lunes, abril 20, 2015

TEATRO. Ojos de agua. "El nácar y el gotelé".

A partir de La Celestina, de Fernando de Rojas
Con: Charo López.
Voz: Fran García, Músico: Antonio Trapote.
Composición Musical: Yayo Cáceres.
Dramaturgia: Álvaro Tato.
Dirección: Yayo Cáceres.
Madrid. Teatro Español, sala Margarita Xirgu





“Ojos de agua” remite al estribillo de una tonada, que en la voz del espíritu de Pármeno y en medio de las ensoñaciones de Celestina, vuelve una y otra vez a escucharse como un lánguido ritornello cada vez que a la vieja y cansada alcahueta se le llenan los ojos de lágrimas recordando el pasado o cada vez que se siente abatida por el presentimiento de su muerte. Fiel al espíritu “ronlalero” de introducir música en sus espectáculos como parte integrante en el desarrollo de la acción, Yayo Cáceres ha compuesto para la ocasión varios temas interpretados en directo por Fran García con el acompañamiento a la guitarra de Antonio Trapote que vienen facilitar las transiciones de una fase a otra de este extenso monólogo y a subrayar los momentos de mayor temperatura emocional del montaje.
Tras una sucinta presentación inicial del personaje y tras establecer su parentesco con otras egregias representantes del gremio de la “tercería” en nuestra literatura: Brígida, Fabia o la Trotaconventos del Arcipreste de Hita, hace su aparición la protagonista para explicarnos cómo, tras sobrevivir milagrosamente a las puñaladas de Sempronio, consiguió refugiarse en un convento de clausura en el que ha estado viviendo sus últimos años. Acuciada por las pesadillas y por la premonición de su muerte inminente, decide dar un repaso a su vida y contar a las monjas y a nosotros espectadores los pormenores de una existencia llena de fatigas y placeres, primero para justificar su elección por la hechicería y por la prostitución como modus vivendi, como única posibilidad para defender la libertad personal frente a las otras dos opciones, ambas de sometimiento, de sumisión, a la regla de una orden monástica o al yugo del matrimonio, y luego, para reflexionar sobre algunos temas y aspectos nucleares de la vida y de la obra de Fernando de Rojas: el paso del tiempo, la belleza perecedera, el placer, la soledad o la muerte.
El texto de Álvaro Tato parece escrito ad hoc para Charo López que, en su madurez artística, se identifica plenamente con esta mujer entrada en años apesadumbrada por la pérdida del vigor físico y de la lozanía de la juventud, que exalta una y otra vez la vida de placeres y que renuncia a contemporizar con unas creencias que reniegan del sexo como algo pecaminoso. El trabajo de Charo López mejora a medida que la obra avanza y alcanza su cenit cuando el dramaturgista -que ha hecho una meritoria labor de síntesis- cede el testigo a los pasajes originales de Fernando de Rojas. Y es que lo que el espectador espera quizá es el reencuentro gozoso con un texto crucial de nuestra literatura que, por razones que no vienen al caso, ha encontrado raras ocasiones de abrirse camino con éxito hacia nuestros escenarios. Un texto representativo de esa cosmovisión prerrenacentista que propicia la liberación de todas las potencias del espíritu y de la carne y que intentaba abrirse paso con uñas y dientes rasgando el velo secular de la opresión religiosa sobre las costumbres que había supuesto la Edad Media.
Asumiendo el eclecticismo del montaje y respetando la visión personal de los autores y su enfoque del personaje hay dos “peros” que querría poner a su trabajo. En primer lugar el que hayan cedido a la tentación de vincular al presente a un personaje tan universal como es la Celestina mediante la intromisión permanente de citas y referencias de actualidad, en un intento, quizá, de empatizar con el espectador menos avisado. No veo qué gana el texto con esos excesos de familiaridad, con esos gestos para la galería. En segundo término, no entiendo muy bien esos cambios de tono aleatorios que se producen en el tratamiento de distintas escenas que en la obra original tienen un carácter más homogéneo. ¿No hay un exceso de frivolidad al abordar cuadros caracterizados por un intenso dramatismo? ¿No se abusa un tanto de la parodia en, por ejemplo, el primer encuentro de Calixto y Melibea, llegándose incluso a travestir a los personajes y a disfrazarlos con nariz de payaso? No parece siempre justificado el paso del “nacar” al “gotelé”, además, no hace falta prestar mucha atención para ver en qué registro se encuentra más cómoda la actriz protagonista, cuándo hay una vivencia más genuina, cuándo trasmite una verdadera emoción. La drástica mutilación del texto, en fin, no impide -Charo López mediante- que aflore aquí y allá el torrente desbordante de vitalidad que alienta al personaje de Rojas, su sensualidad, su coraje, la seguridad en sí misma que sólo proporciona una dilatada experiencia de la vida o la presencia de ánimo con la que se enfrenta a la soledad y a la muerte.

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