lunes, diciembre 05, 2016

TEATRO. El año del pensamiento mágico."Una leccción de supervivencia".

De Joan Didion.
Traducción de Juan Pastor.
Intérprete: Jeannine Mestre.
Espacio escénico: Juan Pastor.
Dirección: Juan Pastor.
Madrid. Teatro de la Abadía. 26 de noviembre de 2016.



A poco que reflexionemos sobre los motivos que nos impulsan a tomar algunas decisiones (desde mantener una relación extramatrimonial a comprar un décimo de lotería), o sobre nuestras reacciones ante determinados sucesos más o menos fortuitos (como un pequeño accidente doméstico o la irreparable pérdida de un ser querido), nos daremos cuenta de que no siempre actuamos movidos por el criterios de estricta racionalidad sino impelidos por emociones, deseos, prejuicios, creencias, percepciones subjetivas o especulaciones sin fundamento alguno.

Se trata de una forma de pensar y de actuar contaminada por residuos, más o menos arraigados en nuestra psique -dependiendo de nuestra formación y de nuestra personalidad-, de formas de comportamiento y de pensamiento arcaicas que los psiquiatras y los estudiosos de las culturas antiguas han definido como “pensamiento mágico”, que, entre otras cosas, inducía a los miembros de estas comunidades primitivas a pensar que podían ejercer algún control sobre los acontecimientos.

La obra que nos ocupa, de carácter autobiográfico, trata precisamente de cómo su autora, la periodista y escritora estadounidense Joan Didion, se refugia durante un año en esa forma de pensamiento mágico como último recurso para enfrentarse al dolor por la pérdida repentina de su marido, el también escritor y guionista John Gregory Dunne y de su hija Quintana, fallecida finalmente a pocos meses del deceso de John, tras sucesivas recaídas en una grave dolencia mal diagnosticada.

A lo largo de un extenso y vibrante monólogo la autora (encarnada por una espléndida Jeannine Mestre) revive con todo lujo de detalles su experiencia traumática con la enfermedad y con la muerte y desaparición de sus seres queridos, mientras evoca lugares y momentos felices de una vida en plenitud apenas ensombrecida por vagos presagios de la desgracia futura. Pequeños indicios o señales que sólo es posible descifrar en los estados de lucidez a los que nos aboca el dolor extremo producido por una desgracia irreparable.

Pese al cariz inequívocamente dramático que tiene esta experiencia que la autora comparte con los espectadores, la escritura no adopta en absoluto un tono apocalíptico, ni lastimero ni sentimentaloide. Antes bien todo el texto, en una pulcra versión de Juan Pastor, esta atravesado por una fina ironía, por un sesgo dizque humorístico que facilita la empatía con el espectador. El hilo del relato fluctúa entre la confidencia íntima, el informe frío y pormenorizado de los hechos, las interpelaciones al público y la cálida, acogedora y ensimismada evocación de los recuerdos. En todos estos registros y en las pausas y transiciones que van pautando los cambios en el estado de ánimo de la protagonista Jeannine Mestre se encuentra igualmente cómoda y pletórica de recursos, encontrando la temperatura exacta de cada escena y el punto de equilibrio entre “être possédé par une oeuvre et la poséder”, como sugería Louis Jouvet a sus actores.

Vestida con elegancia pero sin ostentación, con movimientos estudiados y una dicción clara y precisa la actriz explora los recovecos del texto, va y viene del pasado al presente siguiendo fielmente el hilo de los recuerdos: de una ceremonia nupcial a los preparativos de un funeral; de la soledad en la fría y aséptica antesala de una UCI, a la cálida caricia de la brisa en un atardecer dorado en una playa de Malibú. Siempre dueña de sí misma sin dejarse amilanar por ese “efecto de torbellino” que amenaza con arrastrarnos en esos momentos críticos en que parece que todo a nuestro alrededor se desmorona. Y modula con igual maestría los acelerandos en la angustiosa y metódica enumeración de las circunstancias de un suceso, de los datos de un diagnóstico o de los pormenores de una autopsia, que los pasajes más reposados en los que se demora en la plácida contemplación del paisaje parisino desde la terraza de un hotel, o en la evocación de un imperceptible cambio de tonalidad de los cabellos de su hija.

Una escenografía sobria, con ocasionales subrayados sonoros y modificaciones de la luz que acentúan los momentos de mayor tensión dramática en el fluctuante estado de ánimo del personaje es otro de los alicientes del montaje; y una eficiente dirección de Juan Pastor, que consigue conjugar todos elementos de la puesta en escena para reflejar la intensa atmósfera emocional del relato, moderada, a ratos, por un riguroso enfoque analítico.




Gordon Craig.



El año del pensamiento mágico. Teatro de la Abadía.

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