martes, mayo 09, 2006

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. La torna de la torna. "Ajuste de cuentas".

De Albert Boadella.
Con: Elies Barberá, Jaume Bernet, Marta Fernández, Josué Guasch, Marta ópez, Guillem Motos, Lluis Olivé Pau Sastre y Javier Villena.
Els Joglars. Dirección: Albert Boadella
Madrid. Teatro Bellas Artes. 23 de abril de 2006.

Parece que la nostalgia está marcando la cartelera madrileña esta primavera. Después del Informe para una academia, de José Luis Gómez, otro reestreno, veintiocho años después de aquel otoño de 1977 en que vio la luz por primera vez, de un espectáculo que habría de llevar ante un consejo de guerra y a prisión a sus artífices, los integrantes de la compañía catalana Els Joglars, con Boadella a la cabeza.

Y decimos reestreno, porque sólo ligeros añadios separan este montaje del legendario La torna, una sátira despiadada en el mismísimo inicio de la transición política contra los responsables de las ejecuciones sumarísmas de Puig Antich y Heinz Chez perpetradas en los estertores del régimen. Como él mismo ha confesado, lo que más llamó la atención del entonces joven Boadella, fue la muerte del segundo, un apátrida anónimo de quien nadie sabía nada y cuya ejecución se llevó a cabo como contrapartida (“torna”, en catalán) para simular que ambos eran delincuentes comunes y restar así, notoriedad a la muerte del militante del MIL Puig Antich.

La obra se desarrolla en la actualidad. Han pasado los años y el coronel Prieto, instructor del consejo de guerra, y otros compañeros de cuerpo son ya octogenarios, internos en una residencia para mayores. Convocados por la maltrecha memoria del coronel y estimulados quizá por los efectos del alcohol, los fantasmas de un pasado que se resiste a borrarse del todo van cobrando forma en su imaginación, concretándose en visiones que restituyen, recreadas sobre el escenario ante los ojos de los espectadores, los episodios que dramatizaba la obra original. El resultado es una sucesión de escenas en las que afloran los detalles esenciales de la detención del sospechoso, de los interrogatorios, de la vista, de la deliberación de los miembros del tribunal y de los horrores de la ejecución, anticipados en una hilarante y truculenta escena que revela la incapacidad y la impericia del verdugo.

El empleo de máscaras y una violenta desrealización en todo lo que concierne a la expresión corporal y a la impostación de las voces confieren al montaje un carácter farsesco de fuerte impronta expresionista; la obra adquiere los tintes un auténtico esperpento, un aquelarre de máscaras rodeando al protagonista, acusado y reo, único actor con la cara descubierta, que por su desconocimiento del idioma no sabe realmente a lo que se enfrenta hasta que no llega el momento de la verdad.

El humor, tópico a veces, incisivo en algunas ocasiones, más burdo y reiterativo en otras, no invalida la gravedad de la imputación: se estaba denunciando nada menos que un crimen de estado. Ello “explicaría”, dadas las circunstancias políticas de la época, la reacción visceral de los militares aludidos contra Els Joglars y el inicio de actuaciones que culminarían en su enjuiciamiento. Un agravio, del que parece querer resarcirse ahora Albert Boadella y que convertiría este montaje en un auténtico arreglo de cuentas con los militares. Al menos eso es lo que se desprende de la obsesión de coronel con los “titiriteros” -como él mismo los llama-, manifestada reiteradamente a lo largo de la obra en forma de insultos y amenazas a quienes hicieron burla y chanza de todo el aparato jurídico y militar y de su chapucera actuación en el proceso. Un momento crucial del montaje a este respecto tiene lugar al final de la obra, cuando un personaje se quita por primera vez la máscara y abandona su condición de fantoche o aparición para identificarse como uno de los actores de carne y hueso que en su día participaron en el montaje y echar en cara al iracundo coronel su conducta criminosa.

Gordon Craig.
24-IV-2006.

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