De Mark Twain y Manuel González.
Con: Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza
Dirección: Manuel González Gil.
Madrid. Teatro Bellas Artes.
Envuelto en el aroma añejo de los recuerdos, este montaje nos retrotrae a los tiempos gloriosos de la radio, cuando sus concursos, radionovelas y seriales eran algo más que el vacuo y estúpido entretenimiento en que hoy se ha convertido gran parte de su programación, comandada por presentadores clónicos de voces afectadas, verbo balbuceante y pensamiento débil; tiempos en que el misterio y la magia que aureolaba muchas de sus emisiones constituía casi la única posibilidad de escapar a ratos de la dura realidad cotidiana, la vía de acceso a los universos del ensueño y la fantasía, a los que sólo son capaces de trasportarnos realmente el hipnótico poder de la letra impresa en nuestro deambular solitario por las páginas de un libro o el magnetismo absorbente de una voz cálida y sugerente que nos llega a través de las ondas.
En la base del espectáculo está el humor descarado y sardónico de Mark Twain, quizá el máximo representante de la llamada “literatura del Oeste” (núcleo embrionario de la gran prosa norteamericana autóctona en lengua inglesa); los breves esketches sobre Adán y Eva en el jardín del Edén que forman este singular “diario” no son, en origen, sino una traslación literaria del “paraíso perdido” del propio Twain, las fértiles tierras del estado de Missouri donde el autor pasó su niñez y juventud. Pero sobre este escenario de la nostalgia, teje el novelista una ingenua y certera parodia de los primeros episodios del Génesis construida a base de ingenio, agudeza, desenfado y una no desdeñable dosis de cinismo.
Nostalgia sobre nostalgia, a la historia de nuestros primeros padres se superpone otra historia de amor, la de los protagonistas del programa radiofónico “Las noches de Dalmacio y Eloisa”, de rotundo éxito en la Argentina de los años 50, recreada ahora, casi medio siglo después, a través de una entrevista radiofónica que una joven periodista hace al único superviviente de la pareja de actores.
Una habilísima dramaturgia de Manuel González, responsable del montaje, y un espléndido trabajo de Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza, convierten esta insólita propuesta en un verdadero ejercicio de virtuosismo escénico. El aire un tanto sentimentaloide y cándido que destila el argumento central de la obra, las relación sentimental de Dalmacio y Eloisa extendida a todas las fases del enamoramiento, su atmósfera glamourosa y acaramelada tiene un violento contrapunto en el desarrollo de las otras dos historias paralelas, que rivalizan en humor, ironía y finura para explorar el fecundo territorio de la parodia y el histrionismo.
Por encima de otras consideraciones este espectáculo nos ofrece la posibilidad de disfrutar de un soberbio trabajo de actuación. Es el actor -y la actriz- desplegando todo su ingente potencial de capacidades expresivas; metamorfoseándose y desdoblándose en varios personajes; con un riguroso control de gestos y movimientos; cambiando constantemente de tono, de actitud, de registro, de ademán, en difícil equilibrio entre la contención y la emoción; desde el hieratismo frío y suavemente malévolo de una estirada presentadora de radio, hasta el balanceo y los andares torpes y maquinales de un Adán de aspecto simiesco. Es, en fin, el reencuentro gozoso con la palabra hablada, con la exuberante riqueza de timbres, tonalidades y matices del habla castellana pasada por el cálido e insinuante acento porteño; un homenaje a la maltrecha palabra hablada a la que una legión de impresentables presentadores desacreditan a diario arrojándola por los sumideros de la insipiencia y de la incuria.
Gordon Craig.
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