viernes, febrero 16, 2007

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Antígona. "El deber moral frente a las leyes del estado".

De Sófocles.
Con: Clara Segura, Pep Cruz, Pau Miró, Babou Cham, Marcia Cisteró, Enric Serra Y Xavier Serrano.
Dirección: Oriol Broggi.
Madrid. Teatro de la Abadía. 10 de febrero de 2007

Antígona conserva toda la sobriedad y la grandeza de la tragedia esquilea, y aunque sus personajes están aún sumidos en una atmósfera entre religiosa, mítica y legendaria, ya se han humanizado, son responsables de sus propias decisiones y arrostran conscientemente las consecuencias de sus actos. De ahí su modernidad, o mejor dicho, su intemporalidad, porque los conflictos que afligen a los personajes no han perdido la capacidad de interpelarnos, en tanto que seres humanos, a nosotros, espectadores del presente, desde la lejanía del tiempo.

Muerto Edipo, sus dos hijos Eteocles y Polinices pelean por el trono de Tebas pereciendo ambos en combate. El cetro de la ciudad recae en Creonte, su tío, quien promulga que, al segundo, acusado de traición, le sean negados el entierro y los honores fúnebres, decretando solemnemente la pena de muerte para quien se atreva a contravenir sus órdenes. El destino querrá que sea su propia sobrina, Antígona, hermana de Polinices, quien desobedezca sus ordenes e incurra en las iras del tirano. Pese a las sensatas reconvenciones de su propio hijo Hemón, prometido de Antígona, Creonte no da su brazo a torcer; interpreta la clemencia como un signo de debilidad y fragua un castigo ejemplar para fortalecer su autoridad en su recién estrenado mandato. Las consecuencias, como puede imaginarse, son calamitosas para toda la familia y Creonte tendrá que cargar con ellas el resto de sus días.

Hay, pues, en esta hermosa tragedia dos poderosas fuerzas enfrentadas: el rigor de las leyes de los hombres, de cuyo cumplimiento depende la supervivencia del estado –pues “no hay mayor desgracia que la anarquía”, dirá Creonte- y las “leyes no escritas de los dioses” por las que lucha y sufre Antígona y que en su formulación pura y simple no son sino normas éticas, concretadas en esta ocasión en el deber de enterrar a los muertos. Y hay una protagonista absoluta, la joven Antígona, a la vez símbolo de la virtud y de la piedad, de la insumisión contra la tiranía, y de la fortaleza para arrostrar las consecuencias que acarrea el mantenerse fiel a unos principios.

El montaje es sobrio, despojado, como corresponde a la sencillez argumental, a la precisa delimitación de los personajes y al rápido avance de la acción dramática; el planteamiento general del espectáculo (espacio y movimiento escénicos, contención en la actuación, control riguroso de las emociones, etc.) parece coherente. No hay resto de las ciclópeas murallas del palacio de Tebas, en su lugar, un estrecho corredor enarenado, flanqueado a ambos lados por las gradas de espectadores que simulan la asamblea de ancianos. Esta disposición del espacio tiene la virtud de acercar los actores al público y conferir a este un mayor protagonismo, pero nos condena casi de continuo a una visión de los actores de perfil, con lo que se pierde gran parte de su expresión facial, y algunas de sus palabras. Por lo demás, el tono un tanto frío y despersonalizado, narrativo, del coro, contamina a veces a los protagonistas, que se nos antojan distantes, embutidos en inverosímiles kimonos y en una atmósfera edulcorada por el punteo de las guitarras y por la serena sombra de dos olivos centenarios. No son estas las áridas planicies de la campiña tebana, por donde corren los perros salvajes con jirones del cuerpo muerto de Polinices o el sordo rumor de las aves carroñeras sobrevolando sobre su cadáver putrefacto, sino los dulces amaneceres del mediterráneo, que suavizan con su efecto balsámico una tragedia de tintes sangrientos.

Hasta donde se me alcanza, creo que Oriol Broggi ha sido respetuoso con el texto pulsando sobre todo la fibra humana de los personajes, encarnados por unos actores que cumplen su papel dignamente pero que emocionan en contadas ocasiones: el llanto que se resiste brotar de los ojos de Eurídice (Marcia Cisteró) cuando le comunican la muerte de su hijo; el estallido de cólera del orgulloso Creonte (Pep Cruz); la tensa diatriba de Memón (Babou Cham) contra su padre en su fracasado intento por hacerle rectificar; y sobre todo, el valor y la grandeza de ánimo que derrocha Antígona (Clara Segura) al enfrentarse a Creonte, y su desconsolado lamento ante la perspectiva de verse enterrada en vida sin haber gozado de los placeres del himeneo.
Un trabajo, en fin, bien hecho y, sobre todo, una oportuna lección ética, en momentos en los que la expresión “cumplir con el deber” no parece estar precisamente muy de moda, y en los que imperan una moral blandengue y acomodaticia y un cierto desistimiento frente al poder altanero y arbitrario del estado.

Gordon Craig.
13-II-2007.

2 comentarios:

chuliMa dijo...

"mirad qué males y de quién los padezco, por lo piadoso de mi piedad" (creo recordar)

Siempre me ha gustado esa frase de Antigona. Es un buena expresión de lo injusto.
Ea..a desayunar toca...Necesito café para ser coherente.
:-) Shaluditos

Doctor Brigato dijo...

Buena frase... Las obras clásicas son inmortales, por sentimientos así...
Sin desayunar pocas cosas...
Bss