domingo, febrero 25, 2018

TEATRO. Hablar por hablar. "El pulso de la madrugada".

Autores: Juan Cavestany, Yolanda García Serrano, Anna R. Costa, Juan Carlos Rubio y Alfredo Sanzol.
Textos extraídos del libro Hablar por hablarHistorias de madrugada, de Mara Torres.
Con: Antonio Gil, Ángeles Martín, Samuel Viyuela González, Carolina Yuste y Pepa Zaragoza.
Con las voces de José Sacristán, Macarena Berlín, Cristina Lasvignes y Mara Torres, entre otros.
Escenografía de Eduardo Moreno.
Dirección: Fernando Sánchez Cabezudo.
Madrid. Teatro Bellas Artes.
28 de enero de 2018.

Nace este espectáculo de la afición por el sketch, por la escena breve -normalmente cómica-, de los autores del texto y del propio director del montaje, Fernando Sánchez Cabezudo, que ya se sirvió con éxito de esta fórmula en Historias de Usera, el espectáculo con el que echó el cierre al tan prometedor como efímero proyecto de la sala Kubik en el conocido barrio madrileño.
Este gusto por la imagen fragmentada, discontinua, discreta -en el sentido matemático del término-, tiene hondas raíces en la filosofía, en la literatura y en la praxis de la comunicación contemporáneas, donde pareciera rehuirse la pretensión de dar en las obras una imagen objetiva, “totalizadora” del mundo a favor de la coexistencia libre de una pluralidad de elementos fragmentarios yuxtapuestos. En este sentido, las “historias” de los oyentes del programa “Hablar por hablar” de las madrugadas de la cadena SER recopiladas por Mara Torres son un espléndido material en bruto, unos textos que, convenientemente aderezados por los autores de la dramaturgia y ordenados de manera aleatoria, vendrían a constituir el paradigma de esa forma de comunicación (pos)moderna hecha de retazos, en apariencia inconexos, de la realidad.
Digo “en apariencia”, porque en el trasfondo de todas esas historias, subyace un elemento unificador que las vivifica y que no es otro que el profundo y desgarrador sentimiento de soledad de sus protagonistas anónimos. A lo que hay que añadir, la cordial y atenta escucha de ese locutor o locutora que desde el aislamiento del estudio tiene que lidiar con las situaciones más insólitas, y la no menos cordial y honda corriente de solidaridad que esas conversaciones suscitan en la audiencia.
Es la esencia y, por qué no decirlo, el misterio de la radio en la madrugada, lo que capta y trasmite perfectamente este espectáculo que llega al corazón del espectador. Y es que todos nosotros, en alguna medida, en determinadas circunstancias de nuestra vida, para sentirnos acompañados al volante, o durante las largas noches de estudio, o cuando la angustia del insomnio prolongado ahuyenta el sueño reparador, todos, digo, hemos buscado un poco de entretenimiento, cuando no compañía o consuelo en esa cálida voz amiga que, envuelta en los pliegues de una melodía conocida, nos llega a través de las ondas y se expande por la oscuridad de la estancia como si se tratara de en punto de luz en medio de la noche.
Recuerdo unos versos de Pedro Salinas, de la Variación XII de El contemplado que rezan así:
Dos amantes se matan por un hilo
-ruptura a dos mil millas-
            Sin que pueda salvarle una mirada
                        un amor agoniza.
Pues bien, aquí, por el contrario, el hilo telefónico, una llamada desesperada, desde no se sabe qué distancia y atendida con solicitud desde la emisora, puede tener un efecto salvífico, puede ayudar a Suso, el desesperado pescador gallego a solucionar su problema de custodia compartida, a que Merche se reencuentre con el primer amor de su vida, que es padre si saberlo de un hermoso niño de pocos años; o puede servir de altavoz al “hombre lobo” de Alcalá de Henares, o a recuperar un niño deficiente perdido a la salida del Primero de Octubre, o a abrirle los ojos al macarra de Juanfran para que comprenda que los pantalones de cuero y los collares de oro no son mejor salvoconducto para seducir a las mujeres (aunque a él le da igual porque parece estar dispuesto a pulirse una pasta en prostitutas).
Historias salaces, divertidas, pintorescas, esperpénticas, trágicas, entre el costumbrismo y los reality televisivos, siempre con un punto de ingenio, ancladas en la realidad más inmediata y cifrados en un registro rabiosamente coloquial que Sánchez Cabezudo dirige con brío y el elenco en su conjunto, desdoblado en múltiples personajes aborda con desparpajo y consumada maestría y oficio.
Gordon Craig.

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