domingo, abril 12, 2015

TEATRO. A-creedores: "La mirada de los otros".

A partir de Los acreedoresAugust Strindberg.
Versión y dirección de Claudia Faci.
Con: Claudia Faci, Fernanda Orazi y Pablo Messiez.
XXXII Festival de Otoño a Primavera
Madrid, Teatro Pradillo.





Recurrir para el título de su obra a un término como “acreedores”, que cobra su sentido pleno en el contexto de las transacciones comerciales o pura y simplemente en el del dinero contante y sonante, ya da una idea del grado de despersonalización, de frialdad glacial y de ausencia de cualquier vestigio de retórica sentimentaloide con la que aborda Strindberg el conflicto que desarrolla la obra que comentamos. Las heridas del alma que se inflingen los personajes, movidos por el rencor, por la debilidad y por el sentimiento de culpa, parecen producidas por un escalpelo en el ambiente aséptico de una sala de operaciones. Más que a un arreglo de cuentas -expresión que tiene el mismo origen en lo crematístico pero que ya está impregnada de un cierto tufillo de humanidad-, pareciera que asistimos a una auténtica disección del alma humana. De hecho, yo juraría que en un remoto montaje de la obra, en el Pequeño Teatro de Magallanes del que tengo recuerdo, la acción no se desarrollaba en un balneario sino en el interior de un quirófano.
Junto a este ambiente de asepsia -el blanco y el brillo metálico del mobiliario de hospital-, otra cosa que recuerdo de aquel montaje y del texto original es una vertiginosa, casi implacable progresión dramática hacia el fatal desenlace y la portentosa capacidad del autor para el análisis psicológico. En pleno furor del Naturalismo, Strindberg, sin embargo, pone un pero a los postulados del determinismo biológico que mueve a los personajes. Cuando Nekla en el cuadro tercero quiere disculparse apelando a “su naturaleza” Gustavo le replica que lo que ella dice es verdad sólo hasta cierto punto y añade: “Y luego hay un repliegue… en el que se oculta a pesar de todo, lo que hay de culpa, de deuda …, y es ahí donde tarde o temprano se presentan los acreedores. Y llaman.” Yo veo ahí la tesis esencial de la obra, independientemente de que Adolfo esté escuchando esta conversación detrás de la puerta y acabando -como suele decirse-, de cocerse a fuego lento. Aunque es cierto que sin esa puesta en escena urdida por Gustavo para que Adolfo asistiera en vivo y en directo a la traición de su mujer éste no habría terminando de fraguar su decisión irrevocable de quitarse la vida.
No sorprende, pues, que Claudia Faci, -aparte de su fascinación, evidente, por el texto de Strindberg-, haya intentado recuperar en su montaje el valor de la mirada del testigo escondido detrás de la puerta, y por extensión, reflexionar acerca de cómo construimos -o destruimos- nuestra identidad a través de la mirada de los otros. Para ello multiplica los puntos de vista, ejerciendo ella misma de maestra de ceremonias, dando instrucciones a los actores, dirigiendo la recepción e incorporando incluso al público de manera activa en la representación. Con parte del texto pregrabado y hurtándonos la presencia física sobre el escenario de Gustavo, agente principal de trama, focaliza su atención sobre “la víctima” y desplaza el rol de Nekla (estupenda Fernanda Orazi), salvo en contadas ocasiones en las que interviene plenamente como tal personaje (en la escena culminante del cuadro segundo, por ejemplo), y la transforma en mero cuerpo propuesto casi como objeto de contemplación voyeurista, moviéndose en un espacio que sólo recuerda a un balneario, por el traje de baño que viste durante casi toda la obra, por sus abluciones o por la presencia de botellas de agua mineral. Rota la progresión canónica de la acción, -de hecho la obra comienza con el descubrimiento de Nekla del cuerpo exánime de Adolfo tirado en la alfombra-, el texto de Claudia Faci se cuela por los intersticios del texto fuente dilatando o explicitando aspectos de los personajes que Strindberg toca sólo de pasada, como la “escena” final que Fernanda Orazi, se empeña en representar, tirada en la alfombra, lamentándose de la infancia desgraciada de Nekla. Digo que se empeña en representar, porque la obra cede con frecuencia a la fascinación de lo metateatral: los actores abandonan su papel, para recordarnos que están representando, en una no velada referencia/homenaje a la teatralidad misma, como forma de comprender el mundo, de conformar la realidad.
Lo que “no perdono” a la directora es que nos haya hurtado prácticamente ese fabuloso tercer acto, aunque a cambio, haya conseguido derribar definitivamente la cuarta pared e implicar al público en un apoteósico final, en un efusivo ¿orgiástico? ritual de confraternización.    
Gordon Craig.

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