a Lotario, a quien confía el insensato Anselmo la ardua tarea de poner a prueba a su propia mujer, Camila, como rendido enamorado de ésta antes del matrimonio, nos sitúa ante un “más difícil todavía” que supera los límites de lo verosímil.
Lidiar con una trama de esa naturaleza no ha debido resultar fácil a Natalia Menéndez, quién, no obstante, ha sacado bastante partido de una obra que, para más inri, aunque respeta todas los convenciones de la comedia de enredo lopesca no nos ahorra ninguno de sus tópicos, incluidos un duque casquivano y disoluto y un espadachín pendenciero y enamoradizo, español, por más señas, licenciado, probablemente, de los tercios, y que se gana la vida dando cuchilladas hasta que entra al servicio de Anselmo.
Vayamos por partes. La escenografía, de inspiración cubista, satisface adecuadamente las demandas de la obra y los frecuentísimos y rápidos cambios de lugar de la acción, aunque parece un tanto laberíntica. La iluminación es técnicamente irreprochable, si tenemos en cuenta las dificultades que ha tenido que superar para adaptarse a esa especie de cubo de Rubic en constante movimiento que es el espacio escénico, aunque a mi juicio tiene excesivo protagonismo, y a veces, parece como si los actores tuvieran que adaptarse a las zonas predefinidas de luz y no al revés, como sería lo natural. Se hace, asimismo, demasiado perceptible la batuta de la directora; no digo yo que no tengan que marcarse las posiciones y los movimientos de los actores, incluso acompasarse con los acordes, sonidos y carraspeos del violín, en piruetas más propias del Arlequín y de la Colombina que de unos nobles venecianos, pero parece todo demasiado regimentado, ajeno a lo que sería un desarrollo fluido, natural, del movimiento y el diálogo.
En cuanto a la dirección de actores, si bien el planteamiento general parece atinado, con ese sesgo humorístico y paródico que se hado al montaje, y aún siendo cierto que la actitud y el comportamiento de los personajes principales son a menudo ridículos y hasta grotescos, nos parece advertir a veces un cierto amaneramiento y sobreactuación: en la extemporánea jovialidad de los amigos, en la obcecación e ingenuidad de Anselmo (Daniel Albaladejo), o en las bravuconadas de Culebro (José Vicente Ramos). Tanto a ellos como a Fernando Sendino los hemos visto en tardes mejores. En conjunto, en todo caso, la actuación está a la altura de las circunstancias, mostrándose los intérpretes sobrados de oficio y de recursos. Y si la balanza se inclina del lado de las actrices es quizá, porque sus respectivos personajes son los únicos que se salvan de este carnaval de desatinos. Leonela (María Álvarez) goza sin remilgos del trato de Culebro y es la única que llegado el momento muestra un ápice de dignidad ante la ofensa de su ama, de la que se venga revelando a Anselmo los términos del engaño; Camila (Nuria Mencía) encaja bien en su rol de inocente damisela, sumisa, y guardiana de su honorabilidad hasta que, escarmentada, se transforma en una consumada maestra del disimulo; Respecto a Clara Sanchis, borda un papel que se queda corto para sus dotes interpretativas, en un registro farsesco que no conocíamos y que parece dominar a la perfección. Más que ningún otro personaje es una auténtica figura de guiñol que exhibe con donaire el noble continente de Duquesa de Florencia, a la que dota de una presencia cálida y etérea, de ademanes suaves, de actitud ausente y de mirada pícara y condescendiente no exenta de un cierto mohín desdeñoso.
Gordon Craig.
1-III-2007.
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