viernes, enero 02, 2015

TEATRO. Rinoceronte. "¡Entonces todo el mundo es cómplice! Todo el mundo es solidario".

De Eugène Ionesco.
Con: José Luis Alcobendas, Ester Bellver, Fernando Cayo, Bruno Ciordia, Paco Déniz, Chupi Llorente, Mona Martínez, Paco Ochoa, Fernanda Orazi, Juan Antonio Quintana, Juan Carlos Talavera, Janfri Topera, Pepe Viyuela y Pepa Zaragoza.
Escenografía: Paco Azorín.
Versión y Dirección: Ernesto Caballero..
Madrid. Teatro María Guerrero.

Berenguer.- ¡Entonces todo el mundo es cómplice!
Dudard.- Todo el mundo es solidario.
El rinoceronte. Acto tercero.


Hay en esta aseveración de Berenguer ante la constatación de la extensión de la “plaga” y en la contrarréplica de Dudard una clara muestra de la lógica endiablada del razonamiento de los personajes de Ionesco en la obra que comentamos. Tras un diálogo de apariencia absurda o paradójica late una perversión radical en el uso del lenguaje. Contraponiendo el término “solidario” al de “cómplice” Dudard no sólo desactiva el juicio de valor negativo de Berenguer respecto a sus conciudadanos sino que además pervierte el empleo de un adjetivo de fuertes connotaciones positivas aplicándolo en un dominio de la significación que le es impropio. ¡Cómo si uno pudiera solidarizarse con los comportamientos aberrantes, inhumanos o monstruosos! Si alguien comienza aceptando tales supuestos en la manipulación del lenguaje puede llevar su discurso a justificar cualquier cosa. Así, un poco más adelante cuando Berenguer afirma que el hombre es superior al rinoceronte Dudard replica: “No digo lo contrario. Tampoco lo apruebo. No sé, la que lo prueba todo es la experiencia”, antes de ceder al impulso de transformarse él también en rinoceronte, siguiendo a la masa voluble y acomodaticia.

Pensada originariamente con referencia al ascenso y a la expansión de la ideología totalitaria nazi en la Alemania de Hitler, Rinoceronte nos invita a reflexionar sobre cómo lo que surge como una mera corriente de opinión en el seno de una colectividad evoluciona rápidamente y se contagia a todos o a una inmensa mayoría de los miembros de esa comunidad propagándose como si fuera una verdadera epidemia. A lo largo del siglo pasado hemos tenido repetidos y dramáticos ejemplos de esta metamorfosis, verdadera transformación mental, que convierte a los hombres, incluso a los que parecen más razonables e ilustrados en energúmenos fanáticos capaces de cometer las mayores atrocidades contra quienes no piensan como ellos. De ahí la importancia y la oportunidad de recuperar un texto de 1959 pero que sigue estando vigente por cuanto constituye un análisis extremadamente lúcido de la respuesta de la conciencia humana frente a la presión arrolladora de la masa.

El montaje de Ernesto Caballero (responsable también de una limpia versión, levemente actualizada) es espléndido. Salvado lo esencial del primer acto, más caótico y con situaciones de un sesgo decididamente absurdo, que consiste en la presentación de los personajes y en la aparición inopinada del rinoceronte sembrando la confusión entre los moradores de la pacífica ciudad provinciana, el desarrollo de la obra se va ciñendo escrupulosamente al texto, potenciándolo, en los intersticios que dejan las escenas principales, los encuentros de Berenguer con Juan, con Dudard y con Daisy y sus respectivas “conversiones”, con eventuales apariciones de conciudadanos en diversas fases de su transformación paquidérmica. Se trata de unas imágenes oníricas, que parecen sacadas de las pinturas de Magritte; figuras inquietantes que acrecientan la atmósfera de amenaza que se cierne sobre los resistentes y que se hace más y más intimidatoria cada vez, que colonizan todo el espacio, hasta la platea, con su presencia espectral y con sus berridos lamentos y cantos de sirena. Papel principalísimo en la creación de esta atmósfera corresponde a la escenografía, monumental y fría, de paneles y enrejados metálicos de Paco Azorín, un laberinto de rampas y escaleras que deviene en un auténtica ratonera, al vestuario de Ana López Cobos y al espacio sonoro de Luis Miguel Cobo.

Y hay que destacar, asimismo, un magnífico trabajo actoral de conjunto. Tienen mayores oportunidades de lucimiento, que, desde luego, aprovechan, los actores que encarnan a los personajes principales. José Luis Alcobendas encaja a las mil maravillas en el rol de Dudard, su perfil enjuto y modales exquisitos esconden a un “filósofo” relativista y sin escrúpulos que enuncia sus sofismas con una frialdad que asombra y que desespera a Berenguer. Fernado Cayo (Juan) hace un portentoso trabajo físico en su proceso de deshumanización. Su prepotencia se torna progresivamente en tozudez; se vuelve más y más intransigente y obcecado y en sus accesos de cólera afloran, sin que la bonhomía y la infinita comprensión de Berenguer puedan evitarlo, auténticas actitudes de matonismo. Su violenta y perentoria apelación a la “integridad primordial del animal con la naturaleza” es ya un gruñido entre los espasmos de su cuerpo torturado por las mutaciones bestiales que está experimentando. El acento porteño de Fernanda Orazi (como antes los rasgos andaluces en el lenguaje del dueño del bar y de la camarera) confiere a Daisy un plus de verosimilitud, nos reintegra a esa babel en la que se ha convertido los barrios céntricos de nuestras ciudades y potencia la naturalidad con la que se comporta la muchacha ante el extraño fenómeno. Franca, afable y cordial, es quizá junto a Berenguer el ser más puro de la ciudad y se nos hace particularmente doloroso aceptar su fatal absorción por la manada. Pepe Viyuela borda el papel de Berenguer, confiere al personaje una profunda humanidad y le aporta una enorme riqueza de matices. Solitario y no muy bien tratado por la vida tiene su pizca de filosofía estoica, pero es sobre todo un buen compañero y un amigo fiel. Resulta conmovedor en su incapacidad para comprender lo que le ocurre a Juan o debatiéndose consigo mismo cuando le asaltan las dudas ante los más mínimos cambios corporales que puedan ser síntomas del contagio y es, sobre todo, la viva imagen de la impotencia ante la trasformación de todos los que le rodean sin que ni el amor que profesa a Daisy ni su lealtad a Juan sirvan para hacerles desistir de su deriva.

Gordon Craig.

Rinoceronte.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Aturdido todavía por las sobrecogedoras estampidas de los rinocerontes en el teatro María Guerrero, algunas preguntas que se dejaron sin respuesta en la sala aún dan vueltas en mi cabeza durante las noches de insomnio.

¿Es más fuerte la ideología que la razón? ¿Se puede defender realmente la libertad individual ante la voluntad aplastante de la masa? ¿Nuestra sociedad es lo suficientemente madura para desenmascarar las propuestas “rompedoras” de los nuevos encantadores de serpientes? ¿Estamos rodeados de rinocerontes, dentro de la manada, o en proceso de metamorfosis?

Muy acertada la elección de este texto de Ionesco. Muy inspirada la puesta en escena. Conmovedora la actuación del elenco en general. Objetivo cumplido: propiciar la reflexión del espectador, persuadirlo a afrontar la vida con coraje, entretener. ¡Bravo!