sábado, marzo 03, 2018

TEATRO. Eroski Paraíso: "A ritmo de punk ‘garajero".

Textos: Manuel Cortés Chévere.
Con: Patricia Lorenzo, Miguel de Lira, Cristina Iglesias, Fidel Vázquez y Luis Martínez.
Música: Terbutalina.
Dramaturgia y dirección: Xron
Alcalá de Henares. Corral de Comedias
16 y 17 de febrero de 2018.

La trayectoria de Chévere, una de las agrupaciones teatrales más veteranas del panorama teatral gallego, puede enlazarse con la de las compañías del llamado teatro Independiente (Los GoliardosCátaroEls Joglars, el grupo Tabano, etc.) que surgieron en los años sesenta para romper con el monopolio del teatro comercial, dar cabida a una incipiente sátira política y abrir las puertas a las nuevas tendencias del teatro europeo vetadas aquí durante el largo paréntesis de la posguerra por la férrea censura del régimen. Con escasos recursos económicos, trabajando en condiciones precarias las más de las veces, con actores procedentes de grupos del teatro aficionado o del activismo cultural, a todas esas compañías les unía un mismo impulso de experimentación con nuevos lenguajes o de relectura de textos canónicos y, desde luego, un mismo objetivo de denuncia social y política recurriendo con frecuencia al humor para ganarse la complicidad de los espectadores.
Divertidos, mordaces, al ritmo vertiginoso del punk “garajero” de Terbutalina, el grupo de rock gallego que pone la banda sonora al espectáculo, despliegan los miembros de Chévere en este trabajo todo su arsenal de recursos de la comicidad, para rescatar un pedazo de la historia viva de una comarca de la costa gallega que, como tantas otras, en las décadas de los 60 y los 70 quedaron al margen de la profunda trasformación económica experimentada en los grandes polos de desarrollo industrial, lo que acarreó la emigración a otros lugares de España y las Américas de muchos de sus moradores.
Precisamente una pareja de emigrantes, Eva y Toño, son los protagonistas de la obra que comentamos. Ambos, ya en la cincuentena, son convocados, 20 años después del día en que se conocieron, por su hija, una estudiante de cinematografía, para protagonizar un documental que está filmando y en el que quiere reproducir las circunstancias que rodearon ese encuentro “fortuito” en noche loca, de cubatas, “Pink Floyd" y música disco, encuentro en el que, al parecer, ella misma fue engendrada.

Con el telón de fondo de un hecho real, la ubicación de un hipermercado Eroski en el mismo enclave donde hace años estuvo la sala de fiestas “O Paraíso” en la localidad costera de Muros, estamos ante una historia mínima de separación familiar y desarraigo que funciona como metáfora de la profunda transformación social que experimentaron muchas regiones españolas en aquellos años, con la moraleja, un tanto simplista, quizá, pero no por ello menos descorazonadora de que el progreso era esto, de que la “tierra prometida” por la sociedad de bienestar vendría a cifrarse en la oferta inacabable de productos de consumo en los lineales de un supermercado.
Estructurada de forma un tanto deslavazada y con elementos espurios que dilatan innecesariamente el desarrollo de la acción, la obra discurre entre un presente sin esperanza, fijado en la monotonía y la rutina del trabajo de la madre en el supermercado y un pasado idealizado y sobre el que se proyecta una mirada no exenta de melancolía. En ambos idiomas Gallego y Castellano según en qué momentos; combinando cuadros de un crudo naturalismo con otros más chuscos y hasta delirantes el montaje nos depara escenas de una comicidad desbordante que el público acompaña con carcajadas y aplausos, culminando con la esperada escena en que Toño pasado de copas y de maría se liga a Eva y termina causando la hilaridad del respetable con su muy peculiar coreografía del la música de Dirty Dancing montando un sarao al que se suma toda la concurrencia. Tanto él (Miguel de Lira) como ella (Patricia Lorenzo) derrochan gracejo y desenvoltura; se entregan a los “ensayos” con una actitud entre incrédula y divertida aceptando de buen grado las órdenes de la “directora” del rodaje y, desde luego, dan el tono justo de aquellos encuentros furtivos donde los jóvenes de provincia amparados en la semioscuridad de la pista de baile de una discoteca -o tras las tapias del cementerio- daban rienda suelta a sus fogosos deseos y a sus urgencias eróticas.
Por Gordon Craig.

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