jueves, marzo 09, 2017

TEATRO. Vientos de Levante. "… Este vals que se muere en mis brazos".


Autor: Carolina África.
Con: Trigo Gómez, Carolina África, Paola Ceballos, Jorge Mayor y Pilar Manso.
Escenografía: Almudena Mestre.
Espacio sonoro: Nacho Bilbao.
Dirección: Carolina África.
Madrid. Teatro Español. 25 y 26 de febrero de 2017.



Tras el éxito de crítica y público de Verano en diciembre (premio Calderón de la Barca 2012), en el marco de un ciclo organizado por el teatro Español para difundir el trabajo de los autores más jóvenes, llega a la cartelera madrileña Vientos de Levante, la nueva pieza de la actriz, poeta y dramaturga Carolina África (Madrid 1980) con la fuerza de un vendaval, como la del viento del este que, cuando sopla en la bahía de Cádiz, enerva y trastorna a los personajes de la obra.

Impulsora junto a Laura Cortón y Almudena Mestre de “La Belloch” teatro, una de las múltiples iniciativas con las que cada año, cada mes, casi, se renueva el panorama teatral madrileño dando muestras inequívocas de la pujanza y del buen momento en el que se encuentra este arte secular, Carolina África cultiva lo que podríamos denominar una poética de lo cotidiano. Sus personajes son seres del común que se debaten por salir a flote entre las rencillas familiares, las inseguridades e incertidumbres de cada día, los sueños, la soledad, el desamor o la angustia ante la enfermedad y la muerte.

En este caso los protagonistas son: Pepa, una psicóloga que comparte su jornada entre un hospital y una institución para enfermos mentales, su amiga Ainhoa, una escritora en ciernes que viaja a Cádiz, donde ejerce Pepa, para pasar unos días de vacaciones con ella al lado del mar en busca de inspiración, y Sebas, un enfermo en estado avanzado de ELA (esclerosis lateral amiotrófica) que trata de aferrarse a los pocos asideros que le quedan para combatir su angustia y desesperación mientras se van manifestando progresivamente los efectos devastadores de su dolencia. La casualidad hará que las dos personas con las que Ainhoa comparte asiento en el tren que la lleva hacia el sur irrumpan en su vida y den un vuelco a sus expectativas de futuro.

Con un lenguaje sencillo, directo, desenfadado, plagado de frases ingeniosas y giros propios del registro coloquial, la autora arma una trama sólida e impele la acción -aun con altibajos- hasta un desenlace de alta intensidad poética. Por el camino quedan escenas chuscas, entrañables, pintorescas, divertidas, y hasta descacharrantes, como la merienda en playa de toda la tropa, para dar cumplimiento a uno de los cinco últimos deseos que quiere satisfacer Sebas antes de su anunciada partida: presenciar una puesta de sol rodeado de sus amigos bebiéndose unos vasos de un buen vino de la tierra.

Los actores, en general, sirven con oficio, entusiasmo y donaire a las ganas de vivir y de soñar de los personajes y a una actitud -de filiación casi estoica, senequista- de aceptación de la realidad que impregna su comportamiento y que constituye uno de los ingredientes fundamentales de la obra. Maxi y Antonio, nos recuerdan en su desamparo a alguno de los personajes marginales de las Noches de amor efímero de Paloma Pedrero, pero también la locuaz y voluntariosa Ascen (Pilar Manso) un ama de casa frustrada ante un horizonte vital acotado por sus responsabilidades familiares y Juan (Jorge Mayor), varado en una existencia opaca, coartado por su timidez, por su torpeza y por su falta de valor para sincerarse con la ingenua y soñadora Ainhoa (Carolina África).

Junto al humor, al que ya he hecho referencia arriba, la obra esconde algunas escenas de de gran fuerza dramática que, si bien no se perciben con la intensidad que sentía el amor don Perlimplín (“como un hondo corte de lanceta en mi garganta”), constituyen al menos una punzada de emoción genuina. Y es que uno no puede dejar de verse afectado por los inevitables brotes de rebeldía de Sebas ante la adversidad o por sus continuos y urgentes mensajes cifrados de socorro; ni puede eludir vibrar en lo más íntimo cuando Pepa accede a cumplir el último de sus deseos, bailando abrazada a él unos compases del “Pequeño val vienes” lorquiano, que, en la voz rota de Silvia Pérez Cruz, resuenan en la playa desierta a la luz de la luna. La otrora desenvuelta y dicharachera Pepa (Paola Ceballos) ahora turbada por la compasión, el llanto y los vapores del vino y el ya balbuciente y en extremo deteriorado Sebas (Trigo Gómez) firman aquí una escena de las que hacen historia.

Gordon Craig.

Vientos de Levante. Teatro Español.
 

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