martes, febrero 14, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. En torno a La gaviota, "Seis actores en busca de Chejov".

De Antón Chejov. Adaptación de Juan Pastor.
Con: María Pastor, Raúl Fernández, Ana Miranda, Joseph Albert, Ana Alonso y Alex Tormo.
Dirección: Juan Pastor.
Madrid. Guindalera Escena Abierta.
 

Ha debido de ser un camino arduo, erizado de dificultades, con el trabajo añadido de la supresión de personajes y de readaptación del texto a la medida del elenco; enfrentados director y actores a esta obra de madurez de Chejov (que planteó dudas al mismísimo Stanislavsky en el momento de su estreno por el Teatro de Arte de Moscú allá por el año 1898) y en la que está reunida toda la capacidad de introspección psicológica del autor y toda su fuerza poética; pero el empeño ha merecido la pena, pues el montaje ilustra un encuentro gozoso con lo más genuino de la dramaturgia chejoviana.

Juan Pastor parece haber seguido el consejo de Stanislavsky de que para representar las obras del dramaturgo ruso es necesario formar parte de ellas, vivirlas, experimentarlas; y es que, en efecto, el espectáculo declara abiertamente, para quien sepa escucharlo, ser el efecto de una inmersión sostenida en las profundas aguas de una escritura fecunda que describe con pasmosa naturalidad y con agudo sentido del humor los más variados estados anímicos, los comportamientos más extraños o la azarosa embestida del destino que con tanta frecuencia zarandea de manera caprichosa a los pobres seres humanos.

Aun con sensibles recortes, los episodios esenciales del argumento y las líneas principales de conflicto permanecen intactas en la adaptación de Juan Pastor; el elemento nuclear de la trama está contenido en el apunte que le sugiere a Trigorin la gaviota muerta a los pies de Nina en la última escena del segundo acto: “Una joven como tú -le dice Trigorin a Nina ante el cuerpo exangüe del ave que acaba de abatir el irritado Kostia-, ha vivido a la orilla de un lago desde la niñez. Ama el lago igual que la gaviota y es feliz y libre como ella. Pero un hombre acierta a pasar por allí, la ve y no teniendo nada mejor que hacer la destruye, lo mismo que a la gaviota”. La alusión tiene un inequívoco acento premonitorio que Nina no acierta a comprender. Abandonando a Costantin, que está verdaderamente enamorado de ella, por el escritor maduro, cuya aureola de artista triunfador la seduce, elige el camino equivocado. Le sigue a Moscú, pero su ídolo pronto la abandona, y dos años después, cuando se inicia el cuarto y último acto, volvemos a encontrar a los protagonistas en el mismo lugar del comienzo pero la destrucción ya se ha consumado.

La ambientación, vestuario, y, sobre todo, el “gestus” y las actitudes de los personajes destilan ese peculiar aroma a vida provinciana que tan certeramente describen todas los obras de Chejov y que Juan Pastor ha sabido sugerir magistralmente. Son los miembros de una clase acomodada y decadente que sestean en los interminables atardeceres veraniegos, disfrutan de sus privilegios, inmersos en los pequeños placeres de una vida disipada y estéril que quieren cerrar el paso al mundo nuevo que intenta abrirse camino y que simbolizan Kostia y Nina.

Pero el enfrentamiento de las dos clases y su desenlace trágico deja espacio suficiente a la vida; a la Vida con mayúsculas, a ese torbellino de afanes, ilusiones, amores, desengaños, entrega y egoísmo que modela la existencia de los personajes y que les confiere un protagonismo absoluto en la conformación de la obra y del espectáculo y en cuya construcción se concentra quizá el mayor esfuerzo creativo de la compañía. No es fácil hacer distingos en la ponderación de un trabajo tan exigente y riguroso como el que llevan a cabo todos los miembros del elenco, aunque, obviamente, algunos tienen mayores oportunidades de lucimiento. Alex Tormo borda al dócil y bonachón maestro de escuela Medvédenko, de andares torpes y ademanes pausados; Ana Miranda es la engreída y diletante Arkádina que administra en su provecho el ascendiente que tiene sobre el resto de personajes manejándolos a su antojo; Raúl Fernández está espléndido en el papel del impulsivo e irascible niño mimado Treplev, modula con gran maestría el paso del entusiasmo y la alegría iniciales, cuando la vida le sonríe, a la decepción que le produce la traición de Nina, hasta verse postrado, finalmente, en un estado de melancolía y de profunda tristeza. Junto a él encontramos la belleza ajada, lánguida y el pesimismo enfermizo de la despechada Masha (Ana Alonso); y en el extremo opuesto, en fin, María Pastor, soberbia en su papel de Nina, una joven sincera y apasionada, personificación del lado luminoso de la vida, símbolo de la libertad y de las ganas de vivir, que afronta su destino trágico con entereza y resignación sin perder un ápice de su belleza serena y delicada.

Gordon Craig.

En torno a la gaviota. La Guindalera.

3 comentarios:

III Naranjas Verdes dijo...

Iré a ver la obra...¡¡Con lo bien que la vendes!!

Intentemos mientras ser un poco Nina y no acabar como Treplev,
¿eh?


¡Besis!

(Y de nuevo, mil gracias por tu aportación en mi blog)

Anónimo dijo...

Si utilizan el método Stanislavsky tiene que ser buena de cojones...
Yo estudio ese método y es pa flipar las sensaciones reales que se llegan a tener.

Doctor Brigato dijo...

Doncellita: por muchos años Nina. Las gracias, la tuyas.
Miraunamoderna: todavía sigue dando guerra Stanislavsky... Juan Pastor es puro teatro, tiene una sensibilidad especial, y eso se nota en sus montajes...