domingo, octubre 25, 2015

TEATRO. Liberto. "Un testimonio conmovedor".

De Gemma Brió.
Con: Gemma Brió, Tátels Pérez y Mürfila.
Dirección: Norbert Martínez.
Madrid. Teatro de La Abadía.


Uno sale de este espectáculo sobrecogido. Y cuando camina por la calle cabizbajo, pensativo todavía intentando recomponer sus impresiones y apaciguar su ánimo, que ha sido sometido a una durísima prueba de estrés acompañando a la protagonista en su calvario, cae en la cuenta de que la catarsis era ésto. De que no hay que retrotraerse a las peripecias de un héroe o una heroína de hace veinticinco siglos, de que Medea puede estar ahí, a nuestro lado, en la parada del autobús, es un decir, o en la sala de espera de la consulta de un hospital, sollozando, aterrada, porque acaba de llega al mismo doloroso convencimiento de que tiene que dar muerte a su hijo, aunque por distintas razones de las que adujo para matar a los suyos la hija de Aetes.

La obra que estrena ahora el teatro de la Abadía es un texto primerizo de Gemma Brió que interpreta ella misma en el papel de protagonista y que pese a las dificultades iniciales para su estreno fue un éxito la temporada pasada Barcelona. Relata en primera persona la peripecia de Ada y Vicente durante los quince días de vida de su hijo nacido con daños cerebrales irreparables por falta de oxígeno durante el trance del parto.

Tras un largo “oscuro”, la fase de semiinconsciencia tras el parto debida quizá a los efectos de la anestesia, Ada comienza su periplo por esa verdadera montaña rusa de emociones en que se convierte su vida, acompañada por su pareja, familiares y conocidos, en particular por su íntima amiga y confidente Etna (Tátels Pérez), pasando del desconcierto inicial al momento de máxima tensión del trance final, a duras penas atemperada por dulce bálsamo de “Always on my mi mind” que acompaña los últimos minutos de la agonía de Liberto. En un primer tramo de ese itinerario, ante la ambigüedad de los diagnósticos, intentará sin éxito hacerse trampas en el solitario: “quizá no sea tan grave”; “al menos podrá moverse”; “siempre nos quedará Houston”. Luego, progresivamente vendrá el acoso a las pediatras; la progresiva constatación de la gravedad de la situación, y la rebeldía, y la rabia, y la autocompasión, y la pregunta inexcusable ¿por qué a mi?, asociada, quizá, a ese mismo deseo de rehuir el sufrimiento de Jesús en el huerto de Getsemaní: “Padre, si es tu voluntad, aparta de mi este cáliz”, (Lucas, 22, 42); aunque, ciertamente, las alusiones de carácter religioso en esta obra sean escasas, sarcásticas, incluso, para referirse a un San Pedro “funcionario de aduanas” impidiendo la entrada en el Paraíso a una inocente criatura porque carece de una fe de Vida. Y por último la decisión más dolorosa, la asunción de un postulado tabú: desear la muerte del hijo, y lograr que lo comprenda y lo comparta su pareja, cuando la disyuntiva es esperar inermes al empeoramiento previo al desenlace, para que los médicos puedan dejar de prestarle la ayuda que le mantiene vivo, porque “hay que respetar la ley”.

Con leves pinceladas de crítica social, a los recortes en sanidad o educación de la Generalidad, a los códigos de deontología médica, o a la de los excesos y sinrazón de la burocracia, la pieza se centra en la dimensión humana de un problema: el de la muerte digna, y de cómo se vive personalmente, íntimamente, una tragedia de estas dimensiones, enfrentándonos a sensaciones y estados de ánimo desconocidos y cambiantes sobrevenidos sin que apenas tengamos tiempo de asimilarlos y hacer una análisis frío y racional de los mismos, porque la razón no sirve para enfrentarnos a esas trampas de la vida, a esas situaciones límite para las que nunca estaremos lo suficientemente preparados.

Dos únicas actrices en escena, en un trabajo concienzudo, encomiable, entregado, de gestos, de silencios, de entonaciones, representado la multitud de personajes que participan en la acción: familiares, amigos, médicos, guardias de seguridad, etc., etc., y un ritmo trepidante, una polifonía de voces , de registros, de enunciaciones, de interpelaciones al público, a quien a veces se pide ayuda, a veces se le invoca como juez o se le pone por testigo para justificar decisiones difíciles y arriesgadas, y una guitarrista de rock, Mürfila, cuyos punteos acompañan, subrayándolos, determinados estados de ánimo, cuyas melodías calman el espíritu y cuyos desgarrados acordes transmiten mejor que cualquier palabra la rabia, la impotencia o la desesperación.

Gordon Craig.

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