De Andrew Bovell.
Traducción de Jorge Muriel.
Con:
Ángel Savín, Consuelo Trujillo, Ángela Villar, Felipe García Vélez, Susi
Sánchez, Pilar Gómez, Jorge Muriel, Pepe Ocio y Borja Maestre.
Dirección: Julián Fuentes Reta.
Madrid. Naves del Matadero.
Guarda la imagen final de Cuando deje de llover -la escena
del reencuentro de Andrew Price con su padre en compañía de los
espectros de sus antepasados-, una extraña semejanza con la escena
homóloga de La larga cena de Navidad, de Thornton Wilder, en la
que también aparecen convocados los fantasmas de los miembros de tres
generaciones de una misma familia; el mismo macabro protocolo en torno a
una mesa engalanada, en aquella ocasión, para la típica cena navideña,
ahora para celebrar el reencuentro y la posible reconciliación
paternofilial. Pero ahí acaban todas la similitudes. Frente al
sentimiento de nostalgia por un pasado ya irrecuperable, frente al trato
cordial, benévolo, que Wilder dispensa a los personajes enderezado a
minimizar sus rencillas, sus accesos de envidia, o de cólera, o las
pequeñas o grandes vanidades con que se han hecho más difícil la
existencia, frente a esa mirada indulgente, en fin, sobre el pasado, la
pieza de Andrew Bovell constituye una denuncia implacable del tiempo, de
cómo el pasado de los personajes, sus patrones de conducta y el devenir
de sus vidas puede condicionar a los miembros de generaciones futuras
hasta fagocitarlos; de cómo -empleando la referencia clásica a Cronos, a
quien cita el padre de Gabriel en una de esas enigmáticas postales
enviadas desde Australia-, el pasado puede llegar devorar el futuro.
Estamos ante la tragedia de una saga familiar cuyo argumento gira en
torno a la búsqueda emprendida en Australia por el joven londinense
Gabriel Low para localizar a su padre, desaparecido de su vida cuando apenas había cumplido los siete años. La acción, compleja, discurre hacia
delante y hacia atrás, dándonos poco a poco las claves del abandono
familiar de Henry y su marcha de Inglaterra y de cómo finalmente vino a
cruzarse en el camino de la familia de Gabrielle York, de la que su hijo
Gabriel vendría fatalmente a enamorarse. De tintes sombríos y una
dureza que roza a veces con la crueldad asistimos a una sucesión de
episodios anodinos a veces, alegres y esperanzadores los menos o
truculentos y dolorosos, cuyos protagonistas tocados por la desgracia
parecen juguetes de un destino ineluctable.
Una habilísima composición -que Fuentes Reta ha traducido con
extraordinario acierto en la puesta en escena y en el movimiento de los
actores- da lugar a curiosas yuxtaposiciones de tiempo y espacio, donde
el pasado y el presente se funden haciendo más vívidos, casi
intolerables, los recuerdos y el sentido de pérdida que embarga a los
personajes. La espléndida ambientación sonora y los escasos elementos de
la escenografía configuran la atmósfera agobiante, opresiva que
envuelve a los personajes, pero también la fuerza imponente de los
elementos de la naturaleza, de una naturaleza grandiosa e inclemente, un
continente de playas inmensas, de desiertos de luz cegadora y noches
refulgentes, que modela el carácter de sus moradores.
Un solvente trabajo de actuación del elenco en su conjunto coadyuva
en gran medida al éxito del montaje. Una función que le cuesta un poco
arrancar, -la perorata inicial de Gabriel York (Ángel Savín) se hace
larga en exceso- pero que luego va cobrando vigor a medida que
transcurren las escenas y las piezas del relato van encajando, y que
alcanza ocasionalmente un elevado tono emocional y cotas insospechadas
de dramatismo, verbigracia, el doloroso descubrimiento de Elizabeth Low
joven (Pilar Gómez) de la perversión de su marido, o la franqueza y
determinación con la que Gabrielle York vieja (Susi Sánchez) le pide a
su marido que la ayude en el último trance.
Una propuesta arriesgada, en fin, que culmina con éxito el bautismo de fuego en nuestras carteleras de un autor imprescindible.
Gordon Craig.
Cuando deje de llover en Matadero Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario