De José Ramón Fernández.
Con: Laia Marull, Juanjo Artero y Ricardo Moya
Dirección: Salvador García Ruiz.
Madrid. Teatro Español.
La pieza que se repone ahora en el Español viene a ser una larga y dolorosa ceremonia de rememoración protagonizada por Nina y Blas, dos amigos de la infancia y de la adolescencia, que vienen a reencontrarse tras largos años de separación en un solitario comedor de hotel en algún lugar de la costa. Es una intempestiva y lluviosa noche de otoño y la fascinación del reencuentro en la acogedora penumbra del mal iluminado salón con una copa entre las manos invita a demorarse en las confidencias, mientras un reproductor de compact disc va desgranando unos turbadores solos de trompeta de Chet Baker.
Pero la melodía no hace sino reforzar el aura de tristeza que envuelve ese largo encuentro en el que ambos quieren escapara momentáneamente del presente; intento vano de rehacer unas vidas destrozadas y de encontrar una salida al impase, al estancamiento en el que se hallan sumidos, para venir a constatar que el pasado no se puede rectificar y que su evocación sólo acarrea más dolor y más frustración, más allá de algunos agradables recuerdos de momentos felices y del abandono ocasional al deseo y a la tibia complacencia en la caricia o el abrazo de unos cuerpos que se buscan para combatir su soledad.
Se trata de un incisiva reflexión sobre el tiempo administrada con extraordinaria maestría en una infatigable sucesión de clímax y anticlímax, en un permanente vaivén de emociones y de sentimientos encontrados en los que predominan, como ya hemos indicado, la frustración y la tristeza, la rabia y la desesperación, pero también la ternura, y sobre todo, la aceptación vigorosa de una realidad inapelable y el deseo compartido de volver a enfrentarse a sus vidas con energías renovadas.
Quizá sea Nina el personaje más redondo, el más elaborado y a cuyo servicio, en términos de funcionalidad dramátúrgica, se han forjado los otros dos. Esteban, el mentor del encuentro y que analiza lo sucedido desde otra perspectiva generacional -es el padre de Nuria, otra de las amigas de la infancia de Nina-, y que actúa desde la buena fe porque quiere -según sus palabras- reinstaurar un poco de “orden” en las vidas de los jóvenes. Y Blas, verdadero antagonista, si puede decirse así, por cuanto encarna una visión del mundo diferente, contraria, de la personalidad y de los afanes de libertad de Nina. En el caso de los protagonistas, el texto brinda a los actores la oportunidad de lucimiento, que aprovechan suficientemente, sobre todo Laia Marull, espléndida, con una réplica nada desdeñable de Juanjo Artero (Blas).
José Ramón Fernández es un autor meticuloso -incluso en las acotaciones escénicas, muy explícitas en esta ocasión-, con una poética realista sin complejos que remite permanentemente a los aspectos concretos de la realidad y que hila muy fino en el terreno de los sentimientos y de las emociones, en las “distancias cortas” (como apostilla Laila Ripoll) y que reclama un grado notable de exigencia artística a los actores, sobre cuyos hombros descarga el grueso del peso de la tensión dramática en escenas de intensa emoción y sin concesiones a lo banal o lo puramente anecdótico.
Un montaje sobrio y pulcro; un texto incisivo y una labor de dirección y de actuación exigentes; en suma, una buena opción para iniciar la temporada.
Gordon Craig.
2 comentarios:
tiene buena pinta si...
Aficiónate al teatro y verás... Entre otras cosas la vida de otra manera.
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