De: Miguel Mihura.
Con: Ana María Vidal, Elvira Travesí, Luis Perezagua, Julián Navarro, Crismar López, José Luis Alonso y José Carabias.
Escenografía: Gil Parrondo. Dirección: Mara Recatero.
Madrid, Teatro Príncipe Gran Vía.
A la producción teatral española contemporánea, al parecer poco o nada familiarizada con el concepto de repertorio, la conmemoración de fechas señaladas, -estreno o publicación de determinadas obras, nacimiento o muerte de dramaturgos, directores, etc.-, suele servirle de coartada para reponer a autores, que en condiciones normales de exhibición, deberían de poblar nuestras carteleras y someterse a la sanción del público como contrapunto a los espectáculos importados o a las novedades de los autores actuales. Injustamente tratado –ninguneado- por el teatro público, la empresa privada parece no haber olvidado la efemérides del nacimiento de este prolífico articulista y autor teatral que fue Miguel Mihura y nos brinda la posibilidad de ver una de sus obras, si no de las más celebradas, representativa, en cualquier caso, de su teatro y muestra de su espíritu renovador. Bienvenida sea.
El argumento es sencillo. Tras perpetrar un robo en una joyería, una banda de ladrones, un tanto bisoños, todo hay que decirlo, llegan al ático que les tendría que servir de guarida hasta el próximo golpe. Para que atienda a Cosme –uno de los atracadores inesperadamente enfermo-, en lugar de una enfermera el médico envía a Sor María, una monjita resuelta y metomentodo. Su aparición en escena, con su cháchara interminable, con sus preguntas indiscretas y con sus observaciones sagaces, propias de un verdadero Sherlock Holmes, da al traste con la tranquilidad fingida que reina entre los atracadores y termina por descubrir sus manejos y por ponerles pies en polvorosa.
Son muchas las virtudes y también alguno de los defectos de la obra de Mihura que este montaje pone de manifiesto. Entre las primeras encontramos la fecunda imaginación del autor en la elaboración de la trama, la consistencia en el desarrollo de la intriga, la brillantez de los diálogos y un humor de situación basado en el malentendido y en la comicidad verbal, con réplicas trufadas de frases ingeniosas o absurdas que rompen la lógica del discurso de los personajes. Entre los segundos se acusa en esta obra la práctica ausencia de sátira y la sustitución del lirismo y la ternura, presente en muchas de sus piezas, por una empalagosilla dosis de moralina.
Mara Recatero imprime un ritmo ágil al espectáculo, dosifica en todo momento la intriga y mantiene en su justa medida los términos del equívoco y la ambigüedad calculada para que se conserve el suspense hasta el mismísimo momento de la bajada del telón cuando sor María abandona tan campante el pisito con su “botín” debajo del brazo ante la sorpresa y estupefacción de doña Pilar que, desde luego, no se ha enterado de la misa la media. Todo un alarde de sutileza.
Los actores realizan con solvencia su cometido; silencios, miradas, entonación, ademanes, y gestualidad dan cumplida cuenta de las numerosas ocasiones que brinda el texto para los sobreentendidos, las insinuaciones o el doble sentido de las réplicas. Destacan quizá Elvira Travesí y Ana María Vidal. La primera en una dispuesta y bienintencionada doña Pilar, la única que se las tiene tiesas con la monjita, seguramente porque no tienen nada que ocultar. La segunda asume de manera convincente el protagonismo que ostenta su personaje, enseñorea la escena con su incesante trajinar, con sus modales suaves, con su estudiada dulzura y su falsa modestia, y con una actitud entre mojigata e inquisitorial que saca de quicio a los ladrones. Estos tiene un papel de meros comparsas y se mantienen en un segundo plano limitándose a guardar las apariencias y a no perder el control mientras bailan al son que toca sor María, en quien no hacen mella ni la animadversión de Cosme (José Carabias), ni los accesos de cólera de Carlos (Julián Navarro) cuando pierde los papeles, ni la mansedumbre –fingida, también-, ni el conato de pasotismo un tanto chulesco de Suárez (Luis Perezagua).
Una divertida comedia, en fin, que hace bueno el aserto del propio Mihura acerca del humorismo en una de sus últimas entrevistas: “Es lo más limpio de intenciones, el juego más inofensivo, lo mejor para pasar la tarde”.
Gordon Craig.
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