sábado, marzo 10, 2018

TEATRO. Beatriz Galindo en Estocolmo. "De la corte de los Reyes Católicos a la de Gustavo V de Suecia".

Autora: Blanca Baltés.
Con: Ana Cerdeiriña, Carmen Gutiérrez, Heva Higueras, Chupi Llorente y Gloria Vega.
Escenografía: Gerardo Trotti.
Vestuario: Ana Rodrigo.
Dirección: Carlos Fernández de Castro.
Madrid. Teatro María Guerrero. Sala de la Princesa.
Hasta el 18 de febrero de 2018.
¡Vaya título para una reseña! ¿Pintoresco? ¿Llamativo? ¿Equívoco? ¿Presuntuoso? Quizá. Y sin embargo no es sino una suerte de paráfrasis del título de la obra que comentamos que, así, a bote pronto, induce también al equívoco, llevándonos a pensar en un improbable viaje de la experta latinista salmantina, alumna aventajada de Nebrija y consejera de la mismísima Isabel la Católica a las frías tierras de Escandinavia.
No hay tal. La verdad es que se trata de una efusiva semblanza de la escritora y diplomática republicana Isabel Oyarzabal Smith que en los años veinte del pasado siglo inició su andadura como articulista en diversas publicaciones de la época (El Sol, El Imparcial, etc.) firmando sus columnas precisamente con el seudónimo de Beatriz Galindo.
Ministra plenipotenciaria de la República en las Naciones Unidas, nombrada embajadora de la legación diplomática española en Estocolmo en octubre de 1936, y portavoz de la España republicana en numerosos foros internacionales, la obra se inicia con la reproducción radiada de un emotivo discurso pronunciado ese mismo año ante los delegados del Partido Laborista Británico en Edimburgo destinado a informar de la situación política en España y a pedir ayuda para la causa republicana.
Pero la semblanza de su actividad diplomática -la pieza se articula concretamente en torno un incidente con las autoridades suecas, que al parecer se negaron a reconocer a la representante española- se complementa con su implicación y trabajo en favor del movimiento feminista, movimiento en el que Oyarzabal estuvo muy activamente involucrada desde años antes del comienzo de la Guerra Civil junto a otras relevantes intelectuales y artistas de la época, como Maruja Mallo, María de Maeztu, Clara Campoamor o Victoria Kent.
En conjunto la obra traduce la efervescencia cultural del Madrid de aquellos años reivindicando para las -así denominadas- “mujeres modernas” un papel más destacado del que la historia posterior les ha reconocido, no sólo en la conformación de aquel momento de innegable esplendor cultural, sino como agentes activos de la lucha por la emancipación de la mujer.
Y es una lástima, que el fervor del discurso político con el que se inicia el espectáculo y el uso de una retórica subjetiva llena de dramatismo y de intenciones propagandistas -justificables quizá por el contexto y la ocasión de dicho discurso-, impregne prácticamente toda la obra enmascarando genuinas muestras de coraje cívico, o expresiones sinceras y ponderadas de denuncia de desigualdades y de incomprensión social con la vehemencia enardecedora y beligerante de la proclama o de la arenga. Ello, asociado a un cierto reduccionismo que conduce, a mi juicio, a equiparar equivocadamente la lucha por la emancipación femenina, con la lucha por las libertades políticas, sobre todo en un contexto social guerracivilista que propende a una radicalización de las posturas enfrentadas.
Respecto al montaje, cabe constatar un espléndido trabajo de vestuario y ambientación acorde con la pretensión documental de la obra. La labor de dirección es asimismo loable y saca el máximo partido a un texto plagado hasta la extenuación de citas y menciones de personajes de la época, muchos de ellos metidos casi con fórceps, como resultado de un prurito de exhaustividad que no alcanzo a comprender.
Hay, asimismo, un trabajo actoral concienzudo y riguroso, en la multiplicidad de personajes en los que se desdoblan Ana Cerdeiriña, Eva Higueras y Gloria Vega, y en los papeles de Concha Méndez y de Isabel Oyarzábal, Chupi Llorente y Carmen Gutiérrez respectivamente. La primera, mejor como compañera de afanes e inquietudes -igual brío y determinación en la defensa derechos y libertades que las otras-, más difusa y errática como directora de cine, un rol que ciertamente el texto no precisa demasiado. Carmen Gutiérrez, por su parte, hace una magnífica construcción de su personaje: una mujer enérgica, de principios, oradora implacable, de verbo encendido y dueña de una activa resolución para encarar las dificultades; combina unos modales exquisitos y una natural elegancia con un carácter indomable y con una extraordinaria sensibilidad artística y humana. Su alegato a favor de la igualdad instando a “abrir puertas” y a desterrar viejos tabúes y prejuicios es quizá la escena más emotiva y esperanzadora de la obra.
Gordon Craig.

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