domingo, enero 29, 2006

VIDA URBANA. Aquella que trata del torero y el travesti; y a las tantas.

[Este relato fragmentado se fraguó en horas de trabajo. Nada me mandaban. No sabía ya ni que no hacer. ¡Escribid malditos, escribid!]


En un lugar madrileño de cuyo nombre no me quiero acordar. Una noche de copas, muy tarde ya, me crucé, vamos literalmente tropecé con él, con una figura del toreo. Tampoco quiero recordar su nombre. Allí estaba su esbelta figura, con el pelo engominado y vestido de fiesta, pantalones de pinzas y camisa remangada por los puños. Se encontraba solo, con la mirada perdida, como si estuviera hasta arriba de todo, pero erguido, orgulloso, con pose torera, a su lado se respiraba un aire preñado de superioridad, quizás hasta un pequeño matiz de prepotencia.

Pasé a su lado, recuerdo que no lo rocé, pero si vulneré unos segundos la línea de sus ojos con la multitud, con el infinito de la sala de fiestas. No giró los ojos, no parpadeó, continuó con su letargo, con su solitaria ensoñación etílica. Allí permaneció, misterioso, abandonado, fuera del lugar, como si estuviera en el ruedo, él, el toro, y el destino. Recuerdo que en un momento dado, mientras yo ocupaba un lugar en la barra del bar, desapareció, se esfumó. Para siempre.

Nunca podré olvidar otro momento sublime de aquella noche. Un amigo, “el pirata”, charlaba con un travesti. A la legua se veía su condición, una rala barba de madrugada lo delataba. Mientras yo apuraba mi vaso, miraba distraído y curioso los movimientos de las malvadas nínfulas nocturnas que nos rodeaban y nos tendían trampas con sus dulces y melosos cantos de sirenas noctámbulas. Aún así no quitaba ojo al pirata.

De repente, y sin avisar los vi repartiéndose besos, y un brazo del travesti estaba aferrado a la cintura del “pirata”, ahora convertido en inocente grumete, bajo los efluvios mágicos del alcohol. El poco sentido común que todavía me quedaba me hizo reaccionar y dirigirme hacia la pareja. Cogí del brazo a m amigo y lo arrastré hasta la barra. Invité al pirata a una copa más mientras le relataba lo sucedido. Su rostro cambiaba de color y mostraba una perplejidad absoluta, que se acrecentaba a la vez que mi relato avanzaba.

Algo más debió de suceder un poco más tarde aún, porque huimos a la carrera del lugar unas horas más tarde. Todavía nos queda que aprender mucha noche, mucha, mucha. No volvimos nunca a ese antro de perdición. Ni volveremos jamás.

2 comentarios:

El Ratoncito Pérez dijo...

ja ja ja!!! Yo también estaba aquella noche. El pirata iba bien surtido de ron y aún cuando hoy le recordamos el suceso lo niega...
Ese after ya lo han cerrado según me comentó el pirata hace unos meses.
Todavía nos dió tiempo aquella noche-mañana... a ir al templo para comprar unas entradas, pero pasamos, eran carísimas y estaba medio nevando... un chocolate y llamada jodienda que despertó a alguien... Me lo pasé de pm... ¿era la fiesta del teatro?... yo ya ni me acuerdo.

Doctor Brigato dijo...

Dívina noche!!!!!!!!!!!!
Si era la fiesta del teatro. ¿Para cuando cae?, porque este año habrá que ir... el año pasado fuimos con algunos ciervos, recuerdas?
El templo estaba nevado, como hoy media España...