viernes, enero 23, 2015

TEATRO. El Cantar del Mío Cid: "Celebración de la palabra"


"El Cantar del Mío Cid", Anónimo.
Lectura dramatizada a cargo de José Luis Gómez.
Presentación y comentarios de Inés Fernández-Ordóñez.
Madrid. Teatro de La Abadía.


La iniciativa “Cómicos de la Lengua” se inscribe en el marco del programa de actos en conmemoración del III centenario de la Real Academia Española. Se trata de un proyecto nacido de la colaboración de cómicos, académicos e instituciones con el fin de difundir el “cuerpo vivo” de nuestra común lengua española a través de lecturas dramatizadas de una muestra representativa de textos fundamentales de nuestra literatura.

La idea es reproducir lo más fielmente posible el habla de las distintas épocas merced a la asesoría de los académicos y a su conocimiento de las peculiaridades gramaticales fonéticas y prosódicas del español en los sucesivos períodos de su desarrollo evolutivo.

La de anoche, en la sala San Juan de la Cruz del teatro de la Abadía, sobre textos del Poema de Mio Cid, corresponde a la primera lectura del ciclo y corrió a cargo del actor y director teatral José Luis Gómez presentado por la académica Inés Fernández-Ordóñez, que realizo, asimismo, una breve glosa de las peculiaridades ligüísticas del español del siglo XII en el que se supone fue compuesto el poema.

El acontecimiento -porque no de otro modo puede calificársele- constituyó una verdadera celebración de la palabra. En un escenario vacío, con leves subrayados sonoros de guitarra y percusión en los momentos álgidos de la lectura, solo, frente a un atril en el que descansaban los textos, José Luis Gómez fue desgranando algunos de los pasajes más significativos y celebrados del poema, aquellos que acentúan la condición de héroe del infanzón castellano, es decir, la de un hombre que en la acción se manifiesta como superior a sus prójimos, pero también, y sobre todo aquellos otros en los que se manifiesta su profunda humanidad: su piedad, su lealtad al rey, su preocupación por el honor o por sus deberes familiares, el amor de padre y esposo, su discreción, cortesía o astucia.

Fiel a la polifonía de voces y acentos presentes en cada unos de los pasajes elegidos, José Luis Gómez huye de la mera recitación para encarnar el verbo y tono juglarescos de un poema que, aunque de factura, por lo regular, sobria, debido a su fuerte impronta realista está dotado de una rica y caudalosa expresividad. Un espléndido trabajo con la voz y el cuerpo para revelar esa dimensión de “poesía vivida” que para Menéndez Pelayo constituía el mayor encanto del Poema: “poesía vivida y no cantada, producto de una misteriosa fuerza que se confunde con la naturaleza misma” y cuyo secreto parece que hemos perdido.

En una atmósfera de recogimiento, casi de unción, nos fue dado gozar, como lo hicieron posiblemente nuestros antepasados de la alta Edad Media en las plazas de nuestras villas o en los patios de armas de los castillos, del relato de las gestas del guerrero, pero sobre todo, evocados por la textura y el colorido de las palabras y su poder encantatorio, revivir las mismas emociones, compartir el mismo sentimiento de pérdida en su lamento ante las “alcándaras vázias, sin pielles e sin mantos” del primer pasaje; el mismo orgullo y admiración de los burgaleses cuando “Mio Çid Roy Díaz, por Burgos entrove” acompañado de “sessaenta pendones”; el mismo pavor de la niña de nueve años que no se atreve a abrir la puerta de la posada al caballero por miedo a las represalias del rey; la misma alegría del abad don Sancho recibiendo al Cid en el monasterio de Cardeña, o las amargas lágrimas de doña Jimena en la despedida del caballero.

Gordon Craig.

Cómicos de la Lengua.

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