martes, noviembre 15, 2016

TEATRO. 300 el X 50 el X 30 el. "La tierra desolada".

De F.C. Bergman.
Creación e interpretación: Stef Aerts, Joe Agemans, Bart Hollanders, Matteo Simoni, Thomas Verstraeten, Marie Vinck y otros .
Música: Scott Gibbons.
Cámara de video: Thomas Verstraeten.
XXXIV edición del Festival de Otoño a Primavera. Madrid. Teatros del Canal. 12 de noviembre de 2016.



Cuando se levanta el telón, bajo una luz espectral vemos, perdido en medio de ninguna parte, lo que parece ser un asentamiento de colonos en el más puro estilo del “far west” hollywoodiense: una porción de destartaladas cabañas de madera diseminadas en torno a una pequeña laguna en un claro de un umbroso bosque cubierto de hojas. Todo ello según la más estricta estética hiperrealista. Pero no estamos en el entorno bucólico de esos bellos parajes inexplorados de frondosos pinos, cumbres nevadas y corrientes de agua cristalina. Se trata más bien del ambiente lúgubre de las naturalezas muertas, como si la vida se hubiera detenido envuelta en la misteriosa atmósfera de vapores mefíticos de la charca infecta que hay en el centro de la escena, frente a la cual, un impertérrito pescador, caña en mano, fuma sin parar como abstraído y ausente de lo que le rodea.

Y de pronto, con el sonido martilleante de unos compases del “Invierno”, de las cuatro estaciones de Vivaldi, la escena cobra vida y a través de una pantalla de grandes dimensiones situada sobre el escenario, comenzamos a observar, mediante las imágenes grabadas en directo por una cámara de televisión que circunda el escenario en un inacabable traveling, lo que ocurre en el interior de dichas cabañas. Fragmentos de la vida cotidiana de sus moradores, sorprendidos en su intimidad, mientras comen, preparan una celebración, tocan el piano, se masturban, hacen el amor o se divierten con juegos de guerra. Acciones despersonalizadas, ritualizadas por el hábito o la costumbre, llevadas a cabo mediante movimientos mecánicos, irreflexivos, que denotan una extrema incomunicación y falta de empatía; y que en muchos casos muestran actitudes y comportamientos violentos o absurdos, siempre obedeciendo a impulsos que los personajes no pueden controlar.

Como en el caso del grupo de burgueses de El Ángel extermidador de Buñuel, cualquier intento de escapar de la aldea por parte de alguno de los miembros de esta pequeña comunidad está condenado al fracaso. ¡Cuán lejos están el soldado y su amante, la joven del piano, de consumar la aventura de Romeo y Julieta! ¡En qué triste y pobre remedo de la vehemencia de la pasión amorosa de los amantes de Verona han convertido estos nuevos amantes su intento frustrado de consumar su unión y fugarse juntos!

Hay como una pesada losa que aplasta a los personajes y los impide sacudirse el yugo de los tabúes que han aprisionado siempre a los individuos desde las sociedades arcaicas impidiéndoles romper con el círculo vicioso de unas vidas vacías de sentido, carentes de una espiritualidad en la que refugiarse cuando se ha perdido toda esperanza. ¿O están paralizados por una inminente amenaza? Eso, al menos, sugieren el enigmático título de la obra: 300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de alto, las dimensiones del Arca que por mandato de Yaveh (Génesis, 6, 14) construyó Noé para salvarse del diluvio, o algunos versos del reconfortante “O heavenly salvation” entonado por los miembros de la comunidad: (... “The storm has ended / and death step back / into the waters once more.”

“Somos una generación perdida”, ha dicho Thomas Verstraeten en una entrevista reciente, y esta obra parece ser reflejo de la honda preocupación que late en la mente de este creador belga por la pérdida de valores que aqueja a las generaciones más jóvenes y podría interpretarse como una metáfora de la monotonía, la tristeza, la soledad y el desencanto de la vida de dichas generaciones en nuestras sociedades avanzadas.

Quizá este montaje presente una visión extremadamente nihilista o desencantada de nuestra sociedad, quizá destaque en exceso los aspectos más sórdidos, más anodinos o más violentos de nuestra vida en común, en cualquier caso constituye, a mi juicio, una lúcida y escalofriante parábola de nuestro tiempo; un viaje alucinante por nuestros más secretos deseos, temores y obsesiones que no dejará a nadie indiferente. Un espectáculo que es a la vez performance y representación; sin palabras, codificado en un doble sistema de imágenes reales y filmadas en tiempo real y cuya combinación provoca un extraño e inquietante efecto desrealizador.

Gordon Craig.

300 el X 50 el X 30 el: Teatros del Canal.

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