jueves, mayo 11, 2017

TEATRO. Refugio. "El rapto de Europa".

Autor: Miguel del Arco.
Con: Carmen Arévalo, Israel Elejalde, María Morales, Raúl Prieto, Macarena Sanz, Beatriz Argüello y Hugo de la Vega.
Escenografía: Paco Azorín.
Dirección: Miguel del Arco.
Madrid. Teatro María Guerrero. Hasta el 11 de junio de 2017.



Miguel del Arco (Madrid, 1965), adaptador, guionista y director teatral se dio a conocer al gran público a raíz del éxito de La función por hacer (2009), su brillante adaptación de Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello. Algún montaje de textos propios, como Juicio a una zorra (2012), una libérrima recreación del mito de Elena de Troya protagonizada por una inmensa Carmen Machi, u otros en los que ha participado como director o dramaturgista han constituido rotundos éxitos de crítica y público durante estos últimos años. Baste citar como muestra sus adaptaciones de Veraneantes, de Máximo Gorki (2011), El inspector, de Gogol (2012, De ratones y hombres, de John Steinbeck (2012) o más recientemente El misántropo, de Moliére.

La obra que estrena ahora en el teatro María Guerrero es de rabiosa actualidad, y su argumento pudiera haberse fraguado hilvanando noticias de apertura de los telediarios de ayer mismo con informaciones relativas a la corrupción política y al drama cotidiano de la inmigración. Y es que los protagonistas de la pieza son un político corrupto en el punto de mira de la prensa a raíz de unas filtraciones comprometedoras y un refugiado sirio que ha perdido a su mujer y a su hijo en la travesía del Mediterráneo acogido precisamente por la familia de ese alto cargo al que el partido está dispuesto a sacrificar para evitar verse salpicado por el escándalo.

Sobre la urdimbre de estos temas -corrupción e inmigración- Miguel del Arco arma una trama que va más allá de la mera anécdota para inscribirse en una reflexión de fondo sobre la política, sobre la naturaleza y límites de la democracia y sobre la perversión en el uso del lenguaje, empleado las más de las veces -y no sólo en la órbita de la política-, para enmascarar la realidad, para tergiversarla, para ocultarla, para negarla; el lenguaje empleado como arma arrojadiza o como pantalla protectora tras la que esconder nuestros verdaderos sentimientos, “una constante estratagema para cubrir nuestra desnudez -que diría Pinter-, una violenta, astuta, hipócrita cortina de humo que mantiene al otro en su sitio”.

Adepto a los clásicos griegos, susceptibles siempre de nuevas lecturas e interpretaciones, Miguel del Arco permite que se cuele en su sátira política el hermoso relato mitológico del Rapto de Europa, esta vez en la figura de un pletórico Farid, que inicia también su travesía desde las costas del Líbano en una noche estrellada llevando consigo a su mujer Sima y a su hijo. Una escena luminosa, por cierto, que, junto a la portentosa aria interpretada por Amaya, mujer del protagonista y otrora diva del bel canto, insufla algo de poesía y de esperanza en una historia, por lo demás cruda y desoladora. Como si fuera una metáfora, terrible, de nuestro tiempo, ambos atisbos de optimismo, de elevación espiritual, si se quiere, encarnados por Farid y Amaya en algún momento de sus vidas, están condenados al fracaso; en un caso, por la pérdida de la voz de Amaya y por la sentina de hipocresía, de odio y de resentimiento en la que se ha convertido su matrimonio, en otro, el sueño frustrado de esta familia de emigrantes de arribar sanos y salvos a las playas de Creta, como hizo la bella ninfa del relato mitológico a lomos del toro.

Y solo habría un par de objeciones que ponerle al montaje. Respecto a la puesta en escena, quizá cede en ocasiones a la tentación del artificio y la espectacularidad gratuita. Respecto al texto, el contraste acaso demasiado evidente, extremo incluso, entre dos realidades sociales antitéticas, representadas respectivamente por la familia de Suso Santiesteban y por la de Farid; un universo de egoísmo, de incomunicación, de reproches, vaciado de valores y ayuno de cualquier vestigio de espiritualidad frente al de un paria desesperado, que trata inútilmente de buscar consuelo para su desgracia refugiándose en el silencio y en vagas apelaciones a la renuncia y a la paz y armonía universales que predica el misticismo sufí.

Como contrapartida, el espectáculo cuenta en su haber con un gran trabajo de los actores. Raúl Prieto acierta aquí con ese doliente Farid lacerado por el recuerdo de su tragedia que se mueve como un sonámbulo entre el desconcierto y la desolación. Israel Elejalde, como Suso, da la medida exacta de un político cínico y sin escrúpulos capaz de sacrificarlo todo a su estrategia de mantenerse en el poder. Hábil retórico, frío, manipulador, puede traficar incluso con el dolor y con la desgracia ajena si ello sirve a sus propósitos. Los primeros damnificados son sus hijos, la rebelde, impulsiva e insolente Lola (Macarena Sanz) y el vehemente y agresivo Mario (Hugo de la Vega), la crueldad y el odio que destila son el amargo y temprano fruto del resentimiento hacia unos progenitores que han vaciado sus relaciones familiares de ternura, respeto y comprensión. Pero en quien descarga verdaderamente Suso sus invectivas y su sarcasmo es en su mujer, Amaya, una espléndida Beatriz Argüello ante la que hay que quitarse literalmente el sombrero. Indolente, pasiva, confortada por los efluvios del alcohol, asiste como un convidado de piedra al caos y a la destrucción de su familia; parece haber renunciado a dar la batalla por su dignidad, aunque su elegancia y altivez alientan los rescoldos de una mujer de sensibilidad exquisita que ha disfrutado del éxito social. En su evocación, magistral, de sus tardes de gloria en la ópera, compone una escena de enorme impacto visual y de una belleza sublime.

Gordon Craig.





1 comentario:

di luca evangelista dijo...

Espero que su actualidad no sea un impedimento para su aclaratoria verdad. Supongo que bien podría tratarse de una tragedia griega de los grandes. A veces, ser muy actual le quita historicidad reflexiva a los temas. Acudo por la calidad de siempre de una actriz como Beatriz Argüello.