viernes, abril 01, 2016

TEATRO. Muñeca de porcelana. "Poder y corrupción".

Con: José Sacristán y Javier Godino.
Diseño de escenografía: Curt Allen Wilmer.
Dirección: Juan Carlos Rubio.
Madrid. Naves del Español. Sala Fernando Arrabal.



No siempre, por no decir casi nunca, hallamos en el patio de butacas una respuesta tan unánime del público ante los estímulos que recibe desde el escenario. No siempre percibimos tan a flor de piel la tensión emocional contenida presta a desbordarse y manifestarse en forma de murmullos de aprobación, aplausos o carcajadas a tenor de las peripecias del protagonista, que según los casos, puede encarnar los valores de un compañero de viaje copartícipe de nuestras alegrías o frustraciones, de un chivo expiatorio blanco de nuestro odio y de nuestra ira o de un héroe justiciero dispuesto a vengar nuestras ofensas y humillaciones. Eso es porque sólo en contadas ocasiones los programadores de los teatros traen a escena obras cuya exhibición tiene esa rara virtud conocida coloquialmente como el “don de la oportunidad”. La oportunidad de canalizar civilizadamente, vicariamente, por personas interpuestas, esto es, a través de los personajes de ficción, sentimientos y estados de ánimo que de otro modo quedaría sepultados en los recovecos de nuestra conciencia.

Con la que está cayendo, una obra como la de David Mamet que comentamos, que trata precisamente de los vínculos entre el poder político y el poder económico con sus secuelas de corrupción y de miseria moral no podía pasar desapercibida, y mucho menos contando con el protagonismo de uno de los actores más valorados del panorama teatral español actual: José Sacristan.

La pieza, estructurada casi toda ella en forma de conversaciones telefónicas del protagonista con diversos interlocutores, se desarrolla en un espacioso despacho situado en un piso alto de algún rascacielos de Manhattan, pero que muy bien pudiera ubicarse en alguna de las cuatro torres del madrileño paseo de la Castellana. El multimillonario Mickey Ross ultima los preparativos para una jubilación dorada con una jovencita a la que dobla en edad. No conocemos a ciencia cierta la naturaleza de sus negocio, lo que si parece claro es que ha conseguido su fortuna a la sombra del poder político. Su intento de escamotear a la Hacienda los cinco millones de dólares que cuesta inscribir a su nombre el último de sus caprichos, un jet privado que quiere regalar a su novia y su enfrentamiento con el joven gobernador del estado, van a producir una serie de acontecimientos en cascada que trastocan los planes del millonario. En breve, y con un símil que no sé si resultará muy apropiado, estamos ante una inversión del mito de Cronos, o sea el dios devorado por sus propios hijos, un Mickey Ross que termina atrapado en la propia red de sobornos y corruptelas que ha ido tejiendo a lo largo de los años y sobre las que ha cimentado su poder y su prosperidad económica.

Todo el protagonismo es obviamente para José Sacristán, secundado espléndidamente por Javier Godino (Carson), cuyos largos silencios, miradas, y en general el tono comedido de sus réplicas y su actitud de sumisión ante la intemperancia y las explosiones de cólera de su jefe son el contrapunto inexcusable para que la obra funcione como un mecanismo de relojería. Es el conflicto dramático en estado puro. Un mecanismo que Juan Carlos Rubio, director del espectáculo, controla con mano firme y experta hasta en sus mínimos detalles, en el diseño preciso del movimiento escénico o marcando los cambios de tono del personaje y el ritmo adecuado de la acción en cada fase o etapa de su desarrollo, en general un ritmo ágil que responde a la fulgurante sucesión de los acontecimientos.

Mamet mantiene los detalles concretos de la trama en un calculado nivel de inconcreción, pero por las reacciones de Ross, por sus gestos y expresiones de contrariedad, por sus insinuaciones, sobreentendidos y medias verdades, por sus exabruptos y amenazas, veladas o explícitas, entendemos perfectamente lo que está pasando y adivinamos la atmósfera de compadreo, de intriga, de compraventa de favores, de dosieres, de juego sucio, de corrupción, en suma, en la que chapotean los personajes. Ambiente en el que el Mickey Ross de José Sacristán se mueve como pez en el agua, desde la insoportable arrogancia y autosuficiencia del principio, cuando se dispone a poner el colofón a su carrera comprando lo que cree un seguro de felicidad, hasta el aspecto de animal herido y acorralado del final de la obra dispuesto a morir matando. Salvo una recurrente carcajada sardónica que parece un tanto impostada este veterano actor incorpora en su trabajo una inusual riqueza de matices que hacen de su Mickey Ross un personaje redondo; un hombre frío e implacable, en la cumbre del éxito, exultante y orgulloso de lo que ha conseguido, seguro de su poder, incapaz disculparse ante nadie; un cínico sin escrúpulos que se cree por encima del bien y del mal, que desprecia a sus inferiores y denigra de los buenos sentimientos. Dispuesto a contemporizar para salvar el pellejo mientras rumia su venganza contra quienes le han traicionado; un tipo que urgido por las circunstancias será capaz de sacar lo peor de si mismo, porque criatura de Mamet, en fin, responde a las exigencias de un mundo como el que habitamos, según el escritor, un lugar extraordinariamente depravado y salvaje donde las cosas no son en absoluto justas y equitativas.

Gordon Craig.


No hay comentarios: