De Don Ramón de la Cruz. Versión de Ernesto Caballero.
Con: Cecilia Solaguren, Juan Carlos Talavera, Natalia Hernández, Rosa Savoini, Victoria Teijeiro, Ivana Heredia, Iñaki Ricarte, Carles Moreu, Mª Jesús Llorente, Carmen Gutiérrez, Jorge Martín, David llorente, Susana Hernández, José Luis Alcobendas, José Luis Patiño y Eduardo Mayo.
Espacio sonoro: Alicia Lázaro. Iluminación: Juan Gómez Cornejo.
Escenógrafía: José Luis Raymond
Dirección: Ernesto Caballero
C.N.T.C. Madrid. Teatro Pavón. 3 de junio de 2006.
Bajo el título genérico de Sainetes, Ernesto Caballero recoge y lleva a escena en este colorista y vistoso espectáculo cuatro de estas piezas breves de Don Ramón de la Cruz: La ridícula embarazada, El almacén de novias, La república de las mujeres y Manolo. En su conjunto constituyen una muestra representativa de la extensa y variada producción dramática del autor y están engarzadas para la ocasión mediante una mínima y eficaz intervención dramatúrgica para dar lugar a un todo unitario y coherente.
Enmarcado por los barroquizantes acordes del quintettino “la Ritirata di Madrid” de Luigi Bocherini con los que se abre y cierra la representación, este montaje de Ernesto Caballero es, como sugiere uno de los actores, un mascarada de otra época, que combina la parodia benévola de los ambientes galantes con la indulgente sátira costumbrista y con la crítica de los ambientes más sórdidos del Madrid dieciochesco, y todo ello dentro siempre de un tono alegre, desenfadado y festivo que hace las delicias del público. Y más allá de las peculiaridades temáticas de cada una de las piezas seleccionadas y del discurrir cotidiano de la vida madrileña que fluye por las venas del espectáculo en multitud de referencias y evocaciones, laten los afanes y anhelos de un grupo de cómicos alegres y bienhumorados que tratan abrir nuevos caminos para el teatro, que es su vida, y dignificar la profesión de la farándula resistiendo los embates de la censura eclesiástica y los desdenes de los engolados preceptistas del teatro neoclásico.
Dueño de un incontestable instinto para la escena y de una extraordinaria madurez creativa -de la que ya ha venido dando sucesivas y repetidas muestras-, Ernesto Caballero acierta de pleno con el tono y el ritmo del espectáculo aunando una inteligente lectura de los textos, con el rigor artístico y con la capacidad de comunicar con el espectador. Y el resultado no puede ser más satisfactorio dando lugar a una muestra consumada de lo que pueden dar de sí los tan traídos y llevados clásicos como manantial inagotable de genuina teatralidad.
Bien es verdad que Ernesto Caballero no ha trabajado sólo. Una verdadera legión de especialistas le acompañan en este viaje fascinante por unos textos ninguneados por la crítica y abolidos prácticamente de la escena contemporánea. Empezando por la escenografía colorista y naïf de José Luis Raymond, los suntuosos telones y mobiliario en La ridícula embarazada, los motivos exóticos y fantásticos en La república de las mujeres o los aguafuertes goyescos en Manolo; siguiendo por los figurines de Javier Artiñano, imprescindibles para una efectiva ambientación costumbrista y terminando por el sugerente espacio sonoro de Alicia Lázaro. Sin duda una de las claves del éxito del montaje radique precisamente en la feliz conjunción de los diálogos, con pasajes cantados, danza, y efectos sonoros en directo que potencian la definición de ambientes y estados de ánimo con el poder sugeridor de la música o subrayan determinados aspectos de la comicidad.
Mención aparte merece la versatilidad de los actores y su extraordinario potencial expresivo materializado en una depurada técnica de verso, en la variedad de registros y acentos y en el dominio de múltiples recursos de la expresividad corporal: ademanes, poses, movimiento, canto; en fin un auténtico recital interpretativo al servicio del juego, de la parodia, de la chanza, de la tragedia incluso, de un humor desbordante, burdo o ingenioso, que capta el interés del respetable, presto siempre a la carcajada y al reconocimiento por el aplauso como muestra de que el disfrute y la diversión están garantizadas.
Sólo queda lamentar que el montaje no permanezca en cartel por más tiempo para dar oportunidades al público de disfrutarlo. Con notoria inferioridad de títulos de excelencia muchas obras en los teatros comerciales aguantan perfectamente una y hasta dos temporadas completas en cartel. Y no es cuestión de poner ejemplos, que por otra parte, son de sobra conocidos. Como a los buenos toros de lidia, habría que “salvar la vida” a este espectáculo más allá de la gira que seguramente emprenderá por provincias y allende nuestras fronteras, salvarlo para la cartelera madrileña .
Gordon Craig.
4-VI-2006.
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