viernes, enero 30, 2015

TEATRO. Solitaritate: "¡Ya somos europeos!".

Teatrul National Radu Stanca Sibiu.
Texto y dirección de Gianina Carbunariu.
Con: Florin Cosulet, Ali Deac, Diana Fufezan, Adrian Matioc, Mariana Mihu, Ofelia Popii, Cristina Ragos, Ciprian Scurtea y Marius Turdeanu.
Escenografía e iluminación: Adu Dumitriescu.
Madrid. Teatro de La Abadía.



No se prodiga el teatro rumano -excepción hecha de las ocasionales reapariciones de Ionesco- en nuestra cartelera. El último espectáculo que yo recuerdo haber visto de una compañía del país de los Cárpatos data de 2007, precisamente en el Corral de Comedias de Alcalá. Un montaje de Teatrul Bulandra, con dirección de Horatiu Malaele, de un precioso texto breve de Chejov, El canto del cisne, en el que el autor ruso lleva acabo una honda y sombría reflexión sobre la condición del actor y sobre la naturaleza misma del teatro.

Además de constatar el exiguo bagaje de experiencia de quien esto escribe con relación a la realidad teatral rumana, viene a cuento la cita porque en la obra que comentamos, también, aunque bajo otra perspectiva, se advierte una preocupación de fondo acerca del nuevo lugar del actor en el conjunto de la representación y, en particular, sobre la relación del actor con el personaje y con el director de escena. Esta “autorreflexividad” impregna de manera difusa muchas escenas haciéndose abiertamente explícita en el “monólogo” de la asistenta filipina (espléndida Ofelia Popii) que, aúna la descacharrante sátira de todos los tópicos que rodean la figura de la empleada del hogar extranjera en el seno de una familia pequeño burguesa con un brillantísimo ejercicio metateatral. La persona del actor es también nuclear, esta vez en un ámbito más, digamos, mundano, en una de las, a mi juicio, mejores escenas del espectáculo, la del sepelio de la diva del teatro y encarnación de un mito popular Eugenia Ionesco (Mariana Mihu), símbolo de éxito social convertida en icono mediático por los adictos al papel couché o a los programas del corazón. Desde las rivalidades y envidias de sus colegas, actrices, hasta el intento de apropiación de su figura por los representantes del clero y por las elites locales -incluido algún jerarca del antiguo régimen soviético- son sometidas a una violenta e inmisericorde parodia ante el regocijo de la difunta que se remueve literalmente en el interior de su ataúd.

Con referencias a la sociedad rumana contemporánea y la mirada puesta en Europa, esa tierra de promisión y de oportunidades, llamada a ser compendio y cifra de las libertades cívicas y del “progreso”, en el fondo, lo que late en el espectáculo es una decepción y una queja ante la creciente desnaturalización de ese futuro idílico de vida en común al que hemos consagrado tantos desvelos, y que ahora parece desvanecerse ante la creciente irrupción de normas, muros, líneas de demarcación que separan, por etnias, por clases, por creencias o por prejuicios y que amenazan con destruir ese sueño compartido.

La puesta en escena es sencilla, de extrema funcionalidad, con algunos elementos simbólicos, al servicio de una poética escénica que se aproxima en ocasiones a la performance. La posición de frontalidad de los actores, y la forma directa de dirigirse al público, interpelándolo, y buscando su complicidad transforma el discurso teatral casi en una confidencia y potencia la recepción de un texto, que pese a las dificultades del idioma casi nos resulta familiar. Sólo cabe advertir una cierta reiteración en los mensajes y en los patrones de interpretación, que hacen que el espectáculo se nos haga largo en demasía.

Gordon Craig.

Solitaritate en el Teatro de La Abadía.

No hay comentarios: