domingo, marzo 18, 2018

TEATRO. F.O.M.O. (Fear of Missing Out): "Enganchados al smartphone".

Autores: Colectivo “Fango”.
Con:Ángela Boix, Fabia Castro, Trigo Gómez, Rafuska Marks y Manuel Minaya.
Escenografía: Silvia de Marta y Álvaro Millán.
Iluminación y creación técnica: Juan Miguel Alcarria
Dirección: Camilo Vásquez.
Madrid. Teatro María Guerrero. Sala de la Princesa.
Hasta el 25 de marzo de 2018.
Nace este montaje a raíz de un “laboratorio” de investigación teatral en torno a la manipulación mediática y a la hiperconectividad coordinado por el actor y director argentino Camilo Vasquez. Como tal fruto de laboratorio podría decirse que el espectáculo está todavía en estado embrionario; o para expresarlo en términos taurinos, vaya, que ponen el toro en suerte pero no acaban de redondear la faena y darle la puntilla.
El morlaco es de armas tomar, nada menos que el controvertido tema de la responsabilidad personal a la hora de producir y consumir información en la era de la irrupción masiva de los dispositivos móviles en nuestras vidas, y más específicamente el miedo a la exclusión social, a “perderse algo”, en inglés, Fear of missing out”, una nueva y grave patología favorecida precisamente por esta eclosión de lo digital que está afectado cada día a un mayor contingente de usuarios; pero como digo, la cuestión apenas si está esbozada en los primeros compases del espectáculo para luego diluirse por líneas de desarrollo adventicias que poco o nada tiene que ver con el asunto principal que nos convoca a la sala.
Estructurado en forma de cuadros autónomos, interpretados en muchos casos individualmente, el espectáculo adolece, en mi opinión, de una insuficiente articulación dramatúrgica que los unifique en un objetivo común: servir de revulsivo ante esta nueva y letal adicción a los smartphone y a las redes sociales que está pervirtiendo su uso como valiosa herramienta de información y comunicación.
El espectáculo tiene un arranque prometedor. Ángela Boix y Trigo Gómez, explorando con su móvil y la cámara web del portátil los orificios más recónditos y las regiones más íntimas de su anatomía, desde el pubis a las fosas nasales, del escroto al cielo del paladar, o Manuel Minaya, el obseso internauta solitario en plena exaltación solipsista despotricando contra sus “amigos” de Facebook por un quítame allá un “me gusta” o, enardecido ante la sarta de banalidades que demandan su atención desde la brillante pantallita de plasma, ofrecen en clave de humor algunas pistas de los extremos de perversión narcisista o instantaneista a que pueden llegar algunos usuarios compulsivos de tecnología. Y lo mismo la escena en la que Rafuska Marks, va computando con ansiedad y excitación crecientes sus seguidores por twitter hasta llegar a los espasmos del orgasmo que le provoca superar la cifra record de 668 followers, o el “menage a cinco” de todos los integrantes del elenco que móvil en ristre se entregan a un ceremonial erótico de caricias, “selfies” y filmaciones, una saturnal voyeurista que constituye a mi juicio la escena más lograda del espectáculo.
Muchos de los cuadros que siguen, sin embargo, no alcanzan sino a tocar de manera tangencial el núcleo argumental de la obra y denotan un cierto ensimismamiento, como la escena del casting a la que se somete una voluntariosa Fabia Castro -descorazonadora, por otra parte-, cuando no impotencia para escapar a los viejos tópicos, como el de la moda de la ingesta de productos macrobióticos, o los recurrentes alegatos a favor de la emigración o en contra de la guerra, como el de Ángela Boix en un simulacro de performance que recuerda los trabajos de la artista serbia Marina Abramovic.
Luces y sobras, en suma, en esta puesta de largo del colectivo Fango en un trabajo que proporciona ocasiones para el disfrute y la reflexión, pero al que le falta un hervor para estar a la altura de su “ceviche de lubina” y al nivel de los estándares de calidad artística de un Teatro Nacional.

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