miércoles, abril 30, 2014

TEATRO. Éramos tres hermanas. "En la cápsula del tiempo. (Tres delirios)".


De José Sanchis Sinisterra.
Con: Julieta Serrano, Mariana Cordero y Mamen García.
Espacio escénico: Carles Alfaro y Vanessa Actif.
Dirección: Carles Alfaro.
Madrid. Teatro de la Abadía.



Ya lo dice el refrán: “no hay dos sin tres”. Así que después de los delirios de Próspero y de Julieta (2009) en los que Sanchis Sinisterra, empedernido e infatigable explorador de nuevos territorios de la teatralidad, fabulaba con un hipotético -y distinto- final para estos personajes de La tempestad y de Romeo y Julieta, ahora ha puesto proa a la dramaturgia chejoviana aplicando su particular “tercer grado” nada menos que a la obra quizá más emblemática del dramaturgo ruso de finales del XIX.

Después de aquel experimento, que a mi entender fue un éxito rotundo, no necesitaba justificación alguna para éste, cuyo resultado no es menos satisfactorio, pese a la dificultad mayor del empeño por tratarse de una reconstrucción -¿o sería mejor decir deconstrucción?- de una obra completa a través de tres de sus personajes, para los que hay que crear, aunque exiguo, un contexto nuevo de interacción plausible y coherente con sus respectivas trayectorias vitales explicitadas en el texto original. No ha debido de resultar demasiado difícil, por cierto, dada la situación de estancamiento, de auténtico marasmo en que se encuentran las tres hermanas al final de la obra de Chéjov. Y ello pese al deseo -apenas audible bajo los atronadores acordes de la marcha militar- expresado por Olga en sus últimas y desangeladas palabras: “¡No, mis queridas hermanas, la vida no se ha acabado todavía para nosotras! ¡Vamos a vivir! Quizá si esperamos un poco más...”

Pues bien, lo que ha hecho Sanchis Sinisterra no ha sido sino verificar la esterilidad de esa espera tras prolongar sus vidas sin esperanza manteniéndolas en una especie de urna o de cápsula del tiempo (cortesía de Carles Alfaro y de Vanessa Actif) que si bien no ha podido preservar su juventud -ahora son ya unas venerables ancianas, desaliñadas figuras espectrales, fantasmas del pasado- si parece que ha mantenido incólume su frustración y su sensación de fracaso. Como en la otra obra a la que nos hemos referido arriba, también en ésta, los personajes, Olga (Julieta Serrano), Masha (Mariana Cordero) e Irina (Mamen García), fluctúan entre los dolorosos momentos de lucidez y las espesas brumas del delirio mientras elucubran sobre su pasado sin encontrar una explicación para su malogrado destino de mujeres en un mundo de hombres y sin hallar una justificación para el fracaso de sus expectativas de felicidad o para su siempre preterido deseo de volver a Moscú, la tierra prometida donde vivir el ideal del matrimonio o de una mundanidad soñada, de experiencias excitantes, de sensibilidad, de cortesía, frente al rudo, grosero y alienante ambiente provinciano que las ahoga.

Sanchis Sinisterra explota como nadie la intertextualidad; se mueve como pez en el agua en esta labor de zapa, supresión, repetición, glosa e interpolación de textos, con o sin marcas de introducción del estilo directo; un trabajo que a veces resulta reiterativo y otras desemboca en pasajes de un verdadero virtuosismo, jugando a repetir, por ejemplo, parlamentos de escenas cruciales, transitando con total libertad de un tiempo a otro de la narración, alternado las más variadas formas de reproducción del discurso de los personajes, incluyendo la verbalización de las acotaciones para describir la escena al principio de cada acto o reconvirtiendo, incluso, los finales de acto en sendas piezas musicales magníficamente interpretadas al piano por Irina, con variados ritmos y en distintos idiomas (como cuadra con la excelente formación y educación que ha recibido de su padre).

Dar cumplida cuenta de estas libérrimas variaciones formales exige obviamente un hercúleo trabajo de interpretación que las tres actrices acometen con denuedo derrochando oficio y talento y plasmando, desde luego, fielmente la genuina atmósfera chejoviana y toda la complejidad interior de unos personajes que parecen anclados en la nostalgia y varados en la inacción.

Coda u observación final entre impertinente y paradógica. ¿Es que vamos a tener que recurrir a este tipo de síntesis, por muy brillantes que sean -y esta lo es-, para poder acercarnos al verdadero universo y al sentido profundo de la obra de Chéjov? ¿Acaso estamos perdiendo la capacidad para representar sus textos completos y para “recibirlos” y disfrutarlos como espectadores en toda su amplitud y complejidad.

Gordon Craig.

Éramos tres hermanas. Teatro de la Abadía.

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