viernes, septiembre 16, 2005

¡HÚNDETE, HÚNDETE!

[Reproduzco un texto de Ignacio García May director de la RESAD, que vio la luz el jueves 15 de septiembre de 2005 en El Cultural. García May habla alto y claro, expone cual es la situación de la Cultura en este país, y también su hipocresía.]

La profesión teatral es, por definición, cobarde. Tiene un pretexto: al igual que el Patna, aquel tramp steamer (“más viejo que Matusalén y flaco como un lebrel”, según Conrad) donde Lord Jim navegaba por la costa de Batavia, nuestro teatro se mueve por un océano arisco, arbitrario y tormentoso, carente de regla alguna, de medidas objetivas, sean profesionales o políticas, a las que sujetarse. Uno nunca sabe de dónde vendrá la ola que te lleve por la borda, pero sí que no hay en el entrepuente salvavidas suficientes para todos. En estas circunstancias se activa, inmediato, el sálvese quien pueda. Y por eso el actor nunca critica al director, no sea que no cuente con él en su próximo reparto; por eso el director dobla la espalda ante el político, de quien depende exclusivamente su subvención; por eso el dramaturgo le ríe las gracias al director de periódico que, en cierta ocasión, dio la orden directa de pulverizarle en una crítica. No conozco un solo profesional que, en privado, hable bien de la actual y muy insuficiente ministra de Cultura; conozco muy pocos que se atrevan a reprobarla en público.Acaso conscientes de estas cobardías, los teatreros se arrojan de cabeza a los más inauditos combates, algunos incluso muy meritorios. Como Lord Jim, confían en que las batallas ganadas en otros frentes laven el recuerdo persistente de la noche en que abandonaron, a escondidas, el barco, sabiendo que a bordo quedaba todo el pasaje, deseando que el pecio se hundiera rápido para justificar su acción. Y a veces, durante un tiempo, lo consiguen. Un buen estreno, una buena crítica, una tarde caminando tras una pancarta de protesta cívica, ahuyentan los fantasmas del pasado y alimentan la sensación de formar parte de un oficio épico, heroico, rebelde, admirable. Pero los lectores de Conrad saben que el Patna no se hundió: desatendido por la tripulación, el venerable y renqueante vapor sobrevivió a la tormenta y llegó a puerto con el pasaje entumecido pero intacto. Desde el muelle, Lord Jim contemplaba la silueta espectral del vapor, sabiendo que todas las batallas son ilusorias cuando el miedo habita en lo más profundo de uno mismo.
Ignacio GARCÍA MAY

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