miércoles, septiembre 17, 2014

TEATRO. La sangre de Antígona. "Tu llanto es sangre, Tu voz, gemido".

De José Bergamín. Versión: Fernando Bergamín Arniches.
Con: Arturo Beristáin, Ana Isabel Esqueira, Israel Islas, Érika de la Llave, Rosenda Monteros y Álvaro Zúñiga. Coro: Rocío Leal, Toni Marcín, Abril Mayett, Laura Padilla y Tere Rábago.
Música y sonido: Ignacio García.
Escenografía: Jesús Hernández.
Dirección: Ignacio García.
Madrid, Teatro María Guerrero.





El argumento y la estructura de la versión (reescritura, recomposición, o como quiera que queramos llamarlo) que lleva a cabo José Bergamín de esta obra cimera de la tragedia ática que es la Antígona sofocleana difiere bastante del original. Para empezar, el conflicto generado entre Antígona y Creonte, su tío, por la negativa de éste a que se dé sepultura al cadáver de Polinices, muerto junto a su hermano Etiocles a las puertas de Tebas -conflicto entre la esfera de lo público y de lo privado, entre la ley y la ética individual-, que en aquella constituía el elemento nuclear, aquí ha pasado a un segundo plano; en el texto de Bergamín, supura todavía la herida reciente de la guerra civil española, una lucha, que como la de los hijos de Edipo fue una lucha fratricida, cuyas secuelas de dolor y de odio aún perduran y que se hacen patentes ya desde la primera escena en el hondo lamento de Ismene y del Coro: “Que corran las lágrimas y rompan tu aliento los sollozos”; lamento convertido en grito -en el caso de Antígona- elevado a los cielos como interrogación acusadora, como denuncia a sus conciudadanos y a los gobernantes de levantar muros de incomprensión entre los hombres, como expresión del terrible dolor que supone cargar con la maldición de la sangre.

Reducido a sus mínimos el enfrentamiento de Hemon con Creonte -dos escenas fundamentales en la pieza originaria-, suprimido el final, en el que se materializa el vaticinio de Tiresias, la muerte de Hemon y de Eurídice y la ruina de la familia, la peripecia de Antígona, su rebeldía, la gallardía con la que se enfrenta a los soldados y al poder del tirano, la fibra profundamente humana de sus padecimientos, de su doloroso proceso de renuncia a la vida y de su atracción fatal e ineluctable por el reino de los muertos se convierten en protagonistas indiscutibles de esta versión y acaparan, sin duda, los momentos más inspirados, los de mayor efusión lírica y los de mayor fuerza trágica del texto.

El montaje de Ignacio García potencia en su justa medida el tono épico de la tragedia, merced a un uso atinado de la luz, del sonido y del movimiento escénico, plenamente incardinado en una escenografía que, pese a su monumentalidad de ágora, de templo o de mausoleo, nunca agobia a los personajes si no que los integra en coherencia con su rango, funciones o exigencias de cada escena. Lo mismo puede decirse del vestuario, pese al contraste entre los uniformes modernos de Creonte y los soldados y las túnicas y vestidos talares de época. La españolidad del espacio sonoro, en cambio, es innegable, con un fondo musical de timbales y trompetas que reproducen el aire marcial de las marchas procesionales y recuerdan la estética de algunos montajes de Salvador Tavora con “La Cuadra” de Sevilla. Aunque no es este el único elemento de resonancias rituales. Durante los dos bellísimos recitativos de la escena primera del acto III -imponente- en los que rechaza la ingesta del pan y el vino que, como único sustento, le traen a la cueva los guardianes, hay la misma emoción en la plegaria y la misma solemnidad en la gestualidad de Antígona que en el oferente de una celebración eucarística. En conjunto el montaje recrea vívidamente la atmósfera arcaica de una época legendaria -con algún que otro guiño a episodios no menos trágicos y espeluznantes de la historia reciente- y nos regala cuadros de una extraordinaria e impactante belleza plástica.

La labor de dirección y el trabajo de los actores son, asimismo, sobresalientes. Atento siempre el coro, en sus reconvenciones, en sus lamentos, en sus ayes lastimeros; mesurada siempre Ismene (Ana Isabel Esquira), en sus muestras de contrariedad, de asombro y de afecto, en su conmiseración y en su aceptación resignada del destino; Arturo Beristáin compone un enrabietado petimetre; con su uniforme, sus gafas oscuras, su bigotito y su voz un tanto aflautada constituye una burda parodia, una patética réplica del “Friolera” valleinclanesco. Aunque quienes tienen más oportunidades de lucimiento son Rosenda Monteros como Tiresias y sobre todo Érika de la Llave como Antígona. Sobrecoge la figura espectral del viejo Tiresias que parece un fantasma venido de ultratumba a enunciar, con su ritmo pausado y solemne y con su tono oracular sus temibles vaticinios. Érika de la Llave, presta a Antígona todo el empaque, la fortaleza, la determinación y la presencia de ánimo de una heroína trágica. Derrocha energía y trasmite con insuperable maestría el torbellino de emociones y sentimientos que encierran los hermosos versos de Bergamín; fluctua de la ternura con el cadáver de su hermano a la indignación ante el tirano y ante la barbarie de la guerra; es imperiosa con los soldados, indulgente con su hermana y siempre dueña de sí misma mientras encara con singular arrojo y serenidad el final que el destino le tiene reservado.

Gordon Craig.

CDN. La sangre de Antígona.

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