viernes, enero 27, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Hielo y fuego. "Confidencias".

De Bryony Lavery
Con: Carmen Conesa, Magüi Mira y Tomás Gayo
Dirección: Nieves Gámez.
Madrid. Centro Cultural de la Villa. 21 de enero de 2006.

No se si es del todo apropiada la metáfora del hielo, del frío glacial reinante en las remotas latitudes de los círculos polares con la que se hace referencia en múltiples ocasiones a la extrema insensibilidad de la mente de un psicópata, pederasta y asesino en serie de niñas, como el protagonista de la historia terrible que esta obra dramatiza; la fría contundencia de los datos estadísticos públicos sobre este tipo de delitos, la actitud analítica de psiquiatras y criminólogos reducida a la mera interpretación de hechos observables, o el dolor agudo, indeleble, y el vacío irremplazable en el corazón de la madre producido por la pérdida prematura y violenta de la hija, sugieren, en cualquier caso, el horror vacui, la desangelada imagen de esas inhóspitas regiones.

Lo obra al parecer está basada en hechos reales; en todo caso aborda un problema grave y que junto con el de la violencia doméstica es objeto de controversia permanente y motivo de honda preocupación social. Más allá de la mera anécdota la pieza se sitúa en el debate de fondo sobre el problema de la responsabilidad moral. La tesis que defiende la psiquiatra es que no hay maldad innata en el hombre, que el comportamiento inhumano y cruel de Ralph está predeterminado por una educación represiva, aportando evidencia empírica acerca de la influencia que tiene la violencia ejercida sobre un niño en su futuro desarrollo psicológico y sobre su equilibrio emocional. No hay crímenes por maldad, sino crímenes por enfermedad, parece venir a decirnos Agnetha. Y sin embargo, ella misma no puede sustraerse a un sentimiento de culpa por haber engañado a su mejor amiga acostándose con su marido. Ralph por su parte, que parece insensible al dolor de las víctimas, y que se movería por impulsos profundamente arraigados que le llevan a procurarse placer vejando a sus víctimas e inflingiéndoles daño físico, acaba enfrentándose a sus propios demonios y tomando una decisión fatal a la que le conduce su incapacidad para soportar los remordimientos. Y es precisamente Nancy, la madre de la víctima, quien le abre definitivamente los ojos, quien desenmascara su comportamiento aberrante.

La obra está construida con gran libertad mediante la adición de escenas aisladas en las que consecutivamente cada uno de los protagonistas va proporcionándonos una perspectiva diferente del mismo acontecimiento nuclear. Más que de monólogos se trata de una sucesión de confidencias, dirigidas explícitamente a los espectadores ante los que pareciera que cada uno de los personajes quiere justificar sus actitudes y su comportamiento. Hurtándonos el diálogo entre los tres protagonistas hasta prácticamente el desenlace de la obra, la autora parece querer enfatizar la distancia, insalvable, que existe entre ellos; se trata de tres perspectivas distintas, tres puntos de vista irreconciliables y equidistantes (!) sobre una realidad al parecer imposible de cambiar, sujeta a las veleidades de un hado trágico.

La intensidad dramática a veces se atenúa ante la presencia de lo anecdótico o se pierde por los vericuetos de las excesivas teorizaciones, dando lugar a un progreso irregular de la acción, cuyo pulso se mantiene no obstante merced al magnífico trabajo de los actores: Tomás Gayo en el papel de Ralph, un desequilibrado maniaco depresivo de maneras suaves y aspecto de colgado; Carmen Conesa, en el de Agnetha, una joven y dinámica investigadora del comportamiento atropellada y neurótica; y sobre todo Magüi Mira que despliega todo su talento y sensibilidad para meterse en la piel de la atormentada Nancy y en su complejísimo universo de sentimientos encontrados: la sorpresa, la incredulidad ante lo inimaginable, las punzadas del sentimiento de culpa; el esfuerzo, sobrehumano, por sobreponerse a la tragedia y no caer en la desesperación, por “comprender”al asesino; el dolor profundo y lacerante, la entereza al contemplar los despojos de la hija, el llanto contenido, el desconsuelo, el apego a los recuerdos y esa mezcla inextricable de vulnerabilidad y fortaleza que se manifiesta en la imagen de una mujer herida en lo más hondo luchando por el equilibrio emocional y a punto de derrumbarse en cualquier momento durante los dos horas largas que dura la representación.

Gordon Craig. 24-I-2006.

2 comentarios:

El Ratoncito Pérez dijo...

El monje está en la abadía, no??, tio mándale estas cosas!!!

Doctor Brigato dijo...

Sabio ratoncito, tú sabrás diferenciar lo que es un monje escriba y otro bodeguero... pues eso... yo siempre preferí el licor...