domingo, mayo 28, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Memorias de Adriano. “La revelación del hombre".

De Marguerite Youcernar. Adapatación de Jean Launay.
Con: José Sancho, Joan Boix, Lola Moltó, Juan Mandil, Juli Antoni García, Fran González y Ana Conca.
Dirección: Mauricio Scaparro.
Madrid. Teatro Albéniz, 20 de mayo de 2006.

En una frase lapidaria y, a todas luces excesiva, como muchas de la suyas al referirse a la personalidad literaria de Shakespeare, Harold Bloom atribuye al dramaturgo inglés nada más y nada menos que “la invención de lo humano”. Aún en su pretenciosidad, y descontando la evidente carga metafórica que encierra, la expresión de Bloom nos pone en la pista del significado profundo que tiene la ingente labor emprendida por Marguerite Youcernar al novelar la vida del Adriano: la búsqueda del Hombre. Seducida por la personalidad de este emperador romano del siglo segundo de nuestra era, a cuyo estudio dedicó largos años de su dilatada carrera de escritora, Marguerite Youcernar ha trazado un vívido y meditado retrato del jurisconsulto de origen español y de su época, en el que destaca la maestría con la que la autora ha sabido pulsar -como pocos lo habían hecho hasta ahora-, la fibra humana del personaje.

La sólida labor de documentación, la sagacidad de la mirada, la multiplicación de detalles ínfimos, cotidianos, tanto de la vida pública como de la vida privada del protagonista, (“varius multiplex multiformis”) y el acierto en la elección del punto de vista narrativo –la novela está escrita en primera persona y adopta la forma de una extensa carta-perorata dirigida a su joven amigo y pariente Marco Aurelio-, confieren a esta novela el valor de una auténtica revelación sobre la esencia de lo humano de unas proporciones difícilmente mensurables.

Hacer una versión teatral de una obra de tal naturaleza es una operación de alto riesgo que lleva forzosamente aparejadas una drástica selección de los contenidos y una adecuada traducción a la forma de expresión teatral. El balance no puede decirse que sea altamente satisfactorio, y es claro que lo que la adaptación gana en espectacularidad no acaba de compensar lo que pierde en exhaustividad. Los pasajes centrales del devenir de la vida del emperador se han respetado, potenciando en demasía algunos -como la afición al teatro y la formación teatral del protagonista- y dejando en su justo término otros, como su admiración por las costumbres de los bárbaros y por los rituales religiosos orientales, o su pasión por el joven amante Antínoo –reforzada por una espléndida coreografía y actuación de Joan Boix-, o su relación con el poder, con los placeres, con la belleza con la enfermedad y con la muerte.

La presencia física en escena de algunos personajes evocados por a imaginación y los recuerdos del Adriano, sin distorsionar el hilo de dichos recuerdos, elemento nuclear del montaje, ilumina algunos pasajes proporcionando un soporte visual que aligera la densidad de un monólogo que de otro modo se haría interminable, aunque José Sancho aguanta bien el tipo y modula con gran pericia las distintas fases o estadios de la vida del emperador que son objeto de su rememoración.

El montaje es sobrio, mesurado, como sugiere la dignidad del personaje y su carácter; confiere el protagonismo a la palabra como vehículo del sentimiento y de la idea. Constituye un estímulo para la reflexión, y nos traslada por espacio de una hora y media a un pasado ya casi remoto, que nos forjó como civilización y en el que nos gustaría que se mirara más a menudo nuestro presente menesteroso gobernado por figuras públicas de tan escaso fuste moral y de tan alarmante cortedad de miras.

Gordon Craig.
24-V-2006.

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