sábado, noviembre 26, 2005

TEATRO. Amar después de la muerte. "El Tuzaní de la Alpujarra".

De Pedro Calderón de la Barca.
Versión de Yolanda Pallín.
Con: Joaquín Notario, Montse Díez, Javier Mejía, José Luis Santos, Pepa Pedroche, Jordi Dauder, Miguel Cubero, Toni Misó, César Sánchez, Ione Irazábal, Juan Meseguer y otros.
Escenografía: José Hernández. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Vestuario: Rosa García Andujar.
Direción: Eduardo Vasco. CNTC. Madrid. Teatro Pavón.




En esta comedia histórica de madurez Calderón dramatiza la sublevación de los moriscos de la Alpujarra granadina durante el reinado de Felipe II, sus antecedentes y la extrema dureza con que fue sofocada la revuelta por las tropas reales al mando de Don Juan de Austria. Menos atento a la realidad histórica –aunque sin obviarla-, que a los clichés de su época sobre un episodio legendario y a los estereotipos sobre el honor que impregnaron gran parte de su producción dramática, el dramaturgo sitúa en el centro de la vorágine de la violencia desatada por la guerra a la pareja de enamorados Clara (hija del noble morisco Don Juan de Malec) y Don Álvaro Tuzaní, en torno a cuya peripecia amorosa se articulan las principales líneas de conflicto de la obra.

Un lance de honor, el agravio de don Juan de Mendoza a Malec, en la reunión del Cabildo de Córdoba en el que se discute la aplicación de una pragmática real que prohibe la exteriorización de usos y costumbres musulmanas entre los moriscos, aviva el odio y los recelos latentes entre las dos comunidades y espolea el levantamiento y la posterior represión. La convivencia es imposible, parece decirnos Calderón, o lo es sólo a condición de la renuncia absoluta de la minoría en conflicto a mostrar cualquier signo de identificación cultural y religiosa. Y al final, aunque don Álvaro consigue vengar la muerte de Clara, solo será perdonado tras la más denigrante de las humillaciones. Por otra parte, el honor de los jefes de las huestes cristianas queda salvaguardado, puesto que el autor de la felonía es el exaltado Garcés, un soldado de fortuna. El ciclo se cierra y el orden social dominante sale fortalecido.

Obra compleja, como se ve, y aunque el tema de fondo, de candente actualidad, avala la oportunidad del montaje y facilita la recepción de los espectadores, la heterogeneidad de elementos implicados, los frecuentes cambios de espacio, y la alambicada estructura de la obra, con sobreabundancia de climax y anticlímax -que, a veces, relajan innecesaria y letalmente la tensión dramática-, complican su plasmación escénica y ponen a prueba la pericia de los actores, del director y de todo el equipo técnico. El resultado es irregular, no tan brillante, en todo caso, como Eduardo Vasco nos tiene acostumbrados, aún cuando se consiguen cuadros de gran belleza e intenso dramatismo, sobre todo en las escenas ambientadas en espacios interiores, donde parece acompasarse el ritmo del verso al movimiento escénico pausado y al claroscuro de la iluminación. Los exteriores resultan más caóticos y uno termina por perderse entre el laberinto de bastimentos que simulan las defensas de Galera o entre las breñas de esa imponente serranía que Calderón no se cansa de elogiar en versos exuberantes, ocultando uno y otros el acceso a la conciencia de los protagonistas donde se labra su verdadero drama personal y humano.

Existen, empero, numerosas ocasiones para el disfrute en este espectáculo deudo, para lo bueno y para lo malo, de las esencias de la teatralidad barroca. Podemos gustar de una evocadora ambientación musical, de la espléndida recreación del vestuario de época que realiza Rosa García Andujar, o de un solvente trabajo de actuación, bien que carente, a ratos, del nervio suficiente para traspasar la línea que separa el escenario del patio de butacas. Un tanto excesivo en su iracundia resulta el codicioso y pendenciero Garcés (Miguel Cubero) un bellaco sin escrúpulos digno representante de la soldadesca; Pepa Pedroche también ha hecho papeles mejores que esta Doña Clara, un patrón fraseo y de entonación monocordes rebajan considerablemente su habitual fuerza expresiva. Jordi Dauder y José Luis Santos salen airosos de sus respectivos papeles. El primero presta severidad, nobleza y continente altivo al anciano Malec; el segundo es un convincente Don Juan de Mendoza, militar disciplinado y leal, altanero y orgulloso de su ascendencia de cristiano viejo. Destacan, en fin, Joaquín Notario en el papel de Don Álvaro, personaje complejo donde los haya, protagonista absoluto de la obra y quien ofrece una más vasta gama de actitudes y sentimientos encontrados, y el dicharachero e ingenuo Alcuzcuz (Toni Misó) un gracioso sui géneris, acomodaticio y bonachón que con su media lengua y sus ocurrencias hace las delicias del público

Gordon Craig.

Amar después de la muerte. CNTC.

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